Al pueblo, lo que es del pueblo, querido Pablo

Pablo Milanés, foto tomada de internet

Por Julio César Guanche

Pablo Milanés ha dicho de sí mismo que es un “un enfebrecido amante de lo popular”.

En la película “La primera carga al machete”, Pablo interpreta a un bardo, figura central de la cultura cubana. En “Una novia para David”, ese otro clásico de culto popular, Elena Burke canta a Pablo. “Ámame como soy” tiene allí una interpretación que completa el significado de lo inolvidable.

En esa búsqueda, Pablo fue haciendo feeling, guajira, son, jazz, para hacer una trova que es muchas cosas a la vez. Cantó con su maestro, Miguelito Cuní, quien lo consideró “un sonero aventajado”.

Mucho antes del Buenavista Social Club, fue Pablo quien “rescató” a los viejos maestros de la música popular cubana en el disco Años. No hay nación, ni cultura nacional, que sobreviva sin puentes. Pablo lo es entre generaciones y géneros.

Omara Portuondo presentó a Pablo y a Silvio sabiendo que tenían que encontrarse, y cantaría canciones de ambos. Luego, Pablo fue figura crucial del Grupo de Experimentación Sonora (uno de los grandes monumentos de la música cubana de todos los tiempos) y fue fundador del Movimiento de la Nueva Trova, que conectó la canción popular a temáticas sociales y políticas y se hizo así de un lugar en el mundo.

En el camino, cantó a los pueblos de América latina, a Salvador Allende, a Nicaragua, a Puerto Rico, a Viet Nam, a Mandela. Sobre los Estados Unidos dijo una vez: “Estados Unidos es dueño absoluto del mundo, es el primer terrorista organizado a través del Estado”. «Yo pisaré las calles nuevamente» es un himno democrático popular en el continente.

Mulato, tuvo siempre conciencia racial. Usó aquel hermoso espendrú, en tiempos en que no se debatía públicamente sobre el racismo en Cuba, y cantó a Angela Davis. Luego, siguió denunciando, hasta hoy, el racismo en Cuba. No ha sido casual su apoyo a Gerardo Alfonso, a Alberto Tosca, a Xiomara Laugart, a Marta Campos, a Raúl Torres. Lo hizo a conciencia, pero sin exclusivismos “raciales” a la hora de colaborar y crear.

Haydee Santamaría, cuyo nombre le puso a una de sus hijas, le pidió musicalizar versos de Martí. Lo hizo en muy breve tiempo. Pablo conectó con la poesía de Martí como con ninguna otra. Es su disco preferido, ha dicho. En una noche en Quito, con amigos de toda América latina, una amiga cantó “Amor de ciudad grande”, con su música. Todos la conocían. Con similar belleza, interpretó a Vallejo, o a Guillén.

Para el fundamentalismo de derechas, Pablo ha sido muchas veces un hombre del “régimen cubano”. Él mismo se explicaría así: “Sí, porque soy un abanderado de la revolución, no del Gobierno. Si la revolución se traba, se vuelve ortodoxa, reaccionaria, contraria a las ideas que la originaron; uno tiene que luchar”.

Para el fundamentalismo de izquierdas —una joven española, más conocida en Cuba que en su tierra, ha escrito el más reciente capítulo de esa saga—, Pablo debe ser juzgado solo por su actitud ante el Gobierno cubano. Ciertamente, Pablo no es el joven que fue en los 1960. Tampoco lo es lo que llaman hoy, sin cuidado crítico alguno, “Revolución cubana”.

En cualquier caso, es un hecho que la “sombra gigantesca” de Cuba sobre América Latina tras 1959, hasta hoy, le debe muchísimo a Pablo (y a Silvio).

Por fuera de esos humos, hay más de 40 discos en solitario, atravesados por los temas del amor, la vejez, la patria, la lucha, la desesperanza, la felicidad, y las muchas formas de la agonía propias de un Unamuno. Hay en todo ello fondo social.

Pablo desafió, también, la “hombría” cubana, esa cosa tan patética a la que adscribe el propio Estado cubano, con canciones que aseguran “la prefiero compartida”, o “no somos Dios, no nos equivoquemos otra vez”, en respeto a la opción por el mismo sexo.

Lo hizo quien estuvo en las UMAP, se escapó de ella, pasó dos meses detenido en la Cabaña, fue enviado a un campamento de castigo, y siempre esperó disculpas públicas por aquel escarnio nacional.

A sus 22 años, escribió “Y en cuanto a la muerte amada, le diré si un día la encuentro, adiós que de ti no tengo interés en saber nada.” Se lo puede repetir hoy, que lucha entre la vida y la muerte.

“Pobre del cantor” ha sido más que un lema para Pablo. Es un poeta de la lengua española popular. En Cuba se sienta a la mesa con Sindo Garay, Manuel Corona, Teresita Fernández y Ñico Saquito.

Al pueblo, lo que es del pueblo, querido Pablo.

Playlist: La patria es su música

Ilustración Laura Llópiz y Pepe Ménendez

Por  Magazine AM:PM

La música es el corazón de la cultura cubana. No hay ninguna otra expresión cultural en el país que tenga su alcance, profundidad,  penetración, y capacidad de influencia social. La música cubana no es una forma de explicar a Cuba, es una explicación per se: sus estructuras, sus sonoridades, sus motivos, sus instrumentos, son ya explicaciones en sí mismas de lo cubano.

Cantarle a la “gentil bayamesa”, por Céspedes, Castillo y Fornaris, fue sinónimo de cantarle a Cuba. Una canción romántica devino así himno patriótico. La invasión de Oriente a Occidente, en la guerra del 95, no transportó solo hombres y armas. Permitió el cruce de sonidos, composiciones, estructuras musicales a lo largo de todo el país. 

El pueblo cubano nacido de esa gesta se formó tanto en la carga al machete como en las noches de campamento alrededor de una guitarra, en la que escuchaba sonidos provenientes de “las opuestas regiones” de Oriente y Occidente.

Martí escogió la ópera Carmen para la educación sentimental de María Mantilla, una obra donde la protagonista asegura que “libre nació y libre ha de morir”. 

El tarareo de una canción es casi siempre el murmullo tumultuoso de la historia cubana, sea dicho en serio, como pasa con “fuego, candela, se quema La Maya”, o sea dicho en clave como sucede con “lleva en su alma La Bayamesa”.

La formación del pueblo cubano tiene varias fuentes —el barracón, el comercio urbano, la “manigua redentora”—, pero fue la música la que consiguió dar el primer y definitivo lenguaje a la vastísima diversidad de influencias que gestaron “lo cubano”. 

Con esa historia, no es casual que el grueso de los combates ideológicos nacionales, en cualquier época, desde Guáimaro hasta 2021, desde La Bayamesa hasta Patria y vida, pasando por 1902, 1912, 1933, 1959, 1970, y un enorme etcétera, tengan siempre un registro musical.

No hay patria sin virtud, decía Félix Varela. Tampoco hay patria, en Cuba, sin música. Y esa es también su virtud: el calado de esa música es proporcional a su compromiso entero con el pueblo cubano, en haberle sabido cantar, como decía Sindo Garay, al grito de la patria, ese lema, esa religión. 

Esta playlist curada por Magazine AM:PM recoge ese compromiso. Con conciencia de su diversidad, transita por una enorme escala de géneros, motivos y composiciones. A todos los temas los recorre una misma pasión, a la vez política y cultural, que es punto de partida tanto como de encuentro: Cuba como rapsodia, con tantas partes distintas entre sí que pueden unirse libremente, y, a la vez, escucharse en conjunto. (Julio César Guanche)

Adalberto Álvarez. In memoriam (1948-2021)

Por Julio César Guanche

Además de admirar su música, leí todas las entrevistas que encontré de Adalberto Álvarez.

Había en ellas cosas capaces, siempre, de sorprender, con una sabiduría muy asentada, criterios muy propios sobre muchas cosas y que me servían a su vez como metáforas para explicar otras situaciones.

Siempre repito dos cosas que leí en Adalberto sobre música, pero que para mí metaforizaban otras cuestiones:

1) Los muchachos que salen del ISA vienen con unos arreglos buenísimos, pero muy abigarrados. Yo les digo: de este arreglo salen cuatro canciones, y las cuatro muy buenas, decía Adalberto. Es un entendimiento para mi profundísimo sobre la complejidad de la música popular, de la cultura popular, que no crece por añadirle “complejidad” instrumental, sino por la calidad y la belleza de lo que sabe presentarse con “sencillez” por haber entendido antes, a fondo, la grandeza de su propia complejidad.

2) En todos mis conciertos yo miro todo el tiempo a los bailadores. Cuando veo que uno solo tiene dificultad para entender el ritmo de mi música, dirijo la orquesta según lo que voy viendo en ese bailador. Que consiga bailar, entendiendo lo que hago, es uno de mis objetivos. Esta música es para bailar. Y eso hay que entenderlo todo el tiempo, decía Adalberto, más o menos, con palabras que recuerdo ahora de memoria. Por mi parte, siempre tomé esas palabras como una metáfora más grande sobre la democracia: esta se hace para su bailador, que es el ciudadano. Si este no “entiende el ritmo”, el problema no es del ciudadano sino de la música (el discurso y la práctica) que le ponen. La política tiene que ser un ritmo para poder bailar, esto es, para poder vivir.

La patria, decía María Zambrano, es la lengua. Yo digo también que es la música de Adalberto.

Gracias por todo, caballero del son, contigo, la cuenta sí da. Sabemos que eres sonero, y que nunca vas a mentir sobre eso.

«Yo soy sonero y no lo niego. Le canto al trabajo y al amor. Le canto al trabajador, que hace posible mi canto».

Los Casetes de AM: PM – Música y Política

Foto: Raúl Cañibano

De AM PM:

«La canción Patria y Vida —interpretada por Yotuel Romero, Gente De Zona, Descemer Bueno, Maykel Osorbo y El Funky— se ha convertido en el más reciente símbolo de los reclamos desde la música al gobierno cubano. De la larga relación entre música y política en Cuba conversamos en este séptimo episodio de Los Casetes de AM: PM, grabado de manera remota gracias a las bondades de Telegram. 

«La musicógrafa y autora del blog Desmemoriados. Historias de la música cubana, Rosa Marquetti; el jurista, investigador de ciencias sociales y amante de la música toda, Julio César Guanche; y el coleccionista y miembro de nuestro consejo editorial, Rafael Valdivia responden al llamado de nuestro director Rafa G. Escalona para dialogar sobre este antiguo y conflictivo matrimonio. 

«Lo hacen partiendo de algunas preguntas que funcionan como una suerte de disparador para el debate: ¿Qué se entiende por canción política? ¿Una canción de amor puede ser una canción política? ¿Las nuevas formas de cantarle al amor pueden tener un profundo contenido político? ¿Han existido cambios conceptuales o formales en la manera en que la música se acerca a la política en los últimos 15 años?

«Les invitades se cuestionan en este podcast el doble viaje entre politizar lo estético o estetizar lo político. ¿Por qué caminos transitan les creadores hoy?, preguntan. Y, a lo largo de una hora, nos demuestran que no hay nada nuevo bajo el sol.  El recorrido toma, a veces, un camino a la inversa, donde la revisión de nuestro pasado musical y de aquellas composiciones que tuvieron una tradición de uso político se hace necesaria. «

Roberto Fonseca: “Respeto a todo aquel que lucha por crear”. Un solo de música cubana con el pianista y director de Temperamento.

 

 

Foto: Alejandro Ramírez Anderson.

Foto: Alejandro Ramírez Anderson.

Por Julio César Guanche

El panorama de la música cubana está muy interesante. Hay mucha gente, sobre todo jóvenes, haciendo cosas buenas y arriesgadas. El país se ha abierto mucho a la información. Y lo ha hecho desde fuera hacia adentro, pero también desde Cuba hacia el mundo.

Estamos en una época de muchas necesidades, sobre todo económicas, y algunos quieren llegar al mercado, dar el golpe de efecto, el paletazo y pegarse. Así adquieren otro nivel de entrada económica. En ello, hay gente que no se preocupa tanto por la propuesta artística como por los números –los views, los likes.

Hay un grupo pendiente de ese tipo de dinámica, pero hay otro grupo interesado en utilizar esas herramientas de Internet para mostrar los valores que tiene nuestra música y nuestra cultura. Si me preguntas a mí, a Roberto Fonseca, estoy convencido de que este último es el camino.

 

Fotos: Alejandro Ramírez y Otmaro Rodríguez
Foto: Alejandro Ramírez Anderson.

El cliché de lo cubano

La cultura cubana es muy rica y respetada en el mundo. No hay cosa que me moleste más que estando fuera me digan: “¿Cuba? Qué rico, eso es mujeres, tabaco y ron”. Pues mira, yo no tomo ron. Alguien en broma siempre me dice “ah, entonces, tú no eres cubano”.

Alguna gente nos trata como “bárbaros”, porque existe un mercado interesado en mostrar solo las posiciones contrarias a lo que pasó en Cuba después de 1959. Muchas veces ese mercado hace cosas burdas. No estoy hablando sobre si es mala música. Estoy hablando del interés al que responde.

Por ir en otra dirección, estoy muy implicado en los festivales cubanos de jazz. Soy el Director Musical del Jazz Plaza y el presidente del Festival de Jazz de Santiago de Cuba. Mi interés no es solo que el público escuche a los artistas globales invitados sino que ellos escuchen a los cubanos y vean todo lo que se produce aquí en géneros y estilos.

No es solo mi empeño. Chucho Valdés es el máximo exponente que tenemos del jazz latino. Él tuvo todas las herramientas, las puso en el mercado y fue decisivo para poner a Cuba en el lugar en el que estamos. Tenemos a Chano Pozo y a Dizzy Gillespie en la creación del jazz latino, pero Chucho lo llevó al nivel de decir “yo soy cubano y en Cuba pasan todas estas cosas, tenemos este jazz, y esta historia musical”. Seguir leyendo «Roberto Fonseca: “Respeto a todo aquel que lucha por crear”. Un solo de música cubana con el pianista y director de Temperamento.»

“Esto es música cubana y te la voy a entregar viva, ¡viva!”

Erik Alejandro, Cimafunk. Foto: Denise Guerra.

Erik Alejandro, Cimafunk. Foto: Denise Guerra.

Por Julio César Guanche

El Cima

Mis viejos amigos me llaman El manta. Son los amigos de cuando empecé en la trova, y mis socios del Pre, cuando hice algo de reggaetón. Yo daba mucha muela. Envolvía a los profesores para no hacer lo que había que hacer. Por eso me gané ese sobrenombre. Pero ahora soy Cimafunk.[1] O el Cima. O Erick, algunas veces.

Tengo un bolero preferido. Es “Debí llorar”, interpretado por Freddy[2]. Me cuadra mucho, mucho. No veo ningún deporte, aunque sí inflé haciéndome el deportista. Practiqué atletismo, lucha greco y boxeo. Mi madre me dijo que primero tenía que estudiar y después que hiciera lo que yo quisiese.

Es verdad lo que dice la canción “La sandunguita”,[3] “si te da no se te quita”, pero advierto: hay que ver qué sandunga le dio quién a quién. Yo estudié un par de años la carrera de Medicina, y la dejé por la Música.

Yo le canto a la felicidad. A un estado mental feliz, en el cual la gente pueda disfrutar de mi música. Y oírla haciendo lo que sea. Lo que cada quien decida hacer con mi música es un problema de cada quien. Si está bailando, o si está cocinando. Mi intención es que la gente se sienta bien, que goce.

Le tengo miedo a cualquier cosa que no sea hacer lo que me gusta y me impida tomarme el tiempo que me lleva hacer lo que me gusta. Yo he hecho un montón de cosas para comer y para vivir. No me refiero solo a la música, sino a trabajos manuales. No mataría a nadie para quitarle un pan. Siempre hay variantes para hacer las cosas. Seguir leyendo «“Esto es música cubana y te la voy a entregar viva, ¡viva!”»

Música y democracia ¡agua!

Roberto Fonseca, Foto de Alejandro Ramírez Anderson

Por Julio César Guanche

Al menos tres de los más importantes discos cubanos editados recientemente son recorridos por un enorme diapasón de géneros de la música cubana: ADN, de Alain Pérez, ABUC, de Roberto Fonseca y Cubafonía, de Daymé Arocena.

Cubafonía, en doce canciones, combina once géneros. Abuc conjuga bolero, filin, jazz, mambo, chachachá y contradanza. En ADN se dejan escuchar influencias de décima, tonada, guaracha, son, salsa, flamenco, jazz, rumba, guaguancó y timba. Fonseca dice que “uno toca como piensa”. Daymé exclama que “…nadie (es) más feliz que yo de mi negritud, de mis etnias y de todo lo que viene conmigo”. Alain Pérez piensa que hace lo que hace “sin dejar de mirar hacia adelante, porque somos contemporáneos. Ese es mi background, ese es mi concepto”.

Es música cubana y del mundo, de primerísima calidad global, hechos por jóvenes entre los 20 años y los tempranos 40. Todos nacieron bajo el bloqueo, han vivido el mundo, viven o hacen conciertos en su país; tienen memoria de los muñequitos rusos, pero no de la reforma agraria; y no se tiene noticias de su opinión sobre las reuniones sindicales en Cuba.

No se descubrirá nada diciendo que la música cubana, y Cuba misma, es un resultado de infinitud de mezclas, como lo son, dicho sea de paso, con diferente grado, todas las culturas y todas las naciones. Pero la insistencia de estos discos por la “universalidad concreta”, por la apertura a la diversidad, por la mezcla y la apropiación, y así por la reelaboración crítica de lo propio es algo a destacar en este momento.

Daymé Arocena, foto de Claudio Pélaez Sordo

 

Estos discos se pueden leer como “ponerse en situación”. O más sencillamente: como dar una opinión, y una fuerte opinión.

No se trata de celebraciones apolíticas de las mezclas, que escondan las desigualdades. Una versión extendida sobre el mestizaje cubano —como hizo con lo indígena el mestizaje “oficial” boliviano, calificado por Jorge Sanjinés de “mito conciliador de la nación”— también ha escondido la “negritud” en versiones alegres del ajíaco, y ha sido empleado para desactivar demandas fuertes en nombre de una versión dominante de “lo cubano”.

No obstante, hay otras maneras de valorizar el mestizaje. Gruzinski lo ha escrito con estas palabras: “los mestizajes no son nunca una panacea: expresan combates que nunca tienen ganador y que siempre vuelven a empezar. Pero otorgan el privilegio de pertenecer a varios mundos en una sola vida…”

Bolívar Echeverría, desde lo más destacado del marxismo mundial de la segunda mitad del XX, ha reconocido el mestizaje como clave de la construcción de lo moderno: “lo moderno de una sociedad se expresa justamente por su capacidad de abrirse hacia otras entidades sociales y romper, por lo menos parcialmente, con las barreras que las sociedades premodernas construyen alrededor de ellas para cuidar una supuesta pureza cultural.”

Alain Pérez, foto de Tony Hernández y Ramsés Batista

 

La polifonía de estos discos no es nueva en la música cubana, ni tampoco lo es la demanda de diversidad que expresan. Pero en esta hora global que vive cierres extremadamente peligrosos (racistas, xenófobos y oligárquicos), y en esta hora nacional empeñada en cierta política de “conmigo o contra mí”, esta música cubana dice que no hay que tener miedo a las mezclas, que estas son más poderosas cuando se está abierto al mundo, se reconocen diferencias y se las procesa sin pacificarlas ni renunciar a los conflictos.

Esta música no solo ofrece sonidos de fondo a demandas cubanas de hoy, sino formulan desde su propio cuerpo su particular demanda de inclusión y de participación en la construcción crítica de lo propio, esto es, también, de un nuevo y ampliado espacio político cubano que reclama alto y fuerte: ¡Agua!