La lealtad es un bien escaso

José Martí, por José Luis Fariñas

José Martí, por José Luis Fariñas

Por Julio César Guanche

En Quito, una inmigrante cubana, “sin papeles”, que llamaré Clara, de piel blanca, trabaja siete días a la semana, 16 horas por jornada. No tiene contrato laboral, cobra cada día una suma que ronda, al mes, el salario mínimo. Vive en lo que llama un “cuchitril”. Podrá enviar a su casa 50 usd mensuales, pero solo si se priva de todo. No cuenta con un día de vacaciones, o por enfermedad. En Cuba tiene una hija universitaria y un hijo que ingresará al preuniversitario. Para financiar su viaje, vendió su casa en la Isla y ahora aspira a irse hacia otra nación en la cual, “le han dicho”, están “dando papeles”. Al identificar a un cubano, cuenta la historia de su vida como si conociera desde siempre a quien la escucha. En esas condiciones, Clara es firme cuando asegura que no regresará a Cuba mientras “la cosa siga como está”.

En un municipio habanero, otra cubana, mulata, que llamaré María, que ahora es cuentapropista, narra en una entrevista: “Cuando empecé a trabajar en 1983 yo ganaba 111 pesos, 55 en una quincena y 56 en la otra. Yo llegaba al Mercado Centro con mis 55 pesos y hacía una factura, compraba maltas, helado y le compraba juguetes a mi sobrino. Es verdad que la vida cambia, que la crisis es a nivel mundial, que la economía, toda esa serie de cosas, pero ¿cómo se explica que si todos nacimos con la revolución nuestros hijos tengan que pasar tanto trabajo con esta revolución y este mismo gobierno? ¿Qué es lo que está pasando? Yo entiendo que aquí ha habido un mal de fondo y se están cometiendo errores porque no es posible que nosotras, las madres, para poderles poner un par de zapatos a los muchachos para que vayan a la escuela, que se lo exigen, tengamos que comprarlo en la shopping para que les dure una semana. ¿Cuánto te cuestan? ¿Veinte dólares, tú tienes veinte dólares? ¿Por qué el Estado no vende colegiales? Cuando nosotros estudiábamos, vendían colegiales, y no tenían muerte, pasaban de hermano a hermano, pa´l primo, el amiguito. Entonces te exigen, pero tú no puedes exigir lo que tú no das. ¿Tú crees que se puede? Nosotros salíamos y fiestábamos todos los fines de semana, con los cuatro metros de tela que te daban, íbamos todo el mundo igual, pero éramos felices. ¿Quiénes se vestían de shopping? Los hijos de los marineros y los hijos de los pinchos, pero todos los demás éramos felices.”

¿Tienen algo que ver los testimonios (reales) de Clara y de María con el contenido de los artículos que aparecen en este folleto editado por Espacio laical?

Roberto Veiga y Lenier González han propuesto una discusión significativa. Sus textos declaran un compromiso con el fomento de una política de inclusión social, democratización política, desarrollo social y soberanía nacional. El expediente en el que han confiado para aunar voluntades en torno a ese proyecto es la suma de una sociedad civil “democratizada”, con mayor participación social; de una oposición “leal”, desvinculada de las agendas de “cambio de régimen”, y de un nacionalismo “revolucionario”, atravesado por contenidos de justicia social.

Haroldo Dilla, Rafael Rojas y Armando Chaguaceda, cuyos textos aparecen en esta compilación, han dialogado con la utilidad de los conceptos o la eficacia práctica de los ejes que articulan la propuesta de Veiga y González. Han cuestionado la vigencia del nacionalismo como ideología hegemónica en la Cuba actual, y la amenaza que supone que sea una ideología, en este caso la nacionalista, la que pretenda cubrir la pluralidad ideológica de una sociedad. Asimismo, han cuestionado la necesidad de calificar de “leal” a una oposición que, si operase en un marco regulatorio legal para su actuación, dentro del contexto de un Estado de Derecho, no necesitaría de “certificados de lealtad”. Además, juzgan desfasada la conceptualización sobre la sociedad civil, hecho que limita el alcance de los fines críticos que podría desempeñar la sociedad civil en relación con el estado cubano.

Los autores dialogan entre sí. No configuran bloques homogéneos de unos contra otros. Coinciden en varios puntos, y tienen desacuerdos gruesos en otros. En este texto, imagino cómo este debate importa para las vidas de Clara y de María, como metáfora de cubanos que puedan ser similares a ellas, estén en la Isla o fuera de ella. Seguir leyendo «La lealtad es un bien escaso»

EL (I) PARTIDO COMUNISTA DE CUBA Y LA REVOLUCIÓN DE 1930

Blas Roca

Por Julio César Guanche

 El primer Partido Comunista de Cuba (PC), fundado en agosto de 1925, tuvo una relación difícil con la revolución que en la Isla es conocida como “del 30”, o del “33”.

EL PC contribuyó de forma esencial a la configuración de la “situación revolucionaria” que acabó con el régimen de Gerardo Machado en 1933. Esa agrupación contaba con una gran acción obrera, que dirigió y fraguó en medida significativa, y con una tradición extraordinaria de pensamiento, con figuras como Julio Antonio Mella y Rubén Martínez Villena.

No obstante, ya en la cima de la crisis de 1933 no comprendió la situación gestada, protagonizó el “error de agosto” (pactar con Machado el fin de la huelga general), y combatió un resultado directo de aquella revolución: la presencia en el Gobierno Provisional del ala revolucionaria representada por Antonio Guiteras.

La táctica posterior del PC estuvo marcada por la recomendación de la Internacional Comunista, dada en noviembre de 1934, de revisar la posición ante Guiteras y por la nueva política “de masas”, que sería decidida por el PC en febrero de 1935. En ese contexto, se propondría un acercamiento con Guiteras y con Joven Cuba.

En el Comité Estudiantil de Huelga Universitaria los comunistas y los nacionalistas pudieron compartir experiencias con miras a la huelga de marzo de 1935, mientras que el VI pleno del Comité Central del PC (octubre de 1935), en consonancia con el cambio de orientación de la Internacional Comunista, formularía la estrategia del “frente popular”, que abría la puerta al PC para la búsqueda de concertaciones.

El perfil de las nuevas alianzas vino impuesto por las circunstancias. El PC se encontró sin acceso a los partidos surgidos de la revolución, pues el Partido Revolucionario Cubano (Auténtico), el Partido Aprista Cubano y Joven Cuba le negaron la posibilidad de asociarse.

La Organización Revolucionaria Cubana Antimperialista (ORCA), en la que militaban en el exilio Pablo de la Torriente y Raúl Roa, fue la única organización revolucionaria que se mostró favorable a un acuerdo con el PC, pero se encontraba en el extranjero y su existencia fue efímera. La Conferencia de Miami (mayo de 1936) donde comenzó el acercamiento con el PC, tuvo escasa resonancia en Cuba.

En 1937 el PC encontró cabida en el Bloque Revolucionario Popular, integrado por algunos sectores nuevos de la burguesía, aliado a otros tradicionales como Carlos Mendieta y Miguel Mariano Gómez y que constituía una plataforma amplia, aunque electoral. La intención del PC en esa alianza era alejar a Batista “de los más reaccionarios”.

La “lucha por mejoras sociales dentro del orden burgués” y el “nacionalismo” que el PC había criticado antes en Guiteras —por su “insuficiencia” y su “chauvinismo”— fueron incorporados ahora  a la estrategia de lucha del PC.

El PC iría más allá por ese camino, pero en sentido distinto al de Guiteras. Desde 1936, el Partido comenzó a suprimir de su discurso público, bajo la égida de la doctrina del “Frente Amplio contra el fascismo”, las referencias antimperialistas. En 1938 obtuvo reconocimiento legal como partido, lo que colocaba en el terreno parlamentario a la lucha obrera. Para 1944, por ese camino el PC terminaría definiendo a Batista como “magnífica reserva de la democracia cubana”. En el proceso, había sido mucho más intransigente en sus imperativos hacia el gobierno de Grau-Guiteras durante 1933, que lo que demandó del gobierno “democrático-burgués” (1940-1944) de Fulgencio Batista.

La divergencia en la actitud del PC respecto a uno y otro gobierno se encuentra tanto en el plano de las diferencias ideológicas como en el del acceso al poder que encontraron en una y otra circunstancia. Si Guiteras –y Grau– capitalizaban los logros de las conquistas sociales sin rúbrica comunista; esa situación cambiaba con Batista, con quien el PC encontró espacio para situarse al frente del movimiento obrero y ser reconocido como el principal gestor de las conquistas sociales.

En 1943, Blas Roca resumiría el proceso revolucionario del 30 de esta forma: “A través de una nueva lucha sangrienta, preñada de sacrificios y dolores, el pueblo consiguió derrocar a Machado e introducir algunas importantes modificaciones al Estado cubano”.

Esto era todo lo opuesto a cómo había sido leída esa marea revolucionaria por otros sectores políticos. Gustavo Cuervo Rubio decía: “Las actividades de los sectores obreros han producido un desconcierto de proporciones extraordinarias. Una ola avasalladora de reivindicaciones sociales amenaza con destruir las fuentes de la riqueza privada, y el auge del movimiento alcanza ya a dañar la esencia misma de toda la economía nacional”.

Para Blas Roca, la política reformista de “colaboración de clases” se basaba “en el pasado”, con lo que se refería a la política de Grau-Guiteras, en “la negación del socialismo, en la negación de la lucha por establecer un régimen mejor y superior para la humanidad”. El líder del otrora Partido Comunista (el PC se rebautizó como Partido Socialista Popular en 1943), justificaba así la nueva política reformista de su Partido, fundamentada ahora “en el reconocimiento creciente de los derechos de los trabajadores, un crecimiento consecuente del mercado interno de cada país y del mercado interno nacional sobre la base de una producción expansiva y de un comercio coordinado”.

Para conseguirlo, llamaba ahora a la clase obrera a desempeñar un “papel patriótico y responsable”, en el propósito de gestar la “Unidad Nacional” contra el fascismo, aunque, en rigor, no fuese considerada esta por Blas Roca como una “política del momento y transitoria, sino [una ] política de largo alcance y para mucho tiempo, en el avance progresivo hacia la conquista de todos [los] derechos” de la clase obrera.

Antonio Guiteras: un jacobino en el Caribe (1)

Antonio Guiteras Holmes (1906-1935)

Por Julio César Guanche

Según Raúl Roa, la revolución cubana de 1930 “produjo un líder jacobino, una figura presidencial y un figurín evadido de las páginas de Tirano Ban­deras”.Esas figuras son, respectivamente, Antonio Guiteras, Ramón Grau San Martín y Fulgencio Batista.

Fuera de Cuba, quizás el nombre más identificable hoy sea el de Batista, a cuya dictadura puso fin la revolución de 1959.Grau se dio un “baño de masas” con un triunfo electoral contundente en 1944, pero perdió esa relevancia incluso desde antes de 1959, por haberse lanzado, en medio de sus bromas perennes, al pozo sin fondo de la corrupción.

Guiteras no fue un gran líder estudiantil en su época, pues la necesidad económica familiar lo arrojó muy pronto al trabajo, pero ganó rápidamente gran prestigio nacional.

Con 27 años de edad sería, en los hechos, el primer ministro del gobierno nacido de la revolución de 1933.Dos años después murió en desigual combate, tras persecución ordenada por Batista, que había puesto precio a su cabeza.

La estrategia revolucionaria seguida por Guiteras concibió los cauces para hacer una revolución en Cuba. Ese tipo de imaginación conseguiría, haciendo uso de la “vía” guiterista, alcanzar el triunfo en 1959.

Guiteras concibió la táctica de una expedición armada que, proveniente de México, desencadenase la lucha insurreccional, creyó en obtener la victoria mediante la lucha armada desde un territorio rural; planeó bombardear el cuartel Moncada, preparó el asalto al cuartel de Bayamo y, desde el punto de vista ideológico, elaboró el “nacionalismo revolucionario” que sería una plataforma decisiva para el triunfo de 1959.

Ahora bien, no es usual presentar a Guiteras como “jacobino”. La calificación de Roa es bastante excepcional. Sin embargo, es quizás la que más se ajusta su biografía.

La necesidad de conseguir la soberanía nacional, la plena independencia política y económica, de hacer avanzar la “colonia superviva” en Cuba hasta el estatus de una nación y de estructurar un régimen estatal en beneficio de las grandes mayorías populares —todo lo cual llevó a Guiteras a definir al imperialismo norteamericano como el principal obstáculo a vencer para la solución de los problemas nacionales— colocaba al líder revolucionario en la senda del jacobinismo ya ensayado antes en América latina en las experiencias, contextualmente diferentes, de los “jacobinos mestizos” (1814-1840), del Paraguay de Gaspar Rodríguez de Francia; y de los “jacobinos negros”, del Haití de Toussaint L’Ouverture, que declaró la independencia de ese país en 1804. Seguir leyendo «Antonio Guiteras: un jacobino en el Caribe (1)»

Mella: la imaginación de la rebeldía (II)

Julio Antonio Mella, por Servando Cabrera Moreno

Julio Antonio Mella, por Servando Cabrera Moreno

Por Julio César Guanche

Durante mucho tiempo, la responsabilidad por la muerte de Julio Antonio Mella se le ha adjudicado al stalinismo en la figura de Vittorio Vidali, presentado por unos como héroe romántico —el célebre comandante Carlos Contreras en la lucha por la República española—, y por otros como asesino grotesco, implicado, entre otras, en las muertes de Trostky y de Andreu Nin. Según se afirma, Vidali le espetó un día a Mella, fuera de sí: “No lo olvides nunca: de la Internacional se sale de dos maneras, ¡o expulsado o muerto!”.

En refutación de esa tesis, los historiadores Adys Cupull, Froilán González, Rolando Rodríguez y Cristine Hatzky han aportado las pruebas definitivas sobre su asesinato. Ellos brindan información exhaustiva sobre la trama implementada por el dictador cubano Gerardo Machado para ejecutarlo después de contratar para el empeño al cubano José Magriñat, tras desembarazarse de varios políticos que, aun en el seno del Machadato, se habían opuesto sucesivamente a negociar la extradición de Mella hacia Cuba, a pretender comprarlo por soborno y más aún a asesinarle.

Sin embargo, ambas versiones explican mejor la vida de Mella que su muerte: lo explican todo sobre su carácter revolucionario. Era un enemigo de los déspotas de las oligarquías, de los tiranos del capitalismo y de los fanáticos sepultureros de las revoluciones.

Como todos los grandes líderes, Mella fue un hombre muy creído de sí mismo. Asombra su diario de México, escrito a los 17 años, donde afirma que su imaginación “era un corcel de Apolo suelto en los espacios”, y se piensa como alguien llamado por la historia a arrastrar multitudes y dejar monumentos a su paso. Al gritar “muero por la revolución” en el instante que supo final, estaba seguro de haber dejado una huella tan larga como sus propias intenciones en la historia de las revoluciones del continente. Seguir leyendo «Mella: la imaginación de la rebeldía (II)»

“O come o se muere”: la rebeldía en Julio A. Mella (I)

Mella
Por Julio César Guanche

El 25 de marzo de 1903 nació en la capital de Cuba Julio Antonio Mella, hijo ‘bastardo’ de una relación extramatrimonial entre el sastre dominicano Nicanor Mella Breá y la joven irlandesa Cecilia McPartland Diez. Sus padres se llevaban entre sí 31 años, lapso mayor que la edad que alcanzaría en vida su primogénito, asesinado a los 25 años en México.

En esa breve vida, Mella se las arregló para convertir a la universidad cubana en un espacio político nacional; sacar de sus casillas al dictador cubano Gerardo Machado; convertirse en líder latinoamericano, atentar contra la oligarquía mexicana -por el grado de su inmersión en el sindicalismo de ese país- y ser considerado por el stalinismo como una amenaza para la ‘unidad’ del movimiento comunista en la época.

El padre de Mella -hijo de un general, héroe de la independencia dominicana- era dueño de una de las sastrerías más famosas de la ciudad y mantuvo a su hijo como el alumno mejor vestido de la Universidad de La Habana; le inculcó la pasión por la vida de los patriotas de la independencia latinoamericana; lo introdujo en las lecturas políticas; le envió $ 80 mensuales al exilio cuando su vástago sufría la miseria; pagó sin pensar las altas fianzas que le impusieron a Julio Antonio, y movió cielo y tierra para liberarlo de prisión cuando su huelga de hambre.

Sin embargo, Mella fue un hijo ‘bastardo’ para otras de las ‘familias’ de las que formó parte.

El joven líder fundó el Directorio de la Federación de Estudiantes de la Universidad de La Habana en 1922, asumió su presidencia meses después y tuvo que renunciar luego al cargo acusado de vocación dictatorial y de poner en peligro la marcha de la reforma universitaria por su militancia política ‘sectaria’ con el movimiento obrero y con el naciente comunismo cubano.

Formó parte del grupo reducido que fundó el primer Partido Comunista de Cuba en agosto de 1925, y fue separado meses después por sus actos ‘individualistas’, ‘inconsultos’ y carentes de ‘solidaridad clasista’, ‘verificables’ en una épica huelga de hambre de 19 días. Seguir leyendo «“O come o se muere”: la rebeldía en Julio A. Mella (I)»

El ejército de la libertad. El Directorio Revolucionario 13 de Marzo en la Revolución Cubana

Por Julio César Guanche

«Los estudiantes son el baluarte de la libertad, y su ejército más firme»

José Martí

Asalto a Palacio Presidencial 13 de Marzo de 1957, cartel de 99 Estudio

Asalto a Palacio Presidencial 13 de Marzo de 1957, cartel de 99 Estudio

La ideología del Directorio Revolucionario*

El Directorio Revolucionario 13 de Marzo es un hijo de la inspiración socialista democrática al uso a mediados del siglo xx. Adscrito a esa filosofía, con carta de ciudadanía en la Constitución cubana de 1940, los miembros más intelectualizados del DR habrán leído a José Martí, Enrique José Varona, Julio Antonio Mella, Emilio Roig, y estarían muy influidos por Antonio Guiteras, muchos de cuyos textos inéditos y cuya memoria les serían allegados por colaboradores cercanos de Guiteras como Carmen Castro y Ayda Pelayo, así como por la lectura de Diálogos sobre el destino, de Gustavo Pitaluga, y los textos de José Antonio Ramos, Raúl Roa, Rafael García Bárcenas, Fernando Lles y Medardo Vitier.

El apego a la constitucionalidad, típico del consenso surgido de 1940 —aunque esa era una idea fuerte de la cultura política cubana en general—, guió desde 1952 las demandas de quienes serían luego miembros del DR. La evolución ideológica experimentada por este organismo con el decurso de la lucha, al modo en que la había experimentado el DEU de 1927, que llevó a este del combate por reivindicaciones estudiantiles hasta la propuesta de un “total y definitivo cambio de régimen» en la década de 1920, condujo al sector de la FEU que crearía el DR a repudiar tanto el 10 como el 9 de marzo, esto es, a hacer la denuncia integral del status al que habían conducido doce años de reformismo republicano.

La Carta Magna de 1940, una de las más avanzadas dentro de las constituciones promulgadas en su época, constituía el resultado de un equilibrio representativo de las fuerzas fundamentales del registro político cubano y así pudo inscribirse en la corriente del constitucionalismo social —de ahí que sancione en su parte dogmática los derechos económicos, sociales y culturales— anexa a la ideología del Estado de Bienestar.

A la altura de 1956, las causas de la inoperancia de la Constitución de 1940 para resolver los problemas nacionales iban más allá de los límites del reformismo cubano —con su enunciado de ampliar la distribución del ingreso sin afectar las bases económicas del sistema—, sino apuntaban hacia la crisis estructural de la política, hacia la fase crítica de la «frustración republicana», constatación que recorría una zona amplísima del arco ideológico nacional.

La frustración acumulada en el período 1940-1952, durante el mandato de ese propio texto legal, proveyó al cabo a la ciudadanía cubana de una enorme carga de cinismo político y de escepticismo ideológico. De hecho, el movimiento de masas que sería más popular en esos años, el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo), ganó el favor popular con sus reivindicaciones éticas sobre la honestidad administrativa y la lucha contra la corrupción, junto al carisma de su líder Eduardo Chibás.[1] Como las elecciones eran la segunda zafra del país, la política quedaría arrojada al barro de la corrupción por sectores muy numerosos, incluida buena parte de la burguesía. De ese sumidero, la FEU de Echeverría podría rescatar a la política cuando demostrara que su lucha era una apuesta decidida por la Revolución y no parte del torneo republicano de gestos en busca de una silla curul.

Desde las batallas contra la dictadura de Gerardo Machado, la Universidad de La Habana había devenido un objetivo para todos los grupos políticos del país, asedio que trajo consigo la corrosión del carácter universitario. El golpe de estado de Batista sería el hito que necesitaba la Universidad para conocer la necesidad de un cambio radical. Por tanto, la convocatoria de la Universidad no se reducía a los estudiantes, sino se abría hacia todo el abanico de sectores con la esperanza puesta en cambiar el orden de cosas y devolver el status republicano a la nación. En el símbolo representado por la Universidad se refugió la zona más revolucionaria de la conciencia y la cultura nacionales. Aunque violada al menos en tres ocasiones, la autonomía universitaria volvió a desempeñar un papel capital, como lo había jugado también durante la vigencia de la Ley Docente de 1937. La autonomía habilitaba a la Universidad como el ideal moral de una República para la nación en el contexto de la Dictadura.

La radicalización revolucionaria de la presidencia de Echeverría pondría término a los posibles pactos de dirigentes de la FEU con el régimen, llamados «tramitaciones», y enarbolaría el ideal de intransigencia demostrando la imposibilidad de un diálogo con Batista —con la eliminación previa de los males de la política tradicional dentro de la FEU y de la Universidad, a través del recurso imprescindible de no recurrir a las armas—. La FEU y luego el DR llenarían en la práctica, hasta los primeros meses de 1957, el espacio dejado a la intemperie por la pseudo-oposición al dictador.

Jose Antonio Echeverría, presidente de la FEU y lider del Directorio Revolucionario

Jose Antonio Echeverría, presidente de la FEU y lider del Directorio Revolucionario

La definición ideológica primaria del DR se encuentra en su rechazo hacia los métodos corruptos, en su necesidad de desplazar del liderato de la oposición a Batista a las formaciones políticas tradicionales. De ellas, la corriente más fuerte correspondía al Partido Revolucionario Cubano-Auténtico (PRC-A) a quien le fuera arrebatado el poder por el golpe del 10 de Marzo de 1952

El PRC-A había devenido hegemónico en ese período, por su conexión con las necesidades de la sociedad civil cubana, pero su práctica de gobierno había provocado un rechazo tan abierto que, llevado el sistema al límite por Batista, abriría más tarde la puerta a la impugnación total del régimen político-económico republicano.

El PRC-A, lo más parecido que pudo haber en Cuba a una socialdemocracia, había reeditado en Cuba lo que Trostky apuntaba de los socialrevolucionarios rusos, quienes «se imaginaban que la futura revolución no sería ni burguesa ni socialista, sino ´democrática`», cuyo partido «se trazaba una senda, que pasaba entre la burguesía y el proletariado y se asignaba el papel de árbitro entre las dos clases». No obstante, las declaraciones del Autenticismo constituían en 1956 solo el recuerdo de una antigua ilusión. Las otras organizaciones que seguían un programa similar en sus términos al del PRC-A —con su consigna de 1934: «nacionalismo, democracia y socialismo»—, como era el caso del DR —y de la juventud ortodoxa, por ejemplo—, encontraban sus diferencias con el Autenticismo, más que en el nivel programático, en el contenido asignado a esos conceptos y en cómo pretendían llevarlos a vías de hecho en la política nacional. Por esos motivos, la línea ideológica que Echeverría configura discursivamente bajo la síntesis de «Revolución Cubana», según se integra y conforma en el tiempo, guarda distancia de los postulados Auténticos.

Desde el punto de vista ideológico, el DR estaba más cercano, como muestra la Proclama leída en su acto de constitución, al Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), de Rafael García Bárcenas, quien afirmaba en su manifiesto programático: (El MNR) «se enfrenta en lo económico al comunismo, y se dirige a superar el capitalismo. Se opone, en lo social, a las exclusiones sociales o clasistas y a toda forma de totalitarismo»[2] y concretaba en «un trípode ideológico su pensamiento doctrinal: Nacionalismo, Democracia, Socialismo»[3], como por igual coincidiría la proyección del DR con las perspectivas sociales de la «Carta a la Juventud», de Aureliano Sánchez Arango, ahora líder de la organización conocida como Triple A y antiguo miembro del DEU de 1927, al igual que Bárcenas.

Sobre los tres pilares de Bárcenas, la libertad política (Democracia), la justicia social (Socialismo) y la recuperación de los bienes del país (Nacionalismo), inspirado esto último en el ejemplo hemisférico de la revolución mexicana, se asentaba también el imaginario del DR, donde los tres conceptos debían estar relacionados entre sí, y la ausencia de uno hacía imposible la existencia de los demás. En marzo de 1956 en la revista Alma Mater, órgano de la FEU, su presidente daría a conocer el «Manifiesto al Pueblo de Cuba», que afirmaba: «La Revolución Cubana va hacia la superación de las lacras coloniales y de los males de la independencia, hacia la liberación integral de la nación, libre de toda injerencia extranjera así como de toda perversión doméstica, hacia el desarrollo integral de las potencias materiales y espirituales del país y hacia el cumplimiento de su destino histórico. La revolución es el cambio integral del sistema político, económico, social y jurídico del país y la aparición de una nueva actitud psicológica colectiva que consolide y estimule la obra revolucionaria».[4]

En el año en que se daría a conocer el Informe Kruschov sobre los crímenes de Stalin y en el cual se produciría la intervención soviética en Hungría, la ideología del comunismo era rechazada con denuedo por la mayor parte de las fuerzas políticas cubanas, incluyendo a las de las nuevas hornadas revolucionarias. El DR era anticomunista por convicción, pero era socialista al modo en que había irrumpido en Cuba esa opción después de la Revolución de 1930 y que en los años cincuenta García Bárcenas definía de este modo: «Nuestro socialismo se opone a que los seres humanos sean considerados solamente como piezas necesarias para el soporte de la Producción o del Estado, pues advierte en cada hombre la dignidad y la libertad inherentes a su condición de persona humana».[5]

Los representantes criollos del socialismo del Kremlin tampoco serían los grandes polemistas programáticos del DR, pues desde los cuarenta eran un Partido moderado en sus demandas económicas y políticas. El Partido Socialista Popular había sabido integrarse a la política liberal social burguesa en los primeros años de la década del cuarenta y desarrollado prácticas de sobrevivencia cuando el clima de la Guerra Fría y las circunstancias de poder domésticas en Cuba lo llevaron a perder posiciones, fuese el poder de los sindicatos —su plataforma preferente para hacer política—, o la propia posibilidad de su actuación legal bajo la dictadura de Batista. Sin embargo, en ese período la principal contradicción del DR con el PSP sería la estrategia de lucha y no las definiciones discursivas, amén de las «reservas históricas» del DR frente a ese partido por su accidentada trayectoria ideológica: «error de agosto» de 1933, pacto con Batista en 1938 y seguimiento del «browderismo» en los 1940. Echeverría, en medio del ambiente anticomunista de los años cincuenta, al declarar ante una acusación de penetración comunista en la FEU que esta « no era comunista ni anticomunista como no era católica ni anticatólica», esgrimía para ese contexto toda una declaración de principios, aunque no a favor del comunismo sino en contra del sectarismo. Con todo, el PSP combatiría durante años la táctica insurreccional del DR —y asimismo la del MR-26-7. En el «Llamamiento del Comité Nacional del PSP», de 26 de febrero de 1957 —dos semanas antes del asalto al Palacio Presidencial— este partido comentaba la situación política, denunciaba los crímenes y hacía un llamamiento a los partidos, sindicatos e instituciones del país y señalaba: «En realidad solo hay dos factores oposicionistas que actúan con intensidad, uno el ´26 de julio´, que lo hace a su manera, con su foco antigubernamental de la Sierra Maestra y sus erróneas ideas acerca de la acción política, y otro el nuestro, nuestro Partido Socialista Popular, que se esfuerza por mover a los obreros y al pueblo a base de las correctas tácticas de la unión y la lucha de masas».[6] Después, el ataque a Palacio sería calificado en la Carta Semanal de acto «putchista»,[7] como lo había sido por igual el ataque al cuartel Moncada. El PSP seguiría defendiendo la tesis de la lucha de masas y negándose a aceptar la insurrección armada hasta que el curso de los acontecimientos le obligó a cambiar de opinión.

La adherencia programática del DR a la democracia social, que defendía la soberanía nacional, el régimen democrático, la autonomía universitaria y la solidaridad americana sobre la base del pensamiento de José Martí, tampoco sería muy diferente a la de los atacantes al Moncada que en su «Manifiesto de los Revolucionarios del Moncada a la Nación», de 23 de julio de 1953, hicieron «suyo los programas de la Joven Cuba, ABC Radical y del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo)» —aunque los postulados del DR contra la injerencia norteamericana sobre Cuba no estaban presentes en dicho Manifiesto.

Si bien las ideas de la FEU y del DR sobre la necesidad para Cuba de «libertad económica y justicia social», hacia un régimen « libre de trabas con naciones extranjeras y libre de influencias también y de apetitos de políticos y personajes propios» podían comulgar con las de otros grupos revolucionarios, había otros asuntos que salían a relucir con la rúbrica entre Echeverría y Fidel Castro de aquel documento en México, algunos de ellos quizás imprevistos por los firmantes.

Echeverrìa José Antonio, Juan Pedro Carbó, René Anillo y otros compañeros en una manifestaciòn contra Batista

Echeverrìa José Antonio, Juan Pedro Carbó, René Anillo y otros compañeros en una manifestaciòn contra Batista

El papel de la FEU en la insurrección Seguir leyendo «El ejército de la libertad. El Directorio Revolucionario 13 de Marzo en la Revolución Cubana»