La tolerancia es necesaria, pero no suficiente. ¿O puede la intransigencia ser democrática?

Foto: Julio César Guanche

Por Julio César Guanche

 

A la memoria de Broselianda Hernández, en su papel de Leonor Pérez

 

Un ejemplo muy celebrado de la intransigencia como virtud en la historia cubana es la Protesta de Baraguá, protagonizada por Antonio Maceo en 1878. Su frase “no nos entendemos” es reconocible en campañas oficiales de comunicación y en el lenguaje popular cubano.

Otra virtud política, mucho menos elogiada en Cuba, es la tolerancia. José Martí la defendió a conciencia: entendía que la “disciplina y la tolerancia” eran esenciales para el programa revolucionario democrático.1

Ambos conceptos pueden ser contradictorios. La intransigencia es un compromiso innegociable con un valor considerado superior por sus defensores. La tolerancia supone respeto y reconocimiento frente a distintos marcos de valores.

También, la intransigencia y la tolerancia pueden, e incluso necesitan, convivir. La intransigencia es un valor democrático cuando se opone a expresiones de violencia discriminatoria. La intransigencia frente a los comportamientos que reproducen injusticia social y exclusión política hace parte de la tolerancia democrática. Seguir leyendo «La tolerancia es necesaria, pero no suficiente. ¿O puede la intransigencia ser democrática?»

Fernando Cañizares Abeledo: ícono de la enseñanza del Derecho en Cuba

Fragmento del Monumento a Antonio Maceo. Foto: Julio César Guanche

 

Sobre los libros Teoría del Estado y Teoría del Derecho, de Fernando Cañizares Abeledo

Este texto es inédito, escrito hace muchos años con el encargo de hacerlo por Fernando Cañizares en forma de presentación para una universidad mexicana. Sus limitaciones, sus faltas, son propias de quien prefería escuchar y aprender de un “animal jurídico”, que sabía de todo y que tanto llenó con su magisterio.

Por Harold Bertot Triana

Del propio Cañizares aprendí que el estudio de los fundamentos teóricos del Estado y el Derecho, tenían en la enseñanza universitaria en Cuba, llegado el triunfo revolucionario de 1959, dos soportes filosóficos fundamentales: el positivismo y el neokantismo jurídicos. Ambos se enmarcaron en las grandes líneas del pensamiento jurídico europeo que constituyeron la Teoría General del Estado, de corte alemana –cuyos exponentes más importante lo constituyeron Gerber, Gierke, Jellineck y Hermann Heller, asumida y enriquecida por autores italianos y franceses–, y una teoría sobre el Derecho, que dio cabida al pensamiento del jurista austriaco Hans Kelsen como síntesis del influjo de ambas corrientes.

 En el primero de los casos, esto se advierte con facilidad en las obras de profesores de Derecho Constitucional y de Teoría general del Estado de la antigua Facultad de Derecho de la Universidad de la Habana como Pablo Lavín, Juan Clemente Zamora, Ramón Infiesta y otros. En el segundo, pese a la reticencia de viejos profesores de dar cabida en la docencia jurídica al neokantismo de las Escuelas de Marburgo y Baden, educados muchos de ellos en la Teoría General del Derecho, se impuso el aprendizaje teórico del Derecho en una Introducción al Estudio del Derecho por el doctor Antonio Sánchez de Bustamante y Montoro, profesor también de Filosofía del Derecho, y que constituyó el puente más importante y auténtico en la cultura jurídica cubana con la tendencia iusfilosófica conocida como la Escuela de Viena del Derecho, y otras no precisamente en la órbita del logicismo-jurídico kelseniano, expuestas sobre todo en sus obras paradigmáticas Teoría General del Derecho y Sociología del Derecho, y que se unían a toda una tradición cubana sobre el estudio de la Filosofía del Derecho en autores como Mariano Aramburo, Emilio Menéndez, Manuel H. Hernández, y Emilio Fernández Camus. 

Los libros que hoy se vuelven a poner a disposición del público, constituyen un patrimonio invaluable de la enseñanza universitaria del Derecho en Cuba.

Son libros históricos y ya con ello se justifica que se pueda volver a ellos pese a las limitaciones y carencias de textos rasgados, en buena medida, en el influjo de la doctrina soviética. Enmarcados en los contornos analíticos y militantes del materialismo histórico, fueron expresión de los ideales y objetivos históricos fijados en los primeros años de la Revolución cubana. La tarea que se propuso en la enseñanza tuvo un valor estratégico en lo ideológico y cultural para el rumbo que marco el proceso revolucionario. El tono y el vigor de sus afirmaciones iban dirigidos a “desmitificar” la concepción del Estado como un ente “neutral” y conciliador de clases y advertir entonces el carácter clasista de este centro de “explotación y dominación” y enmarcarlo en una concepción de la sociedad y el Estado en el contexto de la lucha de clases. Se propuso exponer y desarrollar un problema de urgencia para entonces del naciente proceso cubano: la lucha revolucionaria no se podía limitar a tomar el poder del Estado y convertirlo en socialista, sino la necesidad de construir un nuevo Estado. Precisamente el propio Lenin en los inicios de la Revolución bolchevique, frente a una socialdemocracia internacional que tachaba de estar en franco papel revisionista y oportunista, tuvo como un primer paso necesario e inaplazable, revitalizar la doctrina marxista del Estado, en su obra Estado y Revolución publicada en 1918, y con ello defender una actitud ante la política que retomaba con un papel activo el desarrollo de la revolución, la lucha de clases y la destrucción de la maquinaria estatal.

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