La política nuestra de cada día (II y final)

Por: Mónica Baró

 1. Paisaje cubano (Small) 

 (Aquí puede leer la primera parte de esta entrevista al jurista e investigador Julio César Guanche)

Con el tema de las transformaciones en curso, me surge una inquietud acerca de la concepción de participación prevaleciente, porque se ha insistido mucho en la necesidad de que la gente participe, pero al mismo tiempo encuentras que no hay esa respuesta auténtica de participación. Entonces, ¿en qué medida la participación puede funcionar como algo que se ordene?

Lo que dices tiene que ver con el diseño de distribución de poder real que existe en Cuba, que es muy poco redistributivo, que concentra mucho en un lugar y genera un vaciamiento de poder efectivo en el otro polo. No puedes concentrar poder en el partido, en una estructura vertical de dirección, que toma decisiones y controla el tiempo y el espacio en que toma las decisiones, asegurando así su continuidad, sin que por otro lado quede un público muy débil, en el sentido de debilitado, que sí puede opinar y es consultado, pero tiene escasas posibilidades de decidir o de codecidir.

Lo que podemos estar viendo con las personas que supuestamente no quieren participar, es que están viviendo procesos de mucho desgaste, en los que sí pueden ser consultadas, pero son muy poco decisoras de la materia sobre la que se les consulta. Entonces en lugar de exigir más desde una retórica hacia el individuo apático habría que repensar el diseño de la participación para construir la capacidad de tomar parte en los procesos de toma de decisiones.

Si la gente se apropiara de la política como la forma para defender sus derechos y utilizara la política para condicionar el precio del pan, del aceite, del puré de tomate o del jabón en Cuba (y así hasta las relaciones internacionales del país) habría mucha más participación. Porque la política se trata de eso, no de decidir sobre espacios acotados sino de ser capaces de modificar las condiciones sobre las cuales se decide.

El incentivo de la participación no viene solo del discurso, viene de la capacidad real de ejercer la participación. Una vez que la gente participa, ya se hace una cultura que se incentiva por sí misma cuando se empieza a ver los frutos de lo que se está haciendo.

Acerca de este asunto, usualmente surgen las preguntas de por qué la gente no se moviliza más, por qué si muchos consideran que las organizaciones tradicionales no representan sus intereses, no crean entonces formas de asociación alternativas, cuando tenemos un gobierno que no reprime a los niveles que hacen otros de América Latina. De acuerdo, no contamos con las condiciones estructurales más ideales para generar una participación auténtica, pero ¿por qué la gente no se moviliza ni se organiza para transformar esas condiciones? ¿Cómo explicaría esto?

A mí me parece que ha habido tanto desgaste y tanta acumulación de poder en un polo, en el polo estatal partidista respecto al polo de lo social, que la gente ha dejado de ver en la política una posibilidad real de cambio. Como práctica, se ha desincentivado la organización política de las personas por sí mismas. Esa es una explicación. Hay otras posibles, pero creo que el valor fundamental es que hay que recuperar la confianza en que haciendo política se pueden cambiar las cosas.

En ese sentido hemos tenido grandes involuciones. Y eso es todo lo contrario a una revolución. Una revolución es la politización de la vida cotidiana, la capacidad de poner la posibilidad de vivir y convivir de buenas maneras bajo un orden reglado por decisiones colectivas. La despolitización de la vida cotidiana habla de un fracaso cultural de lo que debe ser una revolución. Esas ideas que encuentras en tanta gente de que no le interesa la política, de que no sirve para nada, de que es corrupta, tienen más que ver con que la política le es ajena. Y cuando la política te es ajena es porque la política no te pertenece, y si no te pertenece, es que has sido desposeído de ella, y la primera condición que nos hace ciudadanos es poseer la capacidad de hacer política.

No obstante, es necesario atender a experiencias que sí se organizan y lo hacen bien, como la comunidad LGTBI y distintos colectivos antirracistas, aunque sería necesaria una mayor articulación entre esos actores más allá de coyunturas concretas. Seguir leyendo «La política nuestra de cada día (II y final)»

La soberanía de los ciudadanos es también la soberanía nacional

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Henri Cartier-Bresson – CUBA. 1963.

Por Julio César Guanche

 

En una caricatura de la década de 1930, Eduardo Abela hizo decir a su personaje El Bobo, mientras este contemplaba una imagen de José Martí: «Maestro, cuando usted dijo: “con todos y para el bien de todos”, ¿a quién se refería?».

El todos al que se refería Martí es uno de los nombres posibles de la “soberanía”. Abela enunció así un tema crucial tanto para la filosofía política como para la política práctica, que podemos llamar «el problema de quiénes somos todos».

Todas las doctrinas políticas que no renuncian explícitamente a la democracia anuncian que están comprometidas con “todos”. Sin embargo, como decía Oscar Wilde, nadie puede escribir una línea sin descubrirse. En este caso, su teoría y su práctica descubren qué y a quién defienden cuando celebran discursivamente el “todos”.

El republicanismo oligárquico y el liberalismo (este con salvedades, como es el caso del liberalismo igualitario) confluyen en su carácter elitario: históricamente han defendido el gobierno de los pocos, de los ricos, de los «mejores», de los más «ilustrados», y han consagrado la exclusión o la limitación de poder para los pobres, las mujeres, los indígenas, los negros y los trabajadores. Han justificado su exclusión a través de expedientes como el racismo y recursos institucionales como el voto censitario y el sufragio masculino, calificado durante décadas como «sufragio universal» aún con la exclusión de todas las mujeres.

 El marxismo-leninismo soviético es, a su propia manera, también elitista: concibe que el “todos” debe ser dirigido por una “vanguardia”. Esta, organizada a través del  partido único y protegida por la ideología de Estado, celebra al pueblo al tiempo que lo considera como un colectivo de eternos menores de edad, que debe ser educado y organizado siempre desde fuera de sí mismo. De este modo, produce obstáculos para que el pueblo, el soberano, pueda institucionalizarse en tanto sujeto político y garantiza a la burocracia, ella también una oligarquía, como única detentadora del poder.

En contraste con esos enunciados, la soberanía democrática remite a un todos sin exclusiones y capaz de autogobernarse.  La afirmación genera dos preguntas obvias:

  1. a) primero, cómo todos pueden llegar a ser efectivamente todos, sin exclusiones.
  2. b) luego, cómo todos pueden ejercer efectivamente poder político, esto es, autogobernarse.

Antes de explorar las respuestas a ambas cuestiones, recuerdo que el “todos autogobernado”, lo que estaré comprendiendo como sinónimo de una comunidad soberana, tiene asimismo escalas: la soberanía remite por igual a la autodeterminación de un colectivo nacional frente a un gobierno ajeno, que a la libertad de una comunidad de ciudadanos al interior de una nación con gobierno propio.

Como he anticipado antes, a lo largo de esta intervención sugeriré maneras en que todos puedan llegar a ser efectivamente todos, y por ese camino puedan alcanzar autogobierno, pero retengo primeramente el hecho de que, si bien es posible hablar de “soberanías” (nacional, ciudadana, alimentaria, energética, sobre el propio cuerpo), etc, todas ellas no son sino manifestaciones relacionadas entre sí de una misma y única libertad. Esto es, la soberanía de la nación está vinculada a la soberanía de sus ciudadanos. El desarrollo de una es condición y resultado del desarrollo de otras. Por lo mismo, la ampliación de una de ellas a costa del recorte de otras, compromete  a ambas. Entre las múltiples dimensiones de la soberanía, elijo aquí tratar solo dos, y analizar el vínculo entre ellas: la soberanía nacional y la soberanía ciudadana. Seguir leyendo «La soberanía de los ciudadanos es también la soberanía nacional»

No basta con cruzarse de brazos o seguir con inercia la lógica histórica de confrontación.

Foto de Kaloian SantosMaría Isabel Alfonso

En días pasados, la revista OnCuba envió un cuestionario sobre el evento Cuba y Estados Unidos en tiempos de cambio, celebrado en Washington entre el 27 y el 28 de enero pasados, a varios de los participantes. Dicha revista publicó un reportaje sobre dicho evento que reproduje aquí. Por la extensión de las respuestas, OnCuba seleccionó con precisión los criterios recibidos. Ahora, publico aquí las respuestas completas de María Isabel Alfonso a dicho cuestionario.

  1. ¿Podría hacer una valoración del intercambio sostenido, y más específicamente, sobre cuáles fueron los puntos de conciliación y conflicto detectados en el encuentro respecto a los temas en discusión?

De manera general, creo que fue una experiencia positiva. En cuanto a los puntos de conciliación, me complace ver que hubo consenso en cuanto a la necesidad de entender las peculariaridades de la situación de Cuba a partir de su contexto histórico. Julio César Guanche, por ejemplo, teorizó sobre cómo entender el nacionalismo cubano, no tanto desde la ideología sino desde la historia. Eso ha fallado consistentemente del lado norteamericano, y es reconfortante ver que se reconoció, por parte de los propios Phil Peters y el secretario Alex Lee.  Son pautas que, de seguirse, podrían contribuir a una mejor dinámica entre los dos países a partir de un conocimiento mutuo.

También se expresó consenso en la necesidad de ampliar los mecanismos de participación ciudadana en Cuba. Dentro de ello se incluye la necesidad de una ley de asociaciones más amplia que la actual, que se verifique una mejor institucionalidad jurídica en el campo de los derechos humanos (Fernández, Veiga, González), y un mayor acceso a Internet (Díaz).

Se coincidió también en la idea de que los contactos pueblo a pueblo son unas de las formas más efectivas de ejercer la diplomacia (Alfonso, Lopez-Levy, Bustamante, Fowler) y que pasos discretos en zonas concretas de cooperación (cultura, música, deportes), son puntos alcanzables y vitales para los cubanos (Fowler). Dichos puntos de diplomacia suave, pueden preparar el terreno para el abordaje de temas más escabrosos, como el de los derechos humanos en el contexto de las relaciones pueblo a pueblo (Alfonso, Lopez-Levy).

Un punto de convergencia importante también fue la recomendación de mirar la sociedad civil cubana con criterio amplio, no siempre enfrentada al estado y como mucho más que los grupos de  oposición política. (Alfonso, Lopez-Levy, González).

En cuanto a este último punto, la respuesta del secretario Alex Lee  (“I couldn’t agree more” [no podría estar más de acuerdo]) a mi propuesta de una reunión de los oficiales norteamericanos con múltiples partes de la sociedad civil, y no sólo la oposición, refleja el cambio de los tiempos y es también un loable punto de consenso.

Sin embargo, el señor Lee argumentó una serie de obstáculos, no ligados únicamente a los criterios del Departamento de Estado. El principal: que numerosos miembros de la sociedad civil no desean ser erróneamente identificados como opositores, por lo cual, no quieren participar en las reuniones de los diplomáticos estadounidenses, destinadas a escuchar a esas fuerzas políticas.

En lo personal,  entiendo las razones que explican una cultura de miedos y paranoias. Pero también esperamos que el Departamento de Estado entienda que si año tras año se ha reunido selectiva y únicamente con miembros de la oposición, le toca ahora trabajar arduamente en la expansión de su círculo, promoviendo una agenda constructiva desde una total transparencia y respeto hacia sus homólogos. De lograrse encuentros con otros sectores de la sociedad civil, los oficiales estadounidenses se convertirían así en observadores mucho más informados acerca de otras zonas de la realidad cubana, lo cual los ayudaría a entenderla mejor. El gobierno cubano, en una situación ideal como la que planteamos, respetaría dichas reuniones como ejercicios de diplomacia constructiva, sin estigmatizar a quien deseara participar desde la sociedad civil, con patriotismo, en un diálogo con el gobierno de Estados Unidos.


cuba

Se requieren lógicas dinámicas. EEUU no debe decir sobre los sectores nacionalistas de la sociedad civil: “ellos son los que no quieren reunirse conmigo”. Por otra parte, los sectores patrióticos cubanos no estatales no deberían asumir que “el gobierno norteamericano se quiere reunir con los actores sociales sólo para manipular”. Hay que explorar nuevos caminos. Me pregunto: ¿por qué Roberta Jacobson o la persona que vaya la próxima vez a una ronda de negociaciones en Cuba no se reúne con la redacción de OnCuba, Progreso Semanal, la propia Cuba Posible, La Joven Cuba, La Chiringa de Cuba, y/o el actual Espacio Laical, Palabra Nueva?; ¿O con Observatorio Crítico, Proyecto Arcoiris y otros medios, que son independientes y tienen una agenda distinta a la de la oposición política? ¿Por qué esa obsesión en priorizar a los opositores, particularmente a aquellos que han apoyado el embargo, con o sin condiciones, como es el caso de grupos de relativa poca relevancia dentro de Cuba y en la discusión de políticas como Estado de Sats, o 14yMedio?

Es decir, un punto de conflicto aquí, es que aún no se entiende, tal como dejó entrever el Sr. Lee, que se necesita desde ambos lados una buena dosis de voluntad proactiva para eliminar enfoques erróneos, o al menos, limitados, con el fin de avanzar en la discusión de estos escabrosos temas.

Este es uno de los nudos gordianos  más evidentes en el escenario Cuba-EEUU, y como tal, tuvo gran visibilidad en la conferencia, reflejando áreas de coincidencia y de conflicto.

  1. ¿Qué le pareció el encuentro como ejercicio de discusión entre posturas no necesariamente coincidentes?

Creo que fue bueno de manera general, pero aún hay que vencer muchos miedos y aceptar la existencia de una pluralidad que a veces no queremos oír. Algunos nos quedamos con unas cuantas cosas por decir. Hay que abrirse a nuevas voces en Cuba, en EE.UU y en la comunidad cubano-americana. Hubiera sido más provechoso también abrir un poco más la conferencia al público. Los académicos tendemos a quedarnos en nuestra torre de marfil, y de lo que se trata justamente es de lo contrario, de vincular la opinión de los expertos, y la discusión intelectual con el activismo y la proposición de agendas concretas.

En nuestro caso, Cuban Americans for Engagement (CAFE) ha trabajado con lo que era antes la redacción de Espacio Laical, ahora Cuba Posible y la propia Generación Cambio Cubano, en la coordinación de una conferencia sobre Cuba. Hicimos paneles, con moderadores que discutían y preguntaban, pero abrimos la conferencia al público en el Hotel Sofitel de Miami. No creo que sea el único modelo, pero creo que es más provechoso incluir una mayor variedad en cuanto a los actores cubano-americanos y americanos, aprovechando la experiencia de aquellos que van al Congreso, escriben cartas al editor, páginas de opinión, participan en encuentros con los medios, e inciden directa o indirectamente en la política de EEUU hacia Cuba.

  1. En el contexto que se avizora, ¿cuáles son las perspectivas que advierte para el intercambio académico entre cubanos y estadounidenses?

Presentamos algunas propuesta en este sentido, como la creación de un programa Fullbright entre Cuba y EEUU y la posibilidad de una universidad norteamericana en Cuba, acciones que, de ser consideradas su implementación, de seguro tomarán bastante tiempo. No obstante, se puede avizorar un auge en los programas ya existentes de universidades norteamericanas en La Habana. Un paso interesante sería la expansión de estos programas a las universidades de provincia.

Entre las acciones a implementar a más corto alcance, estaría la continuación de un programa de visas y becas para estudiantes cubanos, pero sin filtros ideológicos., No es deseable el modelo de “la universidad es para los contrarrevolucionarios”, ensayado por Miami Dade College, en un reciente programa de becas, en que había que ser opositor para poder participar. Estos programas deben desideologizarse, respetando los principios de libertad académica.

Otro aspecto que mencionamos fue la importancia de la enseñanza del inglés en Cuba, lo cual sería una premisa importante para todo tipo de intercambio académico.

  1. A manera de resumen, y basado en lo que observó en el encuentro, ¿cuáles considera que son los retos para una posible normalización de relaciones entre Cuba y Estados Unidos que salieron a relucir en los debates?

Para ambos países debe predominar una intencionalidad realista en política, sin alimentar falsas expectativas o suponer que las suspicacias van a desaparecer por arte de una vara mágica. En la reciente Carta de Fidel Castro a la FEU, el ex presidente cubano dice que no confía en la política de los EEUU. ¿Acaso no es lógico que así sea? Eso no quiere decir que no se debe tratar de construir una cultura de confianza, en la que lo responsable es incentivar lo positivo. EEUU se ha caracterizado por su dinámica imperial hacia el mundo, pero ya no es la época de la Guerra Fría. En Latinoamérica se ha sabido imponer una dinámica según la cual, por lo menos a nivel de ideales, muchos países se identifican como iguales en el diálogo con EEUU. Cuba debe aliarse con esas fuerzas que han sabido ocupar un lugar sin precedentes en la región, dándose a sí misma la oportunidad de confiar, sin dejar de estar alerta. No hay opciones. Se necesita capital, inversiones, contactos académicos y educacionales, superación, atraer a emigrados de vuelta, incluso para repatriarse hacia el país que los vio nacer. Es importante sustituir las culturas de dominación y resistencia  por una de convivencia respetuosa y civilizada, por más difícil que así sea, contando con la situación de asimetría con respecto a los EEUU en que se inserta la historia de la nación cubana.

En cuanto a retos más concretos, se mencionaron obstáculos como el embargo, Cuba en la lista de países terroristas, la reclamación de propiedades, el programa de deserción de médicos, los programas de promoción de la democracia en Cuba, entre otros.

Están también los retos potenciales, como en el caso del tema del medio-ambiente, dado el posible escenario de una mayor participatividad del sector agrícola norteamericano en la isla. Cargill, que ya vende productos a Cuba y que estuvo presente en la conferencia de Washington, ha tenido problemas por manejo irresponsable de recursos, en países como Brasil, al producir ilegalmente soja al orillas del Amazonas. Queremos a una Cuba próspera, pero a una Cuba verde y con una alta conciencia medioambiental. La participación de Cuba en nuevas dinámicas de mercado debe seguir pautas responsables. Para ello, el gobierno debe darle protagonismo a organizaciones (gubernamentales y no gubernamentales) que vienen trabajando en esta dirección por mucho tiempo, y que velarían a su vez por la implementación adecuada de las ya existentes leyes de protección del medio ambiente, y promulgando nuevas, en caso de ser necesario.

En fin, te mentiría si te dijera que los retos no son monumentales. Lo son, como expresa William LeoGrande, quien participó en la conferencia, porque existen no sólo para Washington y La Habana, sino para el Capitolio y La Casa Blanca, y con certeza no podrán ser resueltos en los dos años siguientes de la administración de Obama. Sin embargo, coincidiendo en esto también con LeoGrande, apreciamos que Obama ha hecho más que sus predecesores, al sustituir el marco de hostilidad y de cambio de régimen por otro de coexistencia y compromiso. Antes, de seguro, nada de lo que hoy vemos en el horizonte, pudiera siquiera haber sido imaginado. Ahora es el momento de ayudar, con pragmatismo constructivo, a que esos sueños se conviertan en alternativas realizables y responsables.

La lealtad es un bien escaso

José Martí, por José Luis Fariñas

José Martí, por José Luis Fariñas

Por Julio César Guanche

En Quito, una inmigrante cubana, “sin papeles”, que llamaré Clara, de piel blanca, trabaja siete días a la semana, 16 horas por jornada. No tiene contrato laboral, cobra cada día una suma que ronda, al mes, el salario mínimo. Vive en lo que llama un “cuchitril”. Podrá enviar a su casa 50 usd mensuales, pero solo si se priva de todo. No cuenta con un día de vacaciones, o por enfermedad. En Cuba tiene una hija universitaria y un hijo que ingresará al preuniversitario. Para financiar su viaje, vendió su casa en la Isla y ahora aspira a irse hacia otra nación en la cual, “le han dicho”, están “dando papeles”. Al identificar a un cubano, cuenta la historia de su vida como si conociera desde siempre a quien la escucha. En esas condiciones, Clara es firme cuando asegura que no regresará a Cuba mientras “la cosa siga como está”.

En un municipio habanero, otra cubana, mulata, que llamaré María, que ahora es cuentapropista, narra en una entrevista: “Cuando empecé a trabajar en 1983 yo ganaba 111 pesos, 55 en una quincena y 56 en la otra. Yo llegaba al Mercado Centro con mis 55 pesos y hacía una factura, compraba maltas, helado y le compraba juguetes a mi sobrino. Es verdad que la vida cambia, que la crisis es a nivel mundial, que la economía, toda esa serie de cosas, pero ¿cómo se explica que si todos nacimos con la revolución nuestros hijos tengan que pasar tanto trabajo con esta revolución y este mismo gobierno? ¿Qué es lo que está pasando? Yo entiendo que aquí ha habido un mal de fondo y se están cometiendo errores porque no es posible que nosotras, las madres, para poderles poner un par de zapatos a los muchachos para que vayan a la escuela, que se lo exigen, tengamos que comprarlo en la shopping para que les dure una semana. ¿Cuánto te cuestan? ¿Veinte dólares, tú tienes veinte dólares? ¿Por qué el Estado no vende colegiales? Cuando nosotros estudiábamos, vendían colegiales, y no tenían muerte, pasaban de hermano a hermano, pa´l primo, el amiguito. Entonces te exigen, pero tú no puedes exigir lo que tú no das. ¿Tú crees que se puede? Nosotros salíamos y fiestábamos todos los fines de semana, con los cuatro metros de tela que te daban, íbamos todo el mundo igual, pero éramos felices. ¿Quiénes se vestían de shopping? Los hijos de los marineros y los hijos de los pinchos, pero todos los demás éramos felices.”

¿Tienen algo que ver los testimonios (reales) de Clara y de María con el contenido de los artículos que aparecen en este folleto editado por Espacio laical?

Roberto Veiga y Lenier González han propuesto una discusión significativa. Sus textos declaran un compromiso con el fomento de una política de inclusión social, democratización política, desarrollo social y soberanía nacional. El expediente en el que han confiado para aunar voluntades en torno a ese proyecto es la suma de una sociedad civil “democratizada”, con mayor participación social; de una oposición “leal”, desvinculada de las agendas de “cambio de régimen”, y de un nacionalismo “revolucionario”, atravesado por contenidos de justicia social.

Haroldo Dilla, Rafael Rojas y Armando Chaguaceda, cuyos textos aparecen en esta compilación, han dialogado con la utilidad de los conceptos o la eficacia práctica de los ejes que articulan la propuesta de Veiga y González. Han cuestionado la vigencia del nacionalismo como ideología hegemónica en la Cuba actual, y la amenaza que supone que sea una ideología, en este caso la nacionalista, la que pretenda cubrir la pluralidad ideológica de una sociedad. Asimismo, han cuestionado la necesidad de calificar de “leal” a una oposición que, si operase en un marco regulatorio legal para su actuación, dentro del contexto de un Estado de Derecho, no necesitaría de “certificados de lealtad”. Además, juzgan desfasada la conceptualización sobre la sociedad civil, hecho que limita el alcance de los fines críticos que podría desempeñar la sociedad civil en relación con el estado cubano.

Los autores dialogan entre sí. No configuran bloques homogéneos de unos contra otros. Coinciden en varios puntos, y tienen desacuerdos gruesos en otros. En este texto, imagino cómo este debate importa para las vidas de Clara y de María, como metáfora de cubanos que puedan ser similares a ellas, estén en la Isla o fuera de ella. Seguir leyendo «La lealtad es un bien escaso»

Traducir a Gramsci: un libro de Jorge Luis Acanda

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Por Jorge Luis Acanda González

“El libro tiene como base el presupuesto de que no es posible hallar una correspondencia uno a uno entre todas las palabras de dos lenguas diferentes. Por esta razón, para poder traducir de una lengua a otra, y lograr no una exactitud, que sería irrealizable, sino una máxima coincidencia en lo más pertinente de los dos textos (original y traducción) es necesario restablecer en lo factible elementos del acto comunicativo original. En consecuencia, la propuesta de Acanda resulta una reconstrucción contextual que acerca al lector a las circunstancias de Antonio Gramsci, en aras de una comprensión más precisa de su obra, comprensión contra la cual antológicamente han conspirado la extrapolación o el desconocimiento del contexto, sumados a la oscuridad propia de los escritos clandestinos».

descargue aqui Traducir a Gramsci por capítulos: 1,2,3,4,5,6,7,8,9, 10,11,12

Jorge Luis Acanda González, filósofo y profesor de la Universidad de La Habana, es un reconocido especialista latinoamericano en el campo del pensamiento marxista. Son muy destacables sus contribuciones al estudio de la la obra de Antonio Gramsci. Antes del libro que aquí se ofrece en descarga libre, ha publicado, entre otros, Hegemonía y sociedad civil.