El cine, como la república, será libre o no será


Por Julio César Guanche

En una discusión sobre el cine cubano de los años ochenta, frente a lo que consideraba una tendencia que simplificaría lo “popular”, Alfredo Guevara decía:  

“Yo estoy formado en dos vertientes y por eso no me lograba entender con ellos [los hacedores de ese cine que criticaba], una es clásica, pero yo no hablo del clasicismo académico sino griego, y yo me formé en el teatro con Aristóteles y en la dramaturgia de la tragedia griega que tiene una estructura que es la base de toda la dramaturgia. Se escapa de ella, se la contradice, pero es el punto de referencia. Y yo me sentía muy seguro de lo que estaba haciendo.”[1]  

Por fuera de esa discusión, hay otra línea, más inadvertida, que Guevara podía compartir con Aristóteles: la idea de que “la polis es el ethos”, la cultura material en el sentido antropológico de ese término. La ley que fundó el ICAIC, apenas en marzo de 1959, como es sabido, decía en su primer por cuanto: “el cine es un arte”, pero también aseguraba que “el desarrollo de la industria cinematográfica cubana comporta el establecimiento de una nueva fuente de riqueza y trabajo, de la que resultarán beneficiados técnicos, artistas, laboratoristas, músicos, escritores, etc.”  

Esa idea de cultura produjo, desde el ICAIC, una cinematografía extraordinaria, un festival, una revista, una escuela de cine internacional, una Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, el sistema del cine móvil, la capacidad de teorización sobre el propio cine y sobre el cine propio, el Grupo de Experimentación Sonora, lo que pudo ser el Grupo de Experimentación Gráfica ‒que produjo el nuevo cartel cubano‒, una cinemateca, un sistema nacional de salas de cine con precios de acceso abierto, un soporte de infraestructura para el cine latinoamericano, un completo modelo de formación crítica del público, que incluía la televisión, y un sentido de “cosmopolitismo y apertura” en un país situado dentro del bloque socialista en medio de la Guerra Fría.

 Por supuesto, esos “documentos de cultura” tenían también su contracara de “barbarie”. El ICAIC, que nació en su concepción socioestética del cine independiente ‒como El Mégano, película que en su momento fue secuestrada y cuyos autores sufrieron represión‒, devino monopolio de creación y distribución. Con ello, se afincó en la idea de “punto cero” del nuevo cine cubano ‒ tan fiel, por otra parte, a la idea de “nuevo origen” de todas las revoluciones‒, en el mito del “cine sin historia” ‒que trazaría un paralelo con la condena en bloque del pasado prerevolucionario‒ y en el enfoque “icaicentrista”, que condenó a la invisibilización o la censura lo que le quedaba al margen.  

Con conciencia de ese legado, la Asamblea de Cineastas Cubanos devuelve a la esfera pública cubana la idea aristotélica de la polis como ethos. De ethos, sea dicho también, proviene la palabra ética. Este colectivo de hacedores de cine radicaliza la cuestión del Libro III de la Política: “Lo primero que debemos considerar en esta investigación [sobre la monarquía] es si conviene más ser gobernado por el mejor hombre o por las mejores leyes”.  Por eso, defienden, como una virtud propiamente republicana, la necesidad de una ley de cine. Por eso, defienden el cine cubano, producido dentro y fuera de Cuba, su industria, su sistema de creación, el clima intelectual que debe servirle de base y el derecho del público a ver y criticar su cine.

Alfredo Guevara, formado con la experiencia de la República española como referente, podía decir también:

“en la Universidad de Santiago [Universidad de Oriente] se refugiaron unos cuantos profesores españoles importantes, en las ciencias y en las humanidades. Y no es que fueran españoles, es que trasmitían ideas que la república fue… yo no me atrevo a afirmar lo que voy a decir ahora, pero como metáfora casi: la Revolución cubana, que no está lograda plenamente, pero un poco comenzó a realizar el proyecto que no tuvo secuencia en la república [española].”[2]

 La Asamblea de Cineastas recupera la crítica de esa conciencia de lo que pudo ser, y afirma, colectivamente, lo que debe ser: tenemos que ser una República. El cine cubano será parte de ello. Lo uno y lo otro, será libre o no será.

[1] Fragmento de testimonio de Alfredo Guevara, en archivo del autor.  

[2] Ídem.

En Alterna. Magazine de la Asamblea de Cineastas Cubanos. Ver el número 1 de Alterna  completo aquí: