Julio César Guanche: Es crucial demostrar que quieres algo más que a ti mismo.

Foto: Julio César Guanche

Por: Yassel A. Padrón Kunakbaeva

Conocí a Julio César Guanche sentado en el contén durante una protesta. Había escuchado hablar de él; es imposible que un hombre que ha transitado por tantos escenarios de las ciencias sociales y políticas de Cuba, con una obra sólida y sincera, no deje huella. Estuvo cerca de grandes como Alfredo Guevara o Fernando Martínez Heredia, dirigió varias editoriales e integró los consejos editoriales de revistas que, en su momento, fueron — y algunas siguen siendo — referentes innegables del pensamiento crítico y emancipador cubano. Mas recuerdo que le tendí la mano y me saludó con la humildad y el espíritu diáfano que lo caracterizan.

Desde entonces, fue creciendo la idea de una entrevista como esta, que sirviera para explorar su perspectiva sobre muchos de los acontecimientos que han jalonado nuestra historia reciente. Desde la experiencia, el conocimiento y la pasión, Julio César Guanche traza en sus respuestas muchas de las pautas en las que se entrelazan nuestros pasado, presente y futuro. No se necesita estar de acuerdo en todo para comprender que, cuando se trata de alguien como él, lo que tiene que decir es completamente atendible.

YPK: Cada momento histórico impone al pensamiento social una serie de retos que le son específicos. ¿Cuáles son las tareas insoslayables del pensamiento cubano actual en las ciencias sociales, desde el punto de vista de la producción intelectual?

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Sí, necesitamos hablar de la cosa, pero necesitamos hablar de varias cosas

Foto: Julio César Guanche

Por Julio César Guanche

  1. Existe, entre cubanos, mucha crítica a la “polarización”. Esta no tiene causas en algún atavismo nacional, tipo “el cubano siempre dice que tú estás completamente equivocado”. Responde, más bien, a la desigualdad en el acceso a lo político. La polarización favorece al que más poder tiene para controlar la voz. Una cultura democrática se preocupa por las voces inaudibles y por la distribución de poder. La política cubana hoy experimenta graves desigualdades entre sus actores.
  2. El triunfo de 1959 caló del modo en que lo hizo por hacer viable un horizonte de igualdad y justicia social, que fue un referente firme en la cultura política cubana, tanto entre adeptos como entre críticos a su modelo. Los 1990 marcaron un antes y un después, una frontera respecto a ese ideal y sus concreciones, posiblemente del tamaño de la referencia que había sido 1959 respecto a su propio pasado.
  3. Es plausible que estemos viviendo actualmente el nacimiento de otra frontera, en momentos de una nueva crisis de los valores de igualdad y justicia social. De ser así, la idea según la cual toda contestación al sistema político cubano busca “la restauración del capitalismo” y el regreso a la “república necolonial,” omite que existen problemas, desencantos, vacíos y disputas legítimas respecto al propio curso de la revolución en el poder, con sus realizaciones, deudas, y derrotas. El  campo de la cuestión racial es un ejemplo ostensible de ello.
  4. La moralización de la política atrinchera a los contendientes. Abundan reclamos de superioridad moral sobre el otro: sea contra el “mercenario”, o contra el “comunista”, contra el “anticubano” o contra el que “no denuncia a la dictadura”. La cultura de la moralización es un impedimento fuerte contra el pluralismo. La elaboración de un otro como ser no moral es el camino para su exclusión, y al, extremo, para su liquidación.
  5. La represión estatal frente a la contestación social, y la naturalización de la injerencia estadunidense en Cuba, son ilegitimidades, no recursos morales.
  6. La violentación del Derecho y la arbitrariedad estatal no tiene solo víctimas  directas, afecta al conjunto de una vida política que se pretenda democrática y a la ética universalista que debe sostenerla.
  7. Los derechos no son para los revolucionarios, sea el espacio público o la salud. Los derechos son para los ciudadanos y las personas. No han estado, y no pueden estar, condicionados por ningún motivo.
  8. La injerencia estadunidense en Cuba, y la política de bloqueo, tiene también víctimas individuales y colectivas. Es una interferencia arbitraria en una comunidad nacional soberana. Su justificación tiene lugar solo desde fuera de cualquier argumentación democrática.
  9. Ciertos enfoques pro-oficiales parecen hoy más enfrascados en justificar la exclusión, que la inclusión. Esa pretensión ha llegado hasta a José Martí, que habría dicho que “todos” no era realmente todos. Nociones reaccionarias sobre la idea del “enemigo” se pretenden ahora también revolucionarias.
  10. En política, el enemigo existe, y es campo de lucha social, política y cultural. Sin embargo, el lenguaje del “enemigo”, como el de la “guerra contra las drogas” en México, es pre político, es incivil.  Convierte el conflicto en amenaza y la diferencia en ofensa. Asegura la existencia del que tiene el poder de definir al enemigo, lo expulsa de la sociedad política y desciviliza la sociedad.
  11. El estado no tiene obligaciones solo con quienes acaten su orden, sino con la comunidad completa de ciudadanos. La construcción colectiva del orden es un derecho. La defensa de tal orden colectivo es un deber. El orden constitucional es un imperativo para todos. El principio de igualdad ante la ley no va sobre que “unos sean más iguales que otros”, o que alguno se arrogue el uso selectivo de la norma que le conviene. El orden constitucional es un paquete, sí, pero en forma de correlación entre derechos y deberes para todos.
  12. Ciertos enfoques pro-opositores parecen creer que el país existe a su imagen y semejanza, que el “ya se acabó”, de la canción de moda, no es una profecía, sino un epitafio. Sus reclamos de “tumbar la dictadura” desconocen que junto con ella tendrían que tumbar a parte —sea del tamaño que crean que sea— del mismo pueblo que prometen liberar. Malinterpretan las bases del Estado cubano, que juzgan sostenido solo sobre la represión. Exigen que toda crítica que se pronuncie sobre el estado de cosas en Cuba se haga en sus propias palabras, cadencia y sintaxis, so pena de ser un “cobarde”, o un “cómplice de la dictadura”. Su horizonte de “tumbar la dictadura” ni siquiera menciona escenarios posibles, y buscados activamente por una zona opositora, de caos y sangre, que no son invención febril del NTV.
  13. Recuerdo que la promesa más grande de las revoluciones en Cuba fue la conquista de la democracia y la integración popular de la nación. Y que tuvo siempre como lenguaje la inclusión. El pan y la libertad, o se salvan juntos, o se condenan los dos, decía José Martí.

Ni inmovilismo ni excepcionalidad. Democracia, republicanismo y socialismo en Cuba a diez años del inicio de la reforma.

Foto: Julio César Guanche

 

Por Ailynn Torres Santana y Julio César Guanche

 

Desde aproximadamente 2010 Cuba está inmersa en procesos de cambios profundos. No se emplea la palabra «reforma», pero lo es, y ocurre en múltiples dimensiones. Todas estas transformaciones poseen legitimidades y problemas de cara a las necesidades y condiciones de posibilidad de la sociedad y el Estado socialista.

La consulta popular y posterior aprobación en referéndum de una nueva Constitución de la República (2019) fue un punto de llegada respecto a cambios que ya estaban en proceso y que la nueva norma formalizó. A la vez, abrió un momento de profunda transformación legislativa que está implicando la creación o modificación de más de un centenar de leyes y decretos. La ciudadanía ha buscado intervenir el nuevo orden jurídico por distintas vías y con distintos grados de éxito.

En el plano económico, la reforma —más audible a nivel internacional— ha sido largamente planificada y publicitada a través de documentos oficiales. Una década después, sigue en curso, con nuevos contenidos. Al respecto, existieron grandes dilaciones y malas decisiones económicas, algunas de las cuales, más que corregir distorsiones, las han reproducido. Los cambios de ese orden exhibieron problemas para enfrentar temas cruciales, como el empobrecimiento y la desigualdad, persistentes y crecientes en el país desde los años 1990.

La reforma económica ha tenido que desarrollarse en un contexto de cambios en la relación con los Estados Unidos. Si bien el «deshielo» de 2017 dibujó una mejora del escenario, bajo el mandato de Donald Trump regresó el ambiente de hostilidad y el progresivo recrudecimiento de las sanciones que afirman el bloqueo económico, comercial y financiero contra Cuba. El hecho ha contribuido al agravamiento de la crisis económica nacional.

Por su parte, agendas, actores y dinámicas de la sociedad civil registran modificaciones; se amplían las esferas públicas y aumenta la capacidad ciudadana de interpelar, impugnar y negociar con la política institucional. Con toda claridad, esos procesos se conectan con agendas globales y regionales: feministasantirracistasanimalistasgremialesreligiosastípicamente políticas, etc. Los registros ideológicos que encarnan son diversos y no necesariamente pertenecen al espectro de las izquierdas que, a su vez, es heterogéneo a su interior.

El conjunto afirma dos hechos. De una parte, desmiente cualquier tesis de «inmovilismo» dentro del país. De otra, cuestiona la excepcionalidad que se atribuye a la realidad cubana dentro de los análisis latinoamericanos. Por el contrario, son evidentes flujos y correlaciones con otros contextos. Su identificación permite auscultar mejor el ya largo proceso de transformaciones que, a inicios de 2021, se profundiza y arroja preguntas sobre el futuro de la nación y su ciudadanía.

Aquí miramos la reforma cubana a través de cuatro lentes: 1) la reorganización del sistema socioeconómico; 2) los cambios relacionados con la representación política, la cualidad del servicio público de los representantes y las (im)posibilidades de control ciudadano; 3) las transformaciones en el orden de la relación entre ley y derecho, el procesamiento democrático de los mismos y la búsqueda de garantías institucionales para ellos; 4) los conflictos de cara al ejercicio de la participación ciudadana y la sociedad civil. Seguir leyendo «Ni inmovilismo ni excepcionalidad. Democracia, republicanismo y socialismo en Cuba a diez años del inicio de la reforma.»

La defensa de la revolución es la defensa de la democracia (II y final). Entrevista con Julio César Guanche

Foto. Julio César Guanche

 

por Oleg Yasinsky

(Ver aquí la primera parte de esta entrevista con el intelectual cubano Julio César Guanche)

El gobierno cubano suele acusar a la prensa independiente en la isla de ser “mercenaria del imperio”. Más allá de las visiones simplistas y caricaturescas, la existencia de los planes desestabilizadores de Cuba, con grandes financiamientos estadunidenses para la lucha por “la democracia” y “los derechos humanos”, es un hecho. También conocemos los graves problemas que plantea el capitalismo a la democracia y sus grandes capacidades mediáticas para la exportación de sus ideas. Con el proceso de la “perestroika” en la Unión Soviética fuimos víctimas de una gran manipulación que terminó instaurando el capitalismo más salvaje. Si se piensa en mejorar y democratizar el socialismo cubano, ¿cómo evadir esta trampa?

Esa discusión tiene varias aristas, aquí enuncio solo algunas.

La política oficial de los Estados Unidos maneja un concepto de democracia que naturaliza el capitalismo como su única posibilidad. Sin embargo, la democracia redistribuye poder, mientras el capitalismo lo concentra. Así vistos, son incompatibles.

La incompatibilidad entre democracia y capitalismo ha sido argumentada no solo por marxistas, sino por un amplio campo de enfoques feministas, antirracistas, ecologistas y decoloniales. Estos encuentran en el patriarcado, la jerarquización racial y la expulsión de costos de producción hacia el ambiente, dinámicas estructurales de reproducción del capitalismo, incompatibles con prácticas de reproducción de la vida humana en condiciones de igual libertad para todos. Para esa lógica, el opuesto del capitalismo no sería alguna clase de socialismo “colectivista”, sino la democracia.

Esto es un ejemplo: si las cadenas capitalistas globales de producción de bienes respetasen en todos sus eslabones los derechos políticos, sociales, laborales y ambientales ya reconocidos a nivel internacional, el resultado sería un crack económico de proporciones inimaginables.

Tal “ineficiencia”, generada por el acceso a derechos, encuentra un enemigo en la democracia concebida incluso en términos tan aceptados como “el derecho a tener derechos”. El historial de los gobiernos estadunidenses contra experiencias democráticas en el mundo, y en específico, en América latina (la Guatemala de Arbenz, la Nicaragua del primer sandinismo, o el Chile de Allende) muestran el tipo de democracia que defienden esas intervenciones.

Los fines de los fondos federales estadunidenses “prodemocracia” no mienten cuando dicen defender la democracia, pero defienden un concepto particular de ella. Si se entiende que la democracia es algo más que blindar el modo capitalista de producción, y de regimentar desde él la vida social, se entienden las críticas a los fines de esos fondos.

La aspiración de una república democrática es la autodeterminación de su comunidad de ciudadanos. Es incongruente plantear esa posibilidad como horizonte, a la vez que aceptar interferencias arbitrarias de otro Estado —para el caso cubano, concretamente los Estados Unidos— sobre la comunidad propia de ciudadanos.

Este argumento se extiende al bloqueo estadunidense, opuesto a la demanda cubana de independencia. En mi criterio, se puede escoger entre apoyar el bloqueo y defender la libertad, pero no se puede defender ambas cosas a la vez. La libertad es incompatible, como mínimo, con las interferencias arbitrarias de terceros. La soberanía nacional es incompatible con cualquier política de intervención unilateral de terceros. En ello, la soberanía debe definirse frente a una política externa de perfil imperialista y hacia la política interna: el soberano tiene que serlo por igual hacia afuera y hacia dentro. Seguir leyendo «La defensa de la revolución es la defensa de la democracia (II y final). Entrevista con Julio César Guanche»

Sobre la historia de Julio Antonio Fernández Estrada, o la historia de nosotros mismos

Julio Antonio Fernández Estrada, en casa de una de “Los Fernández”, con el retrato de su padre al fondo. Foto. Julio César Guanche

 

Por Julio César Guanche

 Hace unos años, en medio de una de tantas situaciones “problemáticas” con los cineastas cubanos, Fernando Pérez, presentó la revista Cine Cubano. Allí Fernando dijo: “ya Alfredo (Guevara) ni Titón (Gutiérrez Alea) están con nosotros. Pero estamos nosotros.”

La abrumadora mayoría del pensamiento crítico, de alto nivel intelectual y orientado por la calidad  moral de la justicia, producido en Cuba desde fines de los 1960 —el problema existe en todas partes, pero estoy hablando de Cuba— ha confrontado un vasto campo de problemas para su elaboración y para su circulación.

El etiquetaje de sus autores ha usado muchas consignas, pero ha tenido una matriz continuada:  la incapacidad para procesar la diferencia, la indeseabilidad de la crítica por parte de una zona fuerte de los discursos oficiales y la renuencia a reconocer el conflicto como una dimensión principal que constituye la política.

Seré breve y pido disculpas de antemano por la referencia personal. Crecí bajo el magisterio “cruzado” de la generación de Pensamiento Crítico y del Centro de Estudios de América. Conocí a Fernando Martínez  Heredia cuando me invitó por primera vez a su casa (y la de Esther Pérez) tras mandarle las transcripciones que, como cosa mía, yo hacía de sus intervenciones aquí y allá. Conocí a Alfredo Guevara cuando me llamó a su oficina, el día antes de mi primera boda, después de encontrarnos varias veces seguidas, como un espectador más, en charlas suyas. No me los presentaron amigos, no tenía padres que los conocieran, etc. Nos conocimos y nos hicimos amigos porque nos buscamos.

Roberto Fernández Retamar me pidió, sin conocerme  apenas en persona, que le presentara su volumen “Cuba defendida”. Lo mismo me pidió Desiderio Navarro, cuando me pidió presentarle “In medias res publica”, en medio de la “guerrita de los correos”. Con todos ellos, conservé admiración, trato estrecho y/o correspondencia fraternal hasta sus respectivos  decesos.  Otros, que ojalá sigan con nosotros mucho tiempo, como Aurelio Alonso y Juan Valdés Paz, más que padres son hermanos.

Digo esto no por ganas de hablarme frente al espejo, sino porque otra vez, como sucede por igual desde hace años, algunos espacios de Facebook con un entusiasmo digno de mejor causa muestran gran interés y “conocimiento” sobre mi historia personal.

Pero lo digo sobre todo porque todas esas relaciones se mantuvieron, o mantienen, habiendo yo atravesado ya la gran mayoría de todos los proyectos político intelectuales de los que he participado, creo que todos ellos junto a Julio Antonio Fernández Estrada.

 

Julio Antonio Fernández Estrada y Julio Cesar Guanche, alrededor de 2010. 

El magisterio de esas personas no consiste, para mí, en repetirlos, sino en ser leales al “sol del mundo moral” que me propusieron y que acepté a conciencia hasta hacerlo convicción de mi vida.

La mayoría de ellos ya no están, pero, como dijo Fernando Pérez, estamos nosotros.

Probablemente, no les llegaremos a la “chancleta”, pero algo hemos hecho. Hemos trabajado, hemos estudiado, hemos escrito y seguiremos haciéndolo. No nos hemos plegado al capitalismo académico que pretende obligar a escribir solo para revistas indexadas —y dentro de ellas, además del “más alto puntaje”—, que solo producen conversaciones entre 3 ó 4 colegas. Tampoco nos hemos plegado a la comodidad de producir discursos “interesantes”, pero sin filo político alguno. Tratamos de poner el resultado de nuestro trabajo al servicio del público. Somos intelectuales, sin que eso sea mérito particular, y creemos en la noción de intelectual público que defendía Jean Paul Sartre.

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La tolerancia es necesaria, pero no suficiente. ¿O puede la intransigencia ser democrática?

Foto: Julio César Guanche

Por Julio César Guanche

 

A la memoria de Broselianda Hernández, en su papel de Leonor Pérez

 

Un ejemplo muy celebrado de la intransigencia como virtud en la historia cubana es la Protesta de Baraguá, protagonizada por Antonio Maceo en 1878. Su frase “no nos entendemos” es reconocible en campañas oficiales de comunicación y en el lenguaje popular cubano.

Otra virtud política, mucho menos elogiada en Cuba, es la tolerancia. José Martí la defendió a conciencia: entendía que la “disciplina y la tolerancia” eran esenciales para el programa revolucionario democrático.1

Ambos conceptos pueden ser contradictorios. La intransigencia es un compromiso innegociable con un valor considerado superior por sus defensores. La tolerancia supone respeto y reconocimiento frente a distintos marcos de valores.

También, la intransigencia y la tolerancia pueden, e incluso necesitan, convivir. La intransigencia es un valor democrático cuando se opone a expresiones de violencia discriminatoria. La intransigencia frente a los comportamientos que reproducen injusticia social y exclusión política hace parte de la tolerancia democrática. Seguir leyendo «La tolerancia es necesaria, pero no suficiente. ¿O puede la intransigencia ser democrática?»

Sobre el gorro frigio, republicanismo e independencia nacional

 

Por Rafael Acosta de Arriba

Entrevista con Julio César Guanche

 

Carmelo González. Una versión cubana de la libertad guiando al pueblo, de Delacroix.

 

El tema de la República y los republicanismos ocupa buena parte de la obra intelectual más reciente de Julio César Guanche. Probablemente él sea un de los principales especialistas en el panorama de nuestras ciencias sociales. Obra intelectual que ya cuenta con algunos títulos imprescindibles para el estudio de nuestra historia: La imaginación contra la norma. Ocho enfoques sobre la República de 1902 (2004), El continente de lo posible. Un examen de la condición revolucionaria (2004), La verdad no se ensaya. Cuba, el socialismo y la democracia (2012) y La libertad como destino. Valores, proyectos y tradición en el siglo XX cubano (2012), entre otros libros, algunos de ellos premiados, que constituyen un corpus de pensamiento de lo más sólido y más riguroso que han prodigado las ciencias sociales del país en los últimos años, con el fin de pensar críticamente nuestra historia. El estudio de la tradición republicana de Cuba es un tema que recorre transversalmente todos esos libros.

Guanche lo ha estudiado profusamente desde una gran variedad y pluralidad cultural de sus fuentes y referentes. En ese empeño, ha barrido un vasto espectro de autores que, situados en diferentes posturas académicas y políticas, han meditado sobre la república y los republicanismos, desde los clásicos griegos hasta los pensadores más recientes. Solo después de haber examinado conceptos y autores claves en el ámbito universal es que nuestro autor incursionó en el caso cubano, y ya en situación, ha hendido el bisturí en los antecedentes y surgimiento de las ideas republicanas en Cuba hasta llegar a considerar la gestación de una tradición.

Creo que es una investigación fascinante y muy valiosa, sobre todo en la coyuntura histórica que atraviesa el país, la que desarrolla este joven investigador y para el cual he preparado un grupo de preguntas acerca de esas indagaciones historiográficas.


¿Cómo se ha pensado y se está pensando la tradición republicana en el mundo actual?

Hay al menos tres dimensiones involucradas en esta pregunta. La primera son los programas políticos republicanos. La segunda es la conciencia histórica –el conocimiento y la memoria–acerca de la naturaleza de tales programas, o su olvido o dilución de su contenido en otras categorías –como “forma de gobierno”, “liberalismo” o “socialismo”–. La tercera es la esfera de los estudios especializados sobre el tema.

La existencia de la primera de esas dimensiones –los programas republicanos–, si se escucha a las fuentes directas, se debería tomar como un hecho. La revolución francesa, y su ideario republicano, fue el modelo referencial para el XIX.

Esto no significa que fueron “ideas importadas” en otras latitudes. Antes bien, fueron ideas que en muchos casos se co-produjeron en medio de conflictos concretos (por ejemplo, entre las revoluciones de Francia y Haití) y se recrearon según las necesidades, intereses y contextos culturales en que debían funcionar. El cineasta cubano Fernando Pérez, en El ojo del canario, identifica bien el proceso cuando pone a su personaje a decir que la democracia es aquello por lo que se lucha en Guáimaro. Seguir leyendo «Sobre el gorro frigio, republicanismo e independencia nacional»

Música y democracia ¡agua!

Roberto Fonseca, Foto de Alejandro Ramírez Anderson

Por Julio César Guanche

Al menos tres de los más importantes discos cubanos editados recientemente son recorridos por un enorme diapasón de géneros de la música cubana: ADN, de Alain Pérez, ABUC, de Roberto Fonseca y Cubafonía, de Daymé Arocena.

Cubafonía, en doce canciones, combina once géneros. Abuc conjuga bolero, filin, jazz, mambo, chachachá y contradanza. En ADN se dejan escuchar influencias de décima, tonada, guaracha, son, salsa, flamenco, jazz, rumba, guaguancó y timba. Fonseca dice que “uno toca como piensa”. Daymé exclama que “…nadie (es) más feliz que yo de mi negritud, de mis etnias y de todo lo que viene conmigo”. Alain Pérez piensa que hace lo que hace “sin dejar de mirar hacia adelante, porque somos contemporáneos. Ese es mi background, ese es mi concepto”.

Es música cubana y del mundo, de primerísima calidad global, hechos por jóvenes entre los 20 años y los tempranos 40. Todos nacieron bajo el bloqueo, han vivido el mundo, viven o hacen conciertos en su país; tienen memoria de los muñequitos rusos, pero no de la reforma agraria; y no se tiene noticias de su opinión sobre las reuniones sindicales en Cuba.

No se descubrirá nada diciendo que la música cubana, y Cuba misma, es un resultado de infinitud de mezclas, como lo son, dicho sea de paso, con diferente grado, todas las culturas y todas las naciones. Pero la insistencia de estos discos por la “universalidad concreta”, por la apertura a la diversidad, por la mezcla y la apropiación, y así por la reelaboración crítica de lo propio es algo a destacar en este momento.

Daymé Arocena, foto de Claudio Pélaez Sordo

 

Estos discos se pueden leer como “ponerse en situación”. O más sencillamente: como dar una opinión, y una fuerte opinión.

No se trata de celebraciones apolíticas de las mezclas, que escondan las desigualdades. Una versión extendida sobre el mestizaje cubano —como hizo con lo indígena el mestizaje “oficial” boliviano, calificado por Jorge Sanjinés de “mito conciliador de la nación”— también ha escondido la “negritud” en versiones alegres del ajíaco, y ha sido empleado para desactivar demandas fuertes en nombre de una versión dominante de “lo cubano”.

No obstante, hay otras maneras de valorizar el mestizaje. Gruzinski lo ha escrito con estas palabras: “los mestizajes no son nunca una panacea: expresan combates que nunca tienen ganador y que siempre vuelven a empezar. Pero otorgan el privilegio de pertenecer a varios mundos en una sola vida…”

Bolívar Echeverría, desde lo más destacado del marxismo mundial de la segunda mitad del XX, ha reconocido el mestizaje como clave de la construcción de lo moderno: “lo moderno de una sociedad se expresa justamente por su capacidad de abrirse hacia otras entidades sociales y romper, por lo menos parcialmente, con las barreras que las sociedades premodernas construyen alrededor de ellas para cuidar una supuesta pureza cultural.”

Alain Pérez, foto de Tony Hernández y Ramsés Batista

 

La polifonía de estos discos no es nueva en la música cubana, ni tampoco lo es la demanda de diversidad que expresan. Pero en esta hora global que vive cierres extremadamente peligrosos (racistas, xenófobos y oligárquicos), y en esta hora nacional empeñada en cierta política de “conmigo o contra mí”, esta música cubana dice que no hay que tener miedo a las mezclas, que estas son más poderosas cuando se está abierto al mundo, se reconocen diferencias y se las procesa sin pacificarlas ni renunciar a los conflictos.

Esta música no solo ofrece sonidos de fondo a demandas cubanas de hoy, sino formulan desde su propio cuerpo su particular demanda de inclusión y de participación en la construcción crítica de lo propio, esto es, también, de un nuevo y ampliado espacio político cubano que reclama alto y fuerte: ¡Agua!