Por Ana Cairo
Para Max Lesnik y Julio César Guanche.
- Un mellista.
Cuando ya el tiempo es ido, uno retorna
como a la casa de la infancia, a alguien,
días, rostros, sucesos que supieron,
recorrer el camino de nuestro corazón.
Fina García Marruz: el poema “1”, en Visitaciones, UNEAC, 1970, p. 171.
El 19 de abril falleció Alfredo Guevara. Me enteré después de la seis de la tarde, minutos antes de que cerrara la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí (BNCJM). Yo había estado trabajando una buena parte del día en la Sala Cubana, ajena a noticias y a llamadas telefónicas, en un libro y una multimedia sobre Cirilo Villaverde (1812-1894). Ya de salida, me había llegado a la sala de referencias para ver si me podían encontrar una información; me atendieron rápidamente con cordialidad y allí me lo dijeron.
Comenté que no sabía que estaba ingresado; que –para mi desgracia- no volveríamos a conversar alegremente sin grabadoras, sin tomar notas ; que solía hacerle las más raras preguntas y él, muy divertido, las contestaba; que, a veces, él deslizaba informaciones muy singulares y las dejaba truncas ex-profeso, con lo que multiplicaba mi curiosidad y la certeza de que volveríamos a dialogar; en los últimos tiempos estaba predominando el intercambio por teléfono.
En la nota de prensa, se informaba que el 20 de abril sus cenizas serían dispersadas en la Escalinata de la Universidad de La Habana. A propósito de ello, en la entrada principal de la BNCJM, algunas personas me expresaron su desconcierto; estimaban que hubiera sido más “lógico”, que la ceremonia se efectuara en la sede del ICAIC, o en la del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano.
Me preguntaban por qué él había elegido la Escalinata y les respondí que era la mejor demostración de la coherencia de su pensamiento, porque él vivía muy orgulloso de su linaje revolucionario. Se trataba de la reactualización de una eficiente metáfora carpenteriana, la que daba título al relato Viaje a la semilla (1944).
Sugerí a mis interlocutores que asistieran a esa original despedida, la primera que se haría en uno de los símbolos habaneros y que quedaría como una opción a repetir por otros en la historia universitaria. Yo asistiría no solo por el agradecimiento a su permanente solidaridad, sino por el respeto admirativo a la tradición revolucionaria implícita en dicha elección.
Caminando hacia mi casa, recordé que con motivo del 110 aniversario del natalicio de Julio Antonio Mella (1903-1929), el 25 de marzo, el boletín digital mensual Librínsula , vocero de la BNCJM, había dedicado el espacio “Imaginarios” al líder juvenil.
Cuando me pidieron colaboración , lo primero que sugerí fue la actualización de imágenes artísticas sobre nuestro Apolo revolucionario, desde el famoso cuadro de Servando Cabrera Moreno Mella en la calle Obispo, el cual había sido difundido por la FEU ya en postales, ya en pancartas, a partir de la generosidad para dejar fotografiarlo de Guillermo Jiménez (Jimenito, propietario del original) hasta la estatua Mella en la Escalinata de José Villa, emplazada en la Universidad de las Ciencias Informáticas .
Insistí en que debían realzarse las imágenes del catálogo de la gran exposición (2010) organizada por Alfredo Guevara en la sede del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, con motivo del evento.
También se incluyó en Librínsula, un fragmento en el que se evocaba a Mella dentro de una “autobiografía” inédita de Juan Marinello (1898-1977), que él había escrito a sugerencia de Alfredo para servir de fuente primaria en un documental.
Alrededor de 1978- 1979, yo había leído dicho texto cuando el archivo del poeta, ensayista y político, todavía estaba en su casa. Sabía que el mecanuscrito se hallaba en la colección Marinello de la Sala Cubana de la BNJM.
Un día conversando con Alfredo sobre su amistad con Marinello, yo aludí a la existencia de dicho mecanuscrito. Días después, una colaboradora suya me pidió urgentemente que ayudara porque él quería leerlo. Como el texto no se denominaba autobiografía, no lo podían localizar en la Sala Cubana.
Finalmente, Alfredo pudo leerlo en una fotocopia y entonces me contó que el origen de tan singular documento había estado en su deseo de hacerle varias filmaciones a Marinello, idea similar a lo que se había hecho con Alejo Carpentier (1904-1980). La dificultad paralizadora del proyecto estuvo en que Juan no tenía las habilidades de comunicador moderno, carismático, que habían caracterizado a Alejo.
Alfredo estaba muy complacido con el interesante mecanuscrito, porque comprendió mejor la gran amistad que los había unido; Marinello había atendido a su deseo y guardó el documento sin decirle nada en espera de que se concretara el proyecto en el ICAIC.
A partir de la publicación de Mella: 100 años (2003), Alfredo había querido conocerme. Él era un mellista apasionado. Estaba orgulloso de provenir de dicho linaje, como muchos de los políticos formados en las acciones de la FEU.
Estaba fascinado con las infinitas posibilidades estéticas y políticas que se derivaban de la metáfora de asumir a Mella como un “Apolo revolucionario”. Era uno de los motivos del libro, que más le había interesado. Seguir leyendo «Alfredo Guevara y la escalera de piedra, esa prueba de reencuentros, saludos y recuerdos.»
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