La estatua y la república

Foto: Claudio Pélaez Sordo

 

Por Julio César Guanche

 

A la memoria de Antoni Doménech Figueras y Ana Cairo Ballester

La restauración del Capitolio Nacional ha tenido conclusión con la renovación de su cúpula y de la Estatua de la República. Eusebio Leal y la Oficina del Historiador de la Ciudad suman otra página a su colosal legado de conservación patrimonial. La obra es, también, un homenaje a la ciudad de La Habana en el 500 aniversario de su fundación.

La cúpula y la estatua fueron restauradas por expertos cubanos y rusos, a las que les fueron restituidos sus recubrimientos originales en oro. El trabajo con la cúpula contó con 9,6 millones de dólares de dinero federal ruso.

Levantar monumentos es elaborar significados. Restaurarlos, también. Después de cinco décadas rehusando su memoria como sede del Congreso nacional, la actual Asamblea Nacional del Poder Popular ha fijado su sede en el Capitolio. La devolución de su función, y de su esplendor, hace pensar en los propios símbolos que ello pone a recircular.

 

Curiosamente, los gobiernos cubano y ruso acordaron la restauración de la Estatua de la República, pero la reivindicación de la República no aparece entre sus prioridades oficiales.

En Rusia la república es una referencia antigua. Se remonta a la república de Nóvgorod, un estado medieval que abarcaba desde el Báltico hasta los Urales entre los siglos XII y XV. No obstante, una zona de la política rusa contemporánea ha encontrado en ella “el lugar donde nacen los valores republicanos y democráticos actuales”.

Por otro lado, los “decembristas” miraron esa historia con dejo idealizado. Los narodniki propusieron una república de pequeños propietarios, que les evitara el paso por la sociedad capitalista. Tras 1917 el bolchevismo aspiró a una República proletaria mundial.[1] Con la URSS, Stalin sepultó dichas intenciones.

La necesidad de reconstruir en forma positiva la identidad rusa, tras la gran crisis de la caída soviética, ha tenido desde entonces diferentes salidas oficiales.

El gobierno de Yeltsin rechazó el pasado soviético. La era zarista era una edad de oro, perdida, interrumpida por 1917. En ello, fue sustituida la bandera soviética por la rusa de la época zarista, se reconstruyó la Catedral de Cristo Salvador, en Moscú, destruida por Stalin en los 1930, y se reemplazó el himno soviético. La nueva búsqueda tenía como fondo la apuesta por la economía de mercado, que resultó tremendamente empobrecedora, y bloqueó la capacidad de seducción de esa oferta identitaria.

El régimen de Putin, en cambio, ha considerado el fin de la Unión Soviética como “la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX”. En ese discurso, la edad de oro zarista se mezcla con los éxitos soviéticos, sin referencia a ideologías ni expedientes revisores del stalinismo. Con ello, se apuntala la idea de la gran Rusia, con su pasado glorioso y radiante resurgimiento como potencia. El régimen actual es una novedad, mezcla de nacionalismo étnico con democracia dirigida —y fuerte control de la protesta—, que no ha impedido a la vez que Rusia sea “el país más liberal de toda la antigua Unión Soviética”.

Una persona, representando a Lenin, trabaja frente al Crucero Aurora, captando turistas para la entrada al buque, actualmente un museo. San Petesburgo. Foto: Julio César Guanche.
Una persona, representando a Lenin, trabaja frente al Crucero Aurora, captando turistas para la entrada al buque, actualmente un museo. San Petesburgo. Foto: Julio César Guanche.

Boris Kagarlitsky, un autor de izquierda crítica publicado en Cuba, ha tomado prestada la frase “tolerancia depresiva” para explicar la cultura política actual en ese país: “le permiten hacer lo que sea (al Estado) y salirse con la suya. El Estado hace cosas totalmente impopulares y nadie protesta, porque mientras no te afecte individualmente, no te importa, a nadie le importa. La gente sólo protesta cuando les afecta individualmente, es entonces cuando comienzan a moverse.” En ese diagnóstico, no aparece la República.

La edad de oro rusa está inscrita materialmente en las cúpulas doradas de sus iglesias. Un ejemplo clásico es la Catedral ortodoxa de San Isaac (San Petersburgo, antes Leningrado, todo es simbólico aquí) de arquitectura neoclásica, inspirada en motivos romanos, griegos y del Renacimiento italiano. Su cúpula tiene 21,8 metros de diámetro y acumula unos cien kilogramos de oro. No por casualidad, todas esas referencias están emparentadas con las del Capitolio cubano.

Detalle de la Catedral San Isaac de Dalmacia, San Petersburgo. Foto: Julio César Guanche.

La tradición republicana en Cuba, encajada dentro del nacionalismo popular, fue la más poderosa de sus tradiciones políticas, con José Martí a la cabeza. El triunfo de 1959 la reivindicó —en esa corriente siempre se aspiró a la República a través de la Revolución—, pero rápidamente prefirió usar en exclusiva sucesivos conceptos de Revolución y Socialismo. La República sería referida en lo adelante básicamente como el nombre oficial del país.

En los 1990 tras la caída soviética, y de su versión del marxismo, el discurso oficial cubano buscó en la identidad nacional, y en el nacionalismo, la renovación de sus fuentes de legitimidad ideológica. Recientemente, en la nueva Constitución (2019) fue suprimido el guion de la frase “marxista-leninista” porque “en opinión de varios catedráticos era una formulación con un matiz stalinista”.

En este escenario, cabe preguntarse si la noción de República reaparecerá como arsenal simbólico en Cuba. La campaña de prensa que cubrió la mudanza de la Asamblea Nacional hacia el Capitolio tuvo como lema: “Una sede, dos tesoros, porque Cuba tendrá aquí un edificio simbólico, pero también la sede de su expresión máxima de democracia”.

Si bien las relaciones entre la URSS y Cuba fueron muy profundas tras el triunfo de 1959 hasta 1991, en ese lapso sus gobiernos nunca se decidieron a restaurar la Estatua de la República ni la Cúpula del Capitolio. Ahora lo han hecho, sin telón de acero, con recubrimiento en oro y bajo un nuevo mapa de relaciones.[2]

La Estatua de la República. Foto: Biblioteca del Congreso, EEUU.

En 1927 Carlos Miguel de Céspedes, entonces ministro de Obras Públicas, le encargó al gran artista italiano Ángelo Zanelli la realización de tres estatuas para el Capitolio.

El escultor gozaba de amplio reconocimiento en Italia (era el autor de la Dea Roma y del monumento a los Caídos de Imola) y tenía amplia producción americana. Al artista se debe, por ejemplo, el monumento ecuestre dedicado a Artigas (1923) en Montevideo.

La Estatua de la República, también llamada de La Libertad o de La Patria, con sus 17,54 metros de altura, fue en su momento la segunda más grande —bajo techo— del mundo. Algo similar sucedió con la cúpula (308 pies), que fue la tercera más alta en el orbe. Hoy la Estatua ocupa el tercer lugar, detrás del Buda de Oro de Nava (Japón), y del monumento en mármol a Abraham Lincoln (los Estados Unidos).

Para ella, Zanelli trabajó el símbolo republicano de la Marianne, una poderosa mujer de gesto beligerante, ataviada con gorro frigio.

La Estatua de la República, o La Libertad. Folleto de presentación del Capitolio (1930).
Dorso de la anterior imagen de la Estatua de la República, que la identifica como “La Libertad”.

No es esa la única estatua de la libertad existente en Cuba. Entre las varias que se erigieron en la primera mitad del XX, otras tres siguen en pie (Puerto Padre, Remedios y Gibara). Entre las desaparecidas, existió una en Isabela de Sagua, de la cual se conserva escaso testimonio gráfico. Son monumentos hermosos, pero de escala por completo diferente a la de El Capitolio. La mayoría de ellas fueron construidas por suscripción popular.

Estatua de la libertad en Gibara. “Gibara tiene Estatua de la Libertad porque se la merece”. Hecha por suscripción popular. Foto: Julio César Guanche.
Estatua de la libertad, Puerto Padre. Foto tomada de Internet.
Detalle de la Estatua La Libertad en Isabela de Sagua, erigida en los comienzos de la era republicana en Cuba. Agradezco esta referencia a Carlos Alejandro Rodríguez y a Maykel González Vivero.

Entre 1902 y 1903 estuvo colocada en el Parque Central —de “modo provisional”—, otra estatua de la libertad, que fue destruida por un ciclón. Antes, la revista El Fígaro realizó una encuesta (1899) para elegir qué personalidad o símbolo revolucionario debía sustituir definitivamente en el Parque Central la imagen de Isabel II, cuya efigie fue desmontada y enviada sin gloria hacia el Museo de Cárdenas. En la encuesta, Martí alcanzó el primer lugar, pero la propuesta de levantar allí una estatua de la libertad quedó en segundo lugar, con solo cuatro votos de diferencia.

Estatua de Isabel II, Parque Central de La Habana, 1899. Biblioteca del Congreso, EEUU.
Estatua de Isabel II, Parque Central de La Habana, 1899. Biblioteca del Congreso, EEUU.
La Estatua de la Libertad en el Parque Central de la Habana, 1902-1903. Foto tomada de Internet.
La Estatua de la Libertad en el Parque Central de la Habana, 1902-1903. Foto tomada de Internet.

Como resultado, fue inaugurado el monumento a Martí (1905) que hasta hoy puede apreciarse en el Parque Central, obra adjudicada a José Vilalta de Saavedra. En Matanzas ambas ideas quedaron unidas en un solo monumento: a José Martí le acompaña una estatua de la libertad.

Según Rodrigo Gutiérrez Viñuales la “obra cuya autoría durante años se ha adjudicado al escultor cubano José Vilalta de Saavedra” pero este fue “sólo el contratista del monumento. Ejecutada en Florencia en 1902 por el ignoto italiano Giuseppe Neri, la estatua fue llevada a Cuba en 1903”.
Parque de La libertad, Matanzas. Foto: Emmanuel Huybrechts/WikimediaCommons.

La historiadora cubana Marial Iglesias ha sugerido una interpretación sobre el fondo ideológico del que hacía parte la encuesta de El Fígaro: “En el terreno de las representaciones metafóricas del cambio reflejadas en el paisaje urbano, nada más gráfico para encarnar a la vez la pretendida ruptura con el pasado español y la incertidumbre ante las proyecciones futuras que la imagen (…) del pedestal vacío del que fuera el monumento más representativo del poderío metropolitano: el de la reina de España Isabel II.” En ello, El Fígaro colocó sobre la imagen del pedestal vacío un gran signo de interrogación.

Portada de la revista El Fígaro. 1899.

En el Museo de la Ciudad, en La Habana —antes Palacio de los Capitanes Generales— se conserva otro poderoso símbolo republicano, “popular” en su escala (62 x 50 cm), realizado por Paul Louis Emile Loiseau Rousseau. Es una Marianne, de hermosa factura, ofrendada por Francia a Cuba, como alegoría para su naciente República. Sus dimensiones no guardan proporción con La Liberté éclairant le monde, conocida como la Estatua de la Libertad (Auguste Bartholdi, 1886), colocada en Nueva York y que fue regalo francés a la República estadounidense. En “compensación”, la pequeña Marianne cubana tiene gran carga simbólica. Está colocada —con sabio criterio museográfico— justo debajo de una reliquia de la patria: la bandera original de Carlos Manuel de Céspedes.

No fue a esas estatuas de los pueblos de Cuba, ni a la Marianne del Museo de la Ciudad, a la que Alejo Carpentier trató con desprecio. Fue a la estatua de El Capitolio. Lo hizo en El recurso del método, una novela cuyo eje narrativo es, precisamente, la figura del dictador latinoamericano: “….cuyo rostro sereno y grave (de la Estatua) se perdió por siempre para el público, porque el tamaño excesivo de la figura extraviaba su cabeza en las alturas de una cúpula cuya columnata circular sólo era visitada dos veces al año por los obreros encargados de limpiarla —acróbatas de andamios, harto atentos a los equilibrios exigidos por su vertiginosa tarea para poderse detener en apreciar los méritos de una obra de arte.”

Un proyecto de la Estatua de José Martí para el Parque Central de La Habana.

La imagen de la Marianne era de uso común en Cuba. No era solo recurso simbólico del poder en busca de legitimidad. Ciertamente, la encuesta del El Fígaro se dirigió a su público de élite y a los grandes patricios y matriarcas (la propuesta de la Estatua de la Libertad fue hecha por Marta Abreu de Estévez, porque “la idea significa más que las personas”) y fue explotada por los gobiernos de turno como representación del Estado cubano, que lo mismo cobraba miles de víctimas en una masacre racista que acumulaba corrupción inaudita.

Con todo, el patriotismo popular, el sentimiento republicano, tenía hondo calado en el pueblo cubano y reprodujo según sus ideales y sus recursos el símbolo.

Niñas en Isabela de Sagua. La del centro representa a la República cubana, menor en edad, dado su reciente fundación. Se trataba de un ritual oficial de formación cívica en Cuba, que fue asumido por sectores populares. Fuente: Gregorio Casañas.
Niña cubana, vestida como Marianne. Nótese la atribución racial al “verdadero tipo cubano”. Fuente: Revista Bohemia.

En ese sentimiento popular, la República era el horizonte de la independencia, el objetivo de la Revolución, la forma política, social y moral de la futura libre convivencia.

En el pasado, habían visto cómo el enemigo colonialista conocía el símbolo, y su contenido, y como lo representaron siempre de modo peyorativo: mujer negra (en esa lógica negro era sinónimo de atraso), paupérrima, liberticida y sanguinaria.

El Moro Muza, 1869.

Contra esta última idea, la República representaba un programa político —no solo una forma de gobierno antimonárquica— que contenía las demandas por soberanía popular, libertad política, imperio del derecho, distribución justa de la propiedad, control del gobierno, atravesado todo ello por la virtud cívica. Era una propuesta idealizada, como todos los referentes políticos, pero contaba con la historia de la lucha por la república en Cuba. Como ocurrió en Francia en 1848, según reflexiona Maurice Agulhon, la idea de república “no trajo la muerte de los idealismos políticos, de hecho, generó un bueno y bello idealismo más”. En la práctica era menos abstracta de lo que nos parecen esas palabras hoy.

Cuando el 24 de febrero de 1896 Calixto García se embarcó en el Bermuda, y fue arrestado junto al resto de expedicionarios hacia Cuba, tenía enfrente, literalmente, la Estatua de la Libertad. “La República Cubana”, representación por igual de Marianne, impresa por primera vez en 1875 y difundida por J. Bellido de Luna desde Nueva York figuraba en casi todos los clubes patrióticos independentistas tanto de Estados Unidos como de otros países de América.

«La República Cubana», impresa por primera vez en 1875 y difundida por J. Bellido de Luna desde Nueva York. Figuraba en casi todos los clubes patrióticos tanto de Estados Unidos como de otros países de América. Así fue referido por Zéndegui en Ámbito de Martí. La Habana: Comisión Nacional Organizadora de los Actos y Ediciones del Centenario y del Monumento de Martí, 1954.

Tras 1898 sectores patrióticos la representaron como Marianne mambisa. Los veteranos de la independencia la reclamaron como faro frente a la Primera Guerra Mundial. Sectores obreros de distintas tendencias —no solo comunistas— la hicieron suya. Fue el símbolo de la democracia popular frente al fascismo en los 1930. José Hurtado de Mendoza —miembro del Grupo Minorista, preso machadista, artista multidisciplinar— radicalizó gráficamente el desdén de Carpentier por la estatua de la libertad del Capitolio: pintó a la Marianne horrorizada de dolor, frente al tirano representado —a lo Villena— como “asno con garras”.

La república cubana. El Fígaro. 1899. Tomado del blog Cuba Alegórica, editado por la historiadora del arte Danislady Mazorra Ruiz, muy recomendable para el estudio de las representaciones visuales de la República cubana.
Cartel de Antonio Rodríguez Morey, Revista de Bellas Artes, 1918.
Contra la guerra, Cartel de Patria y Libertad, Órgano Oficial del Consejo Nacional de Veteranos de la Independencia de Cuba,1918.
Contra la guerra, Cartel de Patria y Libertad, Órgano Oficial del Consejo Nacional de Veteranos de la Independencia de Cuba,1918.
Ilustración de Esfuerzo. Órgano Oficial del Sindicato Nacional de Obreros de la Industria del Calzado, 1938.
Ilustración de Esfuerzo. Órgano Oficial del Sindicato Nacional de Obreros de la Industria del Calzado, 1938.
El Obrero Panadero. Órgano Oficial del Sindicato de Obreros Panaderos de La Habana, 1940. La ilustración es de Horacio Rodríguez Suriá, que ha sido calificado de “primer caricaturista marxista-leninista de América Latina”.
José Hurtado de Mendoza, Bohemia, 1933.

El Capitolio

Un folleto de presentación del Capitolio publicado en 1930 registra que el terminado de la Estatua de la República, o de la Libertad, estaba cubierto por láminas de oro de 22 quilates. El despliegue áureo no terminaba con ella. El Salón de los Pasos Perdidos tenía un “hermoso techo decorado con pinturas a mano y terminado en láminas de oro 22 quilates”, el celebérrimo diamante quedó montado sobre una “anilla de oro sobre una base de ónix negro octogonal”, los despachos de las presidencias del Senado y de la Cámara poseían “un lujoso mobiliario de caoba del país, terminado en oro de 22 kilates”, y la decoración del vestíbulo de honor de la Cámara estaba terminada en el mismo oro.

Vestíbulo de honor. Cámara de Representantes.

La monumentalidad y la ostentación traducían la irrefrenable ansia de poder de Machado, pero también ponían en escena la más larga tradición del “hombre fuerte” —del Dictador— latinoamericano.

La retórica neoclásica en arquitectura ha sido una de las favoritas de las dictaduras, o de la versión menos explícita de ellas: las repúblicas oligárquicas. Su simbolismo conecta la imagen idealizada del pasado con la estética del presente. Muestra al Estado como garante viril del patriotismo, y como el reconstructor espiritual del vínculo entre los ciudadanos de hoy y “su” comunidad de origen. Así, adjudica una base social al patriotismo de estado: los ciudadanos son los destinatarios del monumento inaugurado por el “insigne repúblico”. Sus estatuas loan más a los vivos, los que administran la herencia y el pasado, que a los muertos.

El Capitolio, desmesurado en todo, lo es también aquí: es un caso muy tardío de arquitectura neoclásica, reclamada con fines “nacionalistas”. Zanelli debía usar un rostro criollo para su estatua, amén de la “caoba del país”. Su modelo para el rostro de la Estatua fue una cubana, Elena de Cárdenas, miembro de una familia de la élite republicana. Los planos arquitectónicos y artísticos —cerca de mil diseños— se deben a varios cubanos (Raúl Otero, José M. Bens Arrarte,  Mario Romañach, Eugenio Rayneri, Evelio Govantes, Félix Cabarrocas), junto al francés Jean-Claude Nicolas Forestier.

Boceto de El Capitolio. Fuente: Biblioteca Nacional «José Martí», Cuba.

La construcción del Capitolio tomó cuatro años (1925-1929). El hermoso inmueble —también una hazaña ingenieril— ocupa una extensión de 43.609,42 metros de superficie. El costo oficial reportado de la construcción y del mobiliario fue de $16.640.43, 30. Es un símbolo de Cuba y, en particular, de La Habana. Al mismo tiempo, la historia de su construcción ejemplifica la corrupción estructural del sistema republicano cubano en la fecha.

La corrupción republicana y cierta “venganza”

La compañía Ferrocarriles Unidos de la Habana y Almacenes de Regla, con propiedad de accionistas ingleses, poseía los terrenos — en concesión por 99 años— donde fue construido el Capitolio (Campo de Marte, Prado y las calles San José e Industria). Lejos de ese término, José Miguel Gómez realizó en 1909 el célebre “canje” de la zona por valiosos terrenos de propiedad pública, situados donde había radicado el arsenal español.

Durante el gobierno de Mario García Menocal se fue construyendo —“gastando sin medida y destruyendo a la vez”— en ese espacio con vistas al futuro Capitolio. Cuando fue inaugurado en 1929, su costo real se estimó en más de veinte millones de pesos, “incluyendo las filtraciones”.

A precios de hoy, serían alrededor de 300 millones de dólares. Es un caro símbolo de la corrupción republicana —política, económica y moral— en Cuba.

Capitolio, recién inaugurado. 1929.

El Capitolio jugó también un papel, digamos, de “venganza simbólica”. Inspirado por completo en el de los Estados Unidos, el cubano “debía ser más grande”. Era acaso una “revancha” por la forma en que los Estados Unidos representaban —y del trato que suponía— a la República cubana tras 1898: casi siempre como una niña, de la mano de la “Gran República”, a la que esta debía educar, corregir y castigar.

La república cubana, representada como menor de edad, reclamando sus derechos ante la prepotencia — y el poder— de Tío Sam.
La República cubana aparece como recién nacida, “liberada” de los lazos del protectorado por Columbia, una representación femenina de los Estados Unidos, pero existían 30 años de lucha por la República en Cuba.

Con su escala, El Capitolio se imaginaba como una democracia tan grande como la de su homónimo —país al que admiraba y de cuyo gobierno dependía Machado—, al tiempo que estaba vigente la Enmienda Platt. Quizás obsesionado por imágenes como las de Lincoln en el Capitolio de su país, Machado pudo ver la Estatua terminada a tiempo para representar su propia consagración como “padre de la patria”. Frente a la Estatua, tomó posesión de su espuria “prórroga” de mandato.

Lincoln toma posesión en el Capitolio de los Estados Unidos.
Machado toma posesión de su (ilegítimo) segundo mandato ante la “Estatua de la Libertad”.

El significado de los monumentos

La Estatua de la libertad ha sido recurrente en la memoria global del socialismo moderno. En 1910, el Festival Coral socialdemócrata, realizado en Nuremberg, tuvo como figura central la “Diosa de la Libertad”, una mujer con túnica griega blanca, gorro frigio y bandera de la libertad en la mano derecha. En uno de sus lados aparecía un busto de Marx, del otro, uno de Lasalle. En la Plaza de Tiananmen, el 30 de mayo de 1989, los estudiantes erigieron una estatua de poliestireno de casi 10 m de altura —una “Diosa de la Democracia”— según la imagen de la Estatua de la Libertad estadounidense. Enfrente, se encontraba un retrato de Mao.

Goddess of Democracy in Tiananmen Square in 1989. Photo: Chan Ching-wah/Citizen News.

Por igual, es un símbolo vivo y actuante. En Francia, entre las modelos que han prestado su rostro para los bustos oficiales de Marianne se encuentran Catherine Deneuve, Brigitte Bardot y Laetitia Casta. Cuestionadas esas representaciones por su sexismo, se han diversificado los modelos. La más reciente imagen de la Marianne elegida para los sellos oficiales franceses, ha sido, por decisión del presidente Enmanuel Macron, un diseño de Yseult Digan, artista callejera.

Bajo la administración de Donald Trump, el símbolo —con Ellis Island delante—  ha sido reinterpretado para criticar su política hacia los migrantes. Por su parte,  un alto oficial de esa administración ha dicho que la inscripción en la Estatua, un poema de Emma Lazarus, refiere la bienvenida a inmigrantes provenientes de Europa, mientras su gobierno prefiere personas que puedan “sostenerse sobre sus pies”. Es un muy transparente recorte clasista de la universalidad de la libertad, representada por la Estatua.

El periodismo satírico lo ha ironizado de este modo: “la Estatua de la Libertad era lo primero que veían los inmigrantes al llegar a América, pero ahora que ya no entra nadie al país, los americanos no la necesitan. Por tanto, como muchos otros venidos de fuera, la estatua ha sido expulsada de Estados Unidos y ya está de camino a su lugar de origen”.

En cambio, el actual socialismo democrático en los Estados Unidos, en coherencia con su historia, hace suya la imagen.

Alexandria Ocasio-Cortez’s Green New Deal poster, the Pelham Bay Park edition.

La cultura de nuestra época está marcada por imágenes visuales de estatuas derrumbadas (Lenin, Sadam Hussein); desmontadas (Colón, en Los Ángeles y Buenos Aires; Antonio López, en Barcelona), o reedificadas. El debate global sobre el significado de los monumentos, y sus cambios según el contexto político, ha tardado en llegar a Cuba.

El rescate del Capitolio, como antes el del monumento a José Miguel Gómez, se ha hecho desde un criterio de conservación que no ha considerado inscribir alguna marca crítica sobre lo que representan. Mi intención está muy lejos de abogar por derrumbar monumentos, pero me parece necesario considerar a quiénes, y a qué, sirven de homenaje.

Poster colocado durante las obras de restauración de El Capitolio, sin otra referencia a la corrupción de la construcción de El Capitolio ni a la tiranía de Machado. (2018) Foto: Julio César Guanche.

El monumento y el cuerpo de la república

En el contexto de la Constitución de 1940, el Código Electoral concedió un crédito de 100 mil pesos para construir un “continente adecuado en la cripta del Capitolio y conservar en él los originales de nuestras Constituciones y las cenizas de un soldado desconocido del ejército libertador de Cuba.”

Ese crédito no fue ejecutado, pues las obras, por diversos motivos —no hay que excluir la corrupción, pero no tengo detalles específicos sobre el por qué— nunca se iniciaron. Siete décadas después, en 2017, por iniciativa de la Oficina del Historiador de la Ciudad, fue construido el segundo de estos sitios en el Capitolio. En la inauguración, Eusebio Leal expresó: “Aquí descansa, simbólicamente, el fundamento moral, político e histórico de la nación: los restos mortales de un soldado cubano desconocido, a cuyos esfuerzos y sacrificios sin nombre, se debe el nacimiento de Cuba como República”.

El Capitolio puede ser considerado una especie de regalo de Machado a su propia megalomanía, pero pertenece a la nación cubana. Eso, porque pertenece a los 5 ó 6 mil obreros que trabajaron en turnos ininterrumpidos de ocho horas por cerca de cinco años hasta concluirlo, como pertenece por igual ahora a quienes lo han restaurado.

Machado con los trabajadores que edificaron el Capitolio (1929), Foto: Fondo Secretaría de Obras Públicas, Cuba.

La Estatua de la República pertenece a la nación cubana, porque pertenece a Lily Valty, la mulata que sirvió de modelo al cuerpo de la estatua, y cuyos datos biográficos se han perdido en la historia, a diferencia de los de Elena de Cárdenas. Es una alegoría dentro de otra: el cuerpo sin rostro remite al cuerpo de la república: su anonimato recuerda al pueblo, el cuerpo de la república, el conjunto de ciudadanos que reivindican la soberanía del pueblo, y hoy también la soberanía de los cuerpos.

Una trabajadora labora sobre una de las puertas principales de El Capitolio. Los altorrelieves en bronce de las puertas de la entrada principal de El Capitolio (30 paneles) reproducen escenas históricas. Su diseño se debe al artista plástico Enrique García Cabrera. Foto: Julio César Guanche.

La Estatua pertenece a los cubanos que derrotaron la dictadura de Machado y lo expulsaron de Cuba. Pertenece a los que golpearon con martillo la efigie de su rostro en las puertas de El Capitolio, hasta hacer irreconocible la imagen de “La Bestia”.

En la foto, irreconocible, el lugar donde estuviera la efigie de Gerardo Machado. Foto: Julio César Guanche.

Pertenece, también, a los que hagan suyos el ideario republicano para Cuba. Darles voz, inscribir en ellos la presencia de aquellos muertos y de estos vivos, es un acto que coloca a los monumentos a la altura del homenaje que dicen rendir.

Una anciana cubana se prepara para vender periódicos, una actividad de sobrevivencia, en el Parque Central. José Martí, cuando quiso describir el “alma de Cuba” habló de una mujer, anciana y trabajadora. Al fondo, El Capitolio. Foto: Julio César Guanche.

La República es un contenido central de la cultura cubana, cuyo día se celebra hoy 20 de octubre, porque en la misma fecha de 1868 se entonó en público por primera vez nuestro Himno Nacional, La Bayamesa, llamado así por La Marsellesa.

Es la república a la que Manuel Corona escribió humildes versos, que así cantaron María Teresa Vera y Rafael Zequeira:

“El 10 de octubre al despuntar el día
saludando una espléndida mañana
sonó en La Demajagua una campana
Invitando a los hombres que allí había…
Sí, invitando a los hombres que allí había.
Céspedes con feliz fisonomía
y con palabra fácil y galana
proclamó la República cubana
ante un grupo sublime que aplaudía”.[3]

 

 

Este texto se publicó primero aquí:  https://oncubanews.com/especiales/la-estatua-y-la-republica/#comment-1097630

 

Notas: 

[1] No le faltó capacidad inicial de contagio: fueron proclamadas repúblicas socialistas en Finlandia (1918), Hungría (1919), Baviera (1919), Estrasburgo (1918), Eslovaquia (1919) y Mongolia (1921), y hubo insurrecciones obreras en Holanda (1918), Italia (1918-1920) y Alemania (1918-1923).

[2] En otros órdenes, Rusia y Cuba están también cerca en posturas geopolíticas y en el fortalecimiento de la presencia rusa en América Latina y el Caribe. Existe un sostenido interés ruso en reedificarse como potencia, y cambiar el mapa de los ejes de poder en el mundo —la energía ha sido una de sus principales bazas—, lo que concuerda con el objetivo cubano de favorecer la multipolaridad en las relaciones internacionales. En aspectos concretos, ambos países trabajan en multiplicar sus relaciones en áreas como transporte aéreo y ferroviario, metalurgia, industria textil, materiales de la construcción, ensamblaje de vehículos automotores, agricultura, salud, educación y cultura. Mientras el gobierno ruso se opone al Bloqueo estadunidense en Naciones Unidas, otra estrategia desde abajo también “combate” el bloqueo: un flujo de cubanos viaja a Rusia, aprovechando la ausencia del requisito de visa, para comprar mercaderías y comercializarlas en redes privadas en la Isla.

[3]  La transcripción de la letra de la canción (“El diez de octubre”, 1916) es de Cristóbal Díaz Ayala.

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Filosofía, lengua castellana y modernidades

 

Por Antoni Doménech y María Julia Bertomeu

 En su España defendida (1609), el joven Quevedo se sintió obligado a llevar

el celo de su apología patria a la misma filosofía:

“¿Por ventura en España halló aplauso vuestro Pedro de Ramos [Petrus Ramus: 1515-1572], perturbador de toda la filosofía y apóstata de las letras? ¿Cuándo abrió en España nadie los labios contra la verdad

de Aristóteles? ¿Turbó las academias de España Bernardino Tilesio o halló cátedras como en Italia? ¿Tiene acá secuaces la perdida ignorancia del infame hechicero y fabulador Teophrasto Paracelso, que se atrevió a la medicina de Hipócrates y Galeno, fundado en pullas y cuentas de viejas y en supersticiones aprendidas de mujercillas y pícaros vagamundos? (…) ¿Qué desechó España por falso y vil que no  hallase estima en vuestra superstición y prejuicio en vuestros libreros?  ¿Qué sagrado libro no manchó Melanchton? ¿Qué ánimo no llevó tras sí la cavilosa adulación de Lutero? ¿Qué no creísteis a Calvino?”

La prodigiosa prosa de Quevedo logra concentrar en un solo paso todos los tópicos que, andando el tiempo, se aducirán para explicar, digámoslo así, la pretendida insuficiencia del pensamiento moderno expresado en vulgar castellano. No falta aquí ninguno: ni la rotunda negativa a poner en cuestión, siquiera en duda, “la verdad de Aristóteles”; ni el hidalgo desprecio de la villana plebe, de las “mujercillas” y los “pícaros vagamundos”; ni, claro está, el esterilizador caveant tridentino –hechura española donde las hubiere– ante todo lo que huela a Reforma protestante y a barbarie septentrional.

Tópicos sobre otros tantos tópicos. Porque –ya veremos con qué verdad cada uno de ellos– son también lugares más o menos comunes:

1) Que la filosofía moderna arranca de una radical ruptura con Aristóteles, en epistemología y en metafísica, no menos que en filosofía práctica: ¿no suele presentarse al radicalmente antiaristotélico Hobbes en todos esos campos como campeón de la modernidad?

2) Que la filosofía moderna, en epistemología y en metafísica, no menos que en filosofía práctica, ha concedido razón y experiencia a la villana plebe y aun a las mujercillas: ¿no se cartearon filosóficamente Descartes y Leibniz con mujercillas, bien que distinguidas? ¿No conversaba de filosofía y de geometría analítica Descartes –en vulgar francés– con su criado Gillot? ¿No raciocinaban mejor en vulgar inglés ciertos campesinos observados

por Locke que los filósofos peripatéticos en estudiado latín? Y si hay que creer a Heine, ¿no restituyó Kant a Dios en su filosofía práctica, después de haberlo destruido en la teórica, para dar alivio y satisfacción a su criado Lampe?

3) Y en fin: que la filosofía moderna va íntimamente unida a la cultura desarrollada en suelo protestante, o, como en Francia, fecundado al menos por la Reforma.

(…)

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Un sello de Marianne inspirado en una feminista de Femen desata la polémica en Francia

Femen: Marianne

 

Los conservadores critican que se haya elegido a una mujer de Ucrania y llaman a boicotear el timbre

Francia ha acogido con división de opiniones un nuevo sello con la efigie de Marianne, símbolo de la República francesa, después de que uno de los autores del timbre, con un diseño que evoca al mundo del cómic, admitiera que para dibujar el rostro de Marianne se inspiró en una activista del colectivo feminista Femen, la ucraniana Inna Shevchenko.

«El modelo de Marianne ha sido una mezcla de muchas mujeres, pero sobretodo de Inna Shevchenko», explicó el domingo en su cuenta de Twitter Olivier Ciappa, coautor junto a David Kawena del nuevo timbre. Ante el revuelo que se ocasionó, el diseñador matizó que la líder feminista «no ha sido la única» fuente de inspiración. «No es que Inna se haya convertido en Marianne. Es una mezcla de personas reales», aclaró luego. Ciappa citó también a la actriz Marion Cotillard, «que representa el talento de Francia en el extranjero», y a la ministra de Justicia, Christiane Taubira, impulsora de la ley que permite el matrimonio y la adopción a las parejas homosexuales.

En Francia, los sellos llevan habitualmente el rostro de Marianne, símbolo del país y de los valores de la Revolución Francesa. Representada en numerosas ocasiones con los senos al aire, Ciappa ha apuntado que desde su punto de vista «en 1789 Marianne habría sido una Femen porque luchó por los valores de la República, la libertad, la igualdad y la fraternidad».

Llamada al boicot

El sello ha sido criticado desde las filas democristianas, que ha llamado a los franceses a boicotearlo. También el colectivo Primavera Francesa, que engloba a los contrarios a la ley que permite las bodas homosexuales, ha denunciado que «la nueva Marianne tiene la imagen del Gobierno: cristianófobo y resentido». El colectivo ha aprovechado para salir en defensa de la mujer francesa: «¿Es que no hay suficientes mujeres bellas y emblemáticas en Francia que tenemos que ir a buscar modelos en Ucrania?», han lamentado.

La protagonista de la polémica, Inna Shevchenko, ha quitado hierro a la polémica y ha subrayado que históricamente, con Marianne, «Francia ha reconocido el papel de las mujeres que luchan. Es un símbolo en el mundo entero», ha argumentado. La activista ha recibido el apoyo de Femen, que en Twitter ha afirmado sentirse «orgulloso de ser un símbolo oficial de Francia».

Instalada en Francia desde agosto del 2012, Inna Shevchenko, de 23 años, ha impulsado en París el primer centro de «nuevo feminismo» donde entrena a mujeres en el modelo de activismo feminista popularizado por Femen en Rusia y Ucrania, y que consiste en acciones muy mediáticas en las que las manifestantes aparecen con los pechos descubiertos para denunciar el machismo, la homofobia, la prostitución y el integrismo religioso.

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Un divorcio sonado (y soñado): la democracia contra la oligarquía

Nos divorciamos, o la democracia contra la oligarquía

“El capitalismo financiarizado que se impone ante nosotros puede considerarse, en efecto, un asalto oligárquico a la democracia. Esto supone una reconfiguración profunda de las relaciones de poder que conduce a su concentración política y económica. Por ahora al menos, el objetivo no parece ser la supresión sin más de las libertades públicas y de los derechos sociales, sino su máxima reducción posible. De lo que se trataría, así, es de preservar regímenes mixtos en los que convivan elementos oligárquicos y democráticos, pero en los que estos últimos ocupen un papel marginal. Sería una variante degradada de lo que los antiguos, una vez más, llamaban oligarquías isonómicas. Regímenes controlados por minorías que toleran la existencia de algunas libertades, siempre que no pongan en cuestión su dominio”. Gerardo Pisarello. Ver Un largo Termidor. La ofensiva del constitucionalismo antidemocrático

Una crítica de nuestra Marianne

La imagen de la Marianne, símbolo de la revolución francesa, aparece en el famoso cuadro de Delacroix altiva, beligerante y con la ropa destruida en el fragor de la batalla por la libertad.

"La Libertad guiando al pueblo" de Eugène Delacroix

«La Libertad guiando al pueblo» de Eugène Delacroix

En cambio, esta Marianne cubana, melancólica, aparece descansando después de la brega.

Marianne cubana

Marianne cubana

El siglo xix cubano pensó y conspiró, en toda su primera mitad, y guerreó a lo largo de la segunda, tanto por la independencia de Cuba como por la forma social y política de esa independencia: la República. Entre tantos homenajes a la gesta, este me gusta particularmente: es un bolero-danzón de Arsenio Rodríguez titulado Adórenla como Martí, donde se escucha: “y recordar a los patriotas que murieron en los campos para darnos con su sangre democracia y libertad”. Escuche aquí la canción: bocinas

Sin embargo, esta bucólica Marianne cubana es símbolo de una República aún inconquistada. Con razón, el ideario republicano posee una imagen conflictiva en Cuba: su desenvolvimiento en el siglo xx nacional así lo amerita. El hecho de llamar «República» al régimen imperante desde 1902 hasta 1959 y «Revolución» al que lo sucedió, expresa este problema, pero no hace parte de su solución: la forma de gobierno que regula la Constitución vigente es, también, una República.

Esta distinción entre Revolución y República no comenzó con 1959. Manuel Sanguily afirmaba en 1924: «Mirando hacia atrás ¿cabría pensar propiamente que la República no es la derivación legítima, sino acaso la adulteración, ya que no la antítesis, de los elementos originarios creados y mantenidos por la Revolución, que la engendraron y constituyeron? Porque en realidad parecen dos mundos contrapuestos: el uno, minoría candorosa y heroica, todo desinterés y sacrificio [la Revolución]; y el otro, mayoría accidental y traviesa, toda negocios y dinero [la República]».

En este blog recuerdo que, por el contrario, la república democrática ha sido, en la historia, sinónimo de revolución. Martí lo decía a su modo: «La justicia, la igualdad del mérito, el trato respetuoso del hombre, la igualdad plena del derecho: eso es la revolución.»

De Juan de Mariana a la Marianne de la República francesa o el escándalo del derecho de resistir a la opresión

por Florence Gauthier

Juan de Mariana

Juan de Mariana

El tema que se abordará en esto texto puede parecer, de entrada, algo extraño. Se trata del nombre Marianne, esto es, la denominación dada en Francia a la República, denominación que procede del nombre del jesuita español del siglo XVI Juan de Mariana. Mi interés por esta cuestión se ha ido derivando poco a poco de las investigaciones que he llevado a cabo durante más de 25 años. Transcurrido todo este tiempo, espero lograr transmitir algunas conclusiones que, a mi parecer, han alcanzado ya cierta madurez.

Todo se fraguó alrededor de una término, “derecho natural”, que aparece en las Declaraciones de los derechos del hombre y del ciudadano de 1789 y de 1793 y que resume la teoría de estas revoluciones. Como historiadora de de la Revolución en Francia y en las colonias francesas del siglo XVIII que soy, no podía dejar de seguir el rastro de este concepto.

Robespierre

Robespierre

Estas revoluciones pusieron sobre la mesa la necesidad de declarar los derechos del hombre y del ciudadano, los derechos de los pueblos a su soberanía, el derecho a la existencia, el derecho a resistir a la opresión. Esta es la razón por la que creo que conviene denominarlas “revoluciones de los derechos del hombre y del ciudadano”.

Fue, precisamente, a través de mis esfuerzos por entender mejor esta noción de “derecho natural” como me fui remontando de la Ilustración a las Revoluciones inglesa y holandesa del siglo XVII, a las guerras de religión del siglo XVI y, finalmente, a los mismísimos comienzos de la era moderna: el momento del Renacimiento. Pues bien, al término de este recorrido hacia atrás, resultó que hallé las primeras fuentes de la tradición del derecho natural en España, en los desarrollos que de él hizo la Escuela de Salamanca y, en concreto, en la definición renovada del derecho natural que le debemos, definición que permitió el florecimiento de la filosofía del derecho natural moderna.

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