Los Casetes de AM: PM – Música y Política

Foto: Raúl Cañibano

De AM PM:

«La canción Patria y Vida —interpretada por Yotuel Romero, Gente De Zona, Descemer Bueno, Maykel Osorbo y El Funky— se ha convertido en el más reciente símbolo de los reclamos desde la música al gobierno cubano. De la larga relación entre música y política en Cuba conversamos en este séptimo episodio de Los Casetes de AM: PM, grabado de manera remota gracias a las bondades de Telegram. 

«La musicógrafa y autora del blog Desmemoriados. Historias de la música cubana, Rosa Marquetti; el jurista, investigador de ciencias sociales y amante de la música toda, Julio César Guanche; y el coleccionista y miembro de nuestro consejo editorial, Rafael Valdivia responden al llamado de nuestro director Rafa G. Escalona para dialogar sobre este antiguo y conflictivo matrimonio. 

«Lo hacen partiendo de algunas preguntas que funcionan como una suerte de disparador para el debate: ¿Qué se entiende por canción política? ¿Una canción de amor puede ser una canción política? ¿Las nuevas formas de cantarle al amor pueden tener un profundo contenido político? ¿Han existido cambios conceptuales o formales en la manera en que la música se acerca a la política en los últimos 15 años?

«Les invitades se cuestionan en este podcast el doble viaje entre politizar lo estético o estetizar lo político. ¿Por qué caminos transitan les creadores hoy?, preguntan. Y, a lo largo de una hora, nos demuestran que no hay nada nuevo bajo el sol.  El recorrido toma, a veces, un camino a la inversa, donde la revisión de nuestro pasado musical y de aquellas composiciones que tuvieron una tradición de uso político se hace necesaria. «

Sobre el gorro frigio, republicanismo e independencia nacional

 

Por Rafael Acosta de Arriba

Entrevista con Julio César Guanche

 

Carmelo González. Una versión cubana de la libertad guiando al pueblo, de Delacroix.

 

El tema de la República y los republicanismos ocupa buena parte de la obra intelectual más reciente de Julio César Guanche. Probablemente él sea un de los principales especialistas en el panorama de nuestras ciencias sociales. Obra intelectual que ya cuenta con algunos títulos imprescindibles para el estudio de nuestra historia: La imaginación contra la norma. Ocho enfoques sobre la República de 1902 (2004), El continente de lo posible. Un examen de la condición revolucionaria (2004), La verdad no se ensaya. Cuba, el socialismo y la democracia (2012) y La libertad como destino. Valores, proyectos y tradición en el siglo XX cubano (2012), entre otros libros, algunos de ellos premiados, que constituyen un corpus de pensamiento de lo más sólido y más riguroso que han prodigado las ciencias sociales del país en los últimos años, con el fin de pensar críticamente nuestra historia. El estudio de la tradición republicana de Cuba es un tema que recorre transversalmente todos esos libros.

Guanche lo ha estudiado profusamente desde una gran variedad y pluralidad cultural de sus fuentes y referentes. En ese empeño, ha barrido un vasto espectro de autores que, situados en diferentes posturas académicas y políticas, han meditado sobre la república y los republicanismos, desde los clásicos griegos hasta los pensadores más recientes. Solo después de haber examinado conceptos y autores claves en el ámbito universal es que nuestro autor incursionó en el caso cubano, y ya en situación, ha hendido el bisturí en los antecedentes y surgimiento de las ideas republicanas en Cuba hasta llegar a considerar la gestación de una tradición.

Creo que es una investigación fascinante y muy valiosa, sobre todo en la coyuntura histórica que atraviesa el país, la que desarrolla este joven investigador y para el cual he preparado un grupo de preguntas acerca de esas indagaciones historiográficas.


¿Cómo se ha pensado y se está pensando la tradición republicana en el mundo actual?

Hay al menos tres dimensiones involucradas en esta pregunta. La primera son los programas políticos republicanos. La segunda es la conciencia histórica –el conocimiento y la memoria–acerca de la naturaleza de tales programas, o su olvido o dilución de su contenido en otras categorías –como “forma de gobierno”, “liberalismo” o “socialismo”–. La tercera es la esfera de los estudios especializados sobre el tema.

La existencia de la primera de esas dimensiones –los programas republicanos–, si se escucha a las fuentes directas, se debería tomar como un hecho. La revolución francesa, y su ideario republicano, fue el modelo referencial para el XIX.

Esto no significa que fueron “ideas importadas” en otras latitudes. Antes bien, fueron ideas que en muchos casos se co-produjeron en medio de conflictos concretos (por ejemplo, entre las revoluciones de Francia y Haití) y se recrearon según las necesidades, intereses y contextos culturales en que debían funcionar. El cineasta cubano Fernando Pérez, en El ojo del canario, identifica bien el proceso cuando pone a su personaje a decir que la democracia es aquello por lo que se lucha en Guáimaro. Seguir leyendo «Sobre el gorro frigio, republicanismo e independencia nacional»

José Martí, hierro y fiebre

Foto: Sonia Almaguer (tomada de Cubaescena)

Por Julio César Guanche

1.

En los años 1950, en ocasión del centenario del nacimiento de José Martí, una película rodada en México —La Rosa Blanca, con dirección de Emilio Fernández y financiamiento de la dictadura de Fulgencio Batista— buscaba hacer una biografía sobre la vida del Apóstol. Félix Lizaso y Francisco Ichaso colaboraron con la realización. Lizaso le explicó en carta a María Mantilla el cuidado que se estaba teniendo con el tratamiento de la memoria de Martí. Sobre la misma película, pero a título individual, Raoul José Fajardo, autor de una pieza teatral titulada “Dos Ríos”, le escribía a Mantilla: “¿pueden los intelectuales y los productores cinematográficos interpretar bien a Martí sin antes parecerse a él? (…) Ved que la obra de Martí corre la misma suerte que la de Mahatma Gandhi en la India: cada secta o partido lo interpreta de diverso modo. Tal vez sea ese un tributo indirecto a su grandeza.”

Si hay algo en Cuba capaz de ser compartido por un espectro político completo es José Martí. Pocos mitos políticos —básicamente figuras nacionalistas, o, como mucho, populistas— pueden acompañarlo en tal condición en América latina. La obra de Martí, y su vida, su grandeza, lo defienden por sí solo —nadie deviene héroe nacional implorando socorro ante cada afrenta— pero el nacionalismo de estado ha erigido siempre en obligación moral —presentando como un deber de y hacia todos lo que es en realidad una función muy suya— la “necesidad de su protección”, sea sobre el caso de una película mexicana o sobre el proyecto en construcción de un joven realizador.

La enorme penetración de Martí en la vida de Cuba se debe precisamente a lo contrario: a ser un creedor y un producto, él mismo, del nacionalismo popular y a no haber rehusado enfrentar por sí mismo ninguno de los conflictos propios de tan compleja elaboración. Entre lo que he visto en los últimos años sobre Martí, la reciente puesta en escena de Hierro, de Argos Teatro —escrita y dirigida por Carlos Celdrán— me parece una extraordinaria manera de comprender a Martí, a través de cómo lidió con sus conflictos, fuesen personales o nacionales. Escribo estas palabras inspirado por la pieza de Celdrán, y repaso con ellas algunos de los conflictos que trata la obra. Seguir leyendo «José Martí, hierro y fiebre»

La fraternidad, ese fantasma. La República cubana en José Martí

Foto: “Resurrección”, por Julio César Guanche.

 

Por Julio César Guanche

La Oda a la alegría, de Friedrich von Schiller, fue publicada por primera vez en 1786. En ella, se lee: “¡Alegría, hermosa chispa de los dioses/hija del Elíseo!/¡Ebrios de ardor penetramos,/diosa celeste, en tu santuario!/Tu hechizo vuelve a unir lo que el mundo había separado,/todos los hombres se vuelven hermanos allí donde se posa tu ala suave./”

Tres años después de su edición, estalló la revolución francesa. El tema de Schiller devino un símbolo de la fraternidad universal. Maximilian Robespierre hizo una defensa de la igualdad a través de la fraternidad tan convincente como para hacerla formar parte, en 1790, de la divisa revolucionaria. Ya en la segunda mitad del XX, al ser fundada la Unión Europea, un fragmento de la pieza de Schiller/Beethoven fue adaptada como himno de la entidad. Representaba la promesa de una nueva Europa, democrática e inclusiva, que ofrecía dejar atrás las filosofías que llevaron a las dos guerras mundiales.

Beethoven “hizo hablar” el poema de Schiller en el cuarto movimiento de su Novena Sinfonía. El genio alemán era un admirador de la revolución francesa. Dedicó su Heroica a Napoleón Bonaparte, creyéndolo unos de sus adalides, pero cuando este se coronó emperador tachó con saña su nombre de la dedicatoria.

Desde Cuba, otro admirador de la gesta francesa, José Martí, pensaba que en el “cielo alto” se encontraban juntos Calderón, Shakespeare, Esquilo, Goethe, y Schiller. “Y a aquella altura: nadie más”. Similar admiración sintió por Beethoven, que le ahorró hacer similar gesto con Napoleón. Martí le llamó directamente “el corso vil”, al tiempo que escribía para los niños de América: “Francia fue el pueblo bravo, el pueblo que se levantó en defensa de los hombres, el pueblo que le quitó al rey el poder. Eso era hace cien años, en 1789. Fue como si se acabase un mundo, y empezara otro.” Seguir leyendo «La fraternidad, ese fantasma. La República cubana en José Martí»

Los mártires de Chicago, por José Martí

Por José Martí

Un fragmento:

«Ya, en danza horrible, murieron dando vueltas en el aire, embutidos en sayones blancos.
Ya, sin que haya más fuego en las estufas, ni mas pan en las despensas, ni más justicia en el reparto social, ni más salvaguardia contra el hambre de los útiles, ni más luz y esperanza para los tugurioa, ni mas bálsamo para todo lo que hierve y padece, pusieron en un ataúd de nogal los pedazos mal juntos del que, creyendo dar sublime ejemplo de amor a los hombres aventó su vida, con el arma que creyó revelada para redimirlos.

«Esta república, por el culto desmedido a la riqueza, ha caído, sin ninguna de las trabas de la tradición, en la desigualdad, injusticia y violencia de los países monárquicos.

«Como gotas de sangre que se lleva la mar eran en los Estados Unidos las teorías revolucionarias del obrero europeo, mientras con ancha tierra y vida republicana, ganaba aquf el recién llegado el pan, y en su casa propia ponía de lado una parte para la vejes.
Pero vinieron luego la guerra corruptora, el hábito de autoridad y dominio que es su dejo amargo, el crédito que estimuló la creación de fortunas colosales y la inmigración desordenada, y la holganza de los desocupados de la guerra, dispuestos siempre, por sostener su bienestar y por la afición fatal del que ha olido sangre, a servir los intereses impuros que nacen de ella.
De una apacible aldea pasmosa se convirtió la república en una monarquía disimulada.»

Descargar el texto completo aquí

José Martí: La república democrática proyectada

Foto: Kako Escalona / ShutterStock

 

Los parágrafos 23 y 24, correspondientes al Preámbulo, del Anteproyecto de Constitución en Cuba, proponen:

“23. nuestra voluntad de que la ley de leyes de la República esté presidida por este profundo anhelo, al fin lo­grado, de José Martí:

“24. “Yo quiero que la ley primera de nuestra República sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre”;”

Para conocer el pensamiento de José Martí sobre la República —como contenido y programa políticos, y no solo como forma de gobierno—, esta es una de mis lecturas recomendadas. Su autor, Paul Estrade, es una de las máximas autoridades mundiales en el pensamiento del Apóstol. Seguir leyendo «José Martí: La república democrática proyectada»

República y derechos: “A quien merme un derecho, córtesele la mano”. Introducción a un dossier

Obra de Duvier del Dago de la serie “La Historia es de quien la cuenta”. Tinta y acuarela sobre cartulina 100 x 70 cm 2015. La obra se reproduce con autorización del artista, y de su Estudio.

 

Por Julio Cesar Guanche

El dossier que Cuba Posible presenta ahora es continuación de otro conjunto de textos, recientemente publicado. Al enfoque elaborado allí sobre el republicanismo, el socialismo y la democracia remitimos el prisma general que recorre estos nuevos artículos. Ahora el tema se centra en los derechos: se analizan diversos tópicos, y se piensa a Cuba, lo que existe y lo que hace falta, en relación con realidades y regulaciones que experimentan los derechos en América Latina y el mundo.

El enfoque común es el de la progresividad y la interdependencia: no es posible legítimamente renunciar a, o prohibir, un derecho ya alcanzado, y, aunque es posible distinguir entre diversos tipos de derechos (con características propias y diferenciadas) su expansión, desarrollo y garantía necesitan un enfoque que los relacione entre sí, pues la protección de unos depende del ejercicio de los otros.

La necesidad de asumir un enfoque interdependiente de los derechos ha ganado consenso normativo en las últimas décadas, sobre todo entre sectores progresistas y revolucionarios. En ello, es destacable el trabajo deNancy Fraser, que cuestiona la “mitología cultural” que desvaloriza la ciudadanía social en Estados Unidos, que se maneja en términos de “contrato” y de “caridad”, y no de solidaridad e interdependencia. En similar sentido, Joy Gordon ha asegurado: “Esto —se refiere aquí a los derechos civiles y políticos— nos resulta bastante familiar a nosotros en Estados Unidos. Menos lo son los derechos de “segunda generación”, que son socioeconómicos: el derecho al trabajo, a un pago justo, a alimentación, vivienda y ropa, a la educación, etc.”Para esta autora, “el concepto de derechos humanos, que resulta tan familiar, es en realidad bien singular e incoherente, y (…) tras esa singularidad subyace una estructura profundamente política y una historia de utilizaciones políticas.”

Otra corriente, historiográfica, ha reconstruido cómo en el pasado las luchas populares no separaron un tipo de derechos de otros. E. P. Thompson impugnó la idea de la “separación” entre economía y política, y de la “consecuente”separación entre los derechos “respectivos” y “propios” de estos ámbitos: “Detrás de unciclo comercial hay una estructura de relaciones sociales qu eprotegen ciertos tipos de expropiación (renta, interés,ganancia) y proscriben algunos otros (robo, deudas feudales), legitimando algunostiposdeconflicto (competencia, guerra armada) e inhibiendo otros (sindicalismo, motines por hambre, organizaciones políticas populares)”. En similar horizonte, Peter Linebaugh ha fundamentado, desde la Inglaterra de la Carta Magna, cómo se asociaron las demandas “desde abajo” por derechos políticos (como el habeas corpus) al mismo tiempo que por derechos sociales (como el mantenimiento de los bosques comunales, para garantizar acceso común a sus recursos). Charles Tilly, desde otro ángulo, demostró algo similar respondiendo a la pregunta: “¿de dónde vienen los derechos?”. Seguir leyendo «República y derechos: “A quien merme un derecho, córtesele la mano”. Introducción a un dossier»

Fidel Castro: historia y memoria

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Por Julio César Guanche

A sus 21 años, Fidel Castro le dijo a los compañeros con los cuales recuperó la Campana de La Demajagua: “tomamos la campana, nos vamos a la Escalinata y tocamos la campana, como en La Demajagua. Después que tengamos todo el pueblo allá, lo llamamos a tomar Palacio”. Entre los presentes, Alfredo Guevara le preguntó: “bueno Fidel, ¿y después?”. “Ya veremos, ya veremos”, fue su respuesta.[1] Para 1970, siendo ya un líder de resonancia mundial, contra los cálculos del Instituto de Planificación Física, y contra la opinión del ministro del ramo, a quien destituyó, anunció la realización de una zafra de 10 millones de toneladas de azúcar, cuyo fracaso fue anunciado en buena parte del mundo como causa de su “inminente” caída.

Por tales actitudes, Fidel Castro recibió, entre otras, la etiqueta de “aventurero” por parte de enemigos, adversarios y, en parte, de sus aliados y seguidores. En 1947 participó en la expedición de Cayo Confites contra el régimen de Trujillo, organizada por un grupo político con el que había tenido graves diferencias en la Universidad de La Habana. Sin querer aceptar las órdenes de dispersión del proyecto insurreccional, propuso a Juan Bosch reunir unos 50 hombres y llevar a cabo, solos, la lucha de guerrillas en Santo Domingo. En 1953 organizó el ataque a dos cuarteles militares, en una acción calificada por los comunistas cubanos de “putchista”. En 1956 anunció que en ese año “seríamos libres o mártires”, para estupor de los que no concebían ofrecer información sobre una guerra en preparación, y miraban, honestamente, la posibilidad de una guerrilla rural como un acto incapaz de plantear batalla efectiva al régimen. Cuando desembarcó en ese año, y su tropa fue virtualmente aniquilada, persistió en continuar la guerra aun cuando, por un tiempo, el estado de su destacamento fue tan deplorable que Frank País le aconsejó “que saliera de allí” y se marchara para organizar una nueva expedición. Fidel Castro se quedó allí, y dos años después, entró en La Habana en medio de la epifanía popular más grande de la historia nacional. Seguir leyendo «Fidel Castro: historia y memoria»

Trump, ¡¿cómo?!

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Por Julio César Guanche

Leo comentarios que aluden a la victoria presidencial de Donald Trump como el triunfo de un loco y una victoria de la estupidez humana. Leo por igual que una clave parece estar en el Trump “antisistema”, frase que quizás es mejor entender como el haberse situado frente a determinado estatus capitalista. Por ahí, hay novedades en su proceder respecto al contexto estadunidense. Sin embargo, pienso en otra arista para explicar su triunfo: cómo ha explotado racionalidades antiguas de ese sistema, algunas de ellas fundacionales.

Trump ha explotado el patriotismo capitalista, que siempre ha tenido que ser imperialista, y que estuvo así en el centro de la primera guerra mundial (con la frase “la patria con razón o sin ella”). Ha explotado la lógica del proteccionismo, a favor de la cartelización de los “intereses propios” de los “americanos”, tesis que apoyó el partido republicano estadunidense en los 1930 como la vía para salir de la crisis del 29. Ha explotado el racismo capitalista, que proclamó haber fundado la prosperidad sobre los “pioneros del capitalismo” (los barones blancos de la industria) y no sobre el trabajo esclavizado, y pretende hacer “de nuevo grande a américa” contra la historia y el presente de una nación construida por afroamericanos, latinos y todo tipo de inmigraciones. Ha explotado el clasismo de los empobrecidos y perdedores del sistema, diciéndoles, por enésima vez, y por enésima vez falsamente, que salvar a los capitalistas es también salvarlos a ellos, como lleva siglos asegurando la teoría económica ortodoxa. Ha explotado el sexismo capitalista, escandalizado con la declaración de Trump de que puede agarrarle la vulva a la mujer que desee, mientras convive con la despolitización del uso mercantil del cuerpo femenino. Ha explotado la distopía del “hombre americano común”, ignorante de su ignorancia, obscurantista hacia la ciencia y conservador hacia la cultura, la imaginación más reaccionaria con que se puede “defender” a un pueblo. Por aquí, ha explotado la narrativa del “enterteiner”, sin mostrarse como un líder político “sólido” (recordar a Reagan), contribuyendo a hacer de la política un “reality show” con electores en tanto consumidores, espectadores y aprendices.

Trump ha explotado el escepticismo “radical” frente a la democracia, que asegura que esta “no sirve para nada”, que todo es “lo mismo”, que recuerda a Hitler como el que fue llevado a las urnas “por la democracia” (dato muy inexactamente manejado) y no como lo que fue: su visceral enemigo. Ha explotado la engañosa sinonimia entre democracia, democracia liberal y aparato electoral-representativo, que fue elaborada, a contrapelo de la historia de estos conceptos, solo tras el inestimable concurso de la guerra fría. Ha explotado la celebración “marxistoide” de la catástrofe, que desea que “todo se ponga peor” para que al fin la gente “se dé cuenta y reaccione revolucionariamente”, argumento que convierte a los pueblos, y a sus vidas reales de dolor y sufrimiento ante la catástrofe, en meras piezas de cambio, sacrificables a favor de “sus ideales”. Ha capitalizado la implosión de las socialdemocracias realmente existentes y sus incapacidades para dejar de ser algo más que falsos predicadores, para servir al capitalismo más depredador.

También, ha explotado la realidad del guerrerismo, de la conquista plutocrática del poder, del incremento de la desigualdad, de la concentración extraordinaria de la riqueza, del despliege de la exclusión y la injusticia, de la autocracia del poder mediático, de la separación radical entre los que mandan y los que son mandados, de la hipocresía obligada ante lo “políticamente correcto”, para darle salida a esa crítica a favor del capitalismo oligárquico, haciendo frente, a conciencia, a los muchos intentos sociales de democratizar, a beneficio del “99%”, las relaciones económicas, sociales, políticas, raciales e internacionales en ese país. Así, ha respondido a la reacción contra la práctica neoliberal “desregulada” prometiendo conservar medidas sociales, bajar impuestos a pequeños productores, imponer controles financieros, asegurar determinadas provisiones, pero sin decir —y, por ello, mintiendo— que estos programas solo pudieron avanzar algo allí donde la organización del trabajo se hizo poderosa y la economía política se comprometió con la redistribución de recursos como clave misma de su lógica de desarrollo.

No estamos ante la obra de un estúpido, o de un loco solitario capaz de arrastrar en su demencia a una multitud de orates. Trump no es, como decía Marx, “un rayo que cae en cielo sereno”. El magnate no ha traído a la palestra solo sus “rasgos personales” de racista, misógino y xenófobo. Lo más grave es que tales rasgos son centrales en una parte significativa de la sociedad estadunidense, ante la cual Trump ha respondido en sus reclamos de venganza para protegerse de los “negros”, de los “comunistas”, de los “fundamentalistas”, de los negocios chinos, de los abortistas, de los evolucionistas, y de un sinfín más de “amenazas”.

La contrarreforma capitalista de los 1970 reaccionó también contra cosas parecidas, frente a las “subversiones” de los 1960: el liberalismo político o social que proponía fortalecer el Estado; la contracultura, despreciada por “su calaña moral” sobre el sexo y el libertinaje; la acción afirmativa, por sus efectos disruptores y “discriminatorios”, y contra la asfixia del mercado ante el intervencionismo y contra “el cáncer de la burocracia”. Trump ha traído contenidos diferentes respecto a esos discursos, como cierta “crítica” a la globalización, y la crítica que ha recibido él mismo por parte de importantes neocons por “pretender destruir la política exterior estadunidense”. Pero al mismo tiempo, ha explotado antiguos miedos y lógicas enteramente sistémicas.

Nada de lo antes dicho celebra a Hillary Clinton como portadora de soluciones para tales problemas, pero quizás explique algún por qué de la “sorpresa” ante el triunfo de Trump. Acaso, este ha hecho visible una cara histórica del capitalismo, “olvidada” por la confusión entre capitalismo y neoliberalismo, por el devaneo liberal sobre el patriotismo cívico y el multiculturalismo y por la rendición teórica que supone considerar “populistas”, al mismo tiempo, a Bernie Sanders y a Donald Trump. Es, no obstante, una cara del capitalismo de ayer y de hoy, la que atemorizaba enormemente a Martí, cuando se refería a la “patria de Cutting”.

La soberanía de los ciudadanos es también la soberanía nacional

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Henri Cartier-Bresson – CUBA. 1963.

Por Julio César Guanche

 

En una caricatura de la década de 1930, Eduardo Abela hizo decir a su personaje El Bobo, mientras este contemplaba una imagen de José Martí: «Maestro, cuando usted dijo: “con todos y para el bien de todos”, ¿a quién se refería?».

El todos al que se refería Martí es uno de los nombres posibles de la “soberanía”. Abela enunció así un tema crucial tanto para la filosofía política como para la política práctica, que podemos llamar «el problema de quiénes somos todos».

Todas las doctrinas políticas que no renuncian explícitamente a la democracia anuncian que están comprometidas con “todos”. Sin embargo, como decía Oscar Wilde, nadie puede escribir una línea sin descubrirse. En este caso, su teoría y su práctica descubren qué y a quién defienden cuando celebran discursivamente el “todos”.

El republicanismo oligárquico y el liberalismo (este con salvedades, como es el caso del liberalismo igualitario) confluyen en su carácter elitario: históricamente han defendido el gobierno de los pocos, de los ricos, de los «mejores», de los más «ilustrados», y han consagrado la exclusión o la limitación de poder para los pobres, las mujeres, los indígenas, los negros y los trabajadores. Han justificado su exclusión a través de expedientes como el racismo y recursos institucionales como el voto censitario y el sufragio masculino, calificado durante décadas como «sufragio universal» aún con la exclusión de todas las mujeres.

 El marxismo-leninismo soviético es, a su propia manera, también elitista: concibe que el “todos” debe ser dirigido por una “vanguardia”. Esta, organizada a través del  partido único y protegida por la ideología de Estado, celebra al pueblo al tiempo que lo considera como un colectivo de eternos menores de edad, que debe ser educado y organizado siempre desde fuera de sí mismo. De este modo, produce obstáculos para que el pueblo, el soberano, pueda institucionalizarse en tanto sujeto político y garantiza a la burocracia, ella también una oligarquía, como única detentadora del poder.

En contraste con esos enunciados, la soberanía democrática remite a un todos sin exclusiones y capaz de autogobernarse.  La afirmación genera dos preguntas obvias:

  1. a) primero, cómo todos pueden llegar a ser efectivamente todos, sin exclusiones.
  2. b) luego, cómo todos pueden ejercer efectivamente poder político, esto es, autogobernarse.

Antes de explorar las respuestas a ambas cuestiones, recuerdo que el “todos autogobernado”, lo que estaré comprendiendo como sinónimo de una comunidad soberana, tiene asimismo escalas: la soberanía remite por igual a la autodeterminación de un colectivo nacional frente a un gobierno ajeno, que a la libertad de una comunidad de ciudadanos al interior de una nación con gobierno propio.

Como he anticipado antes, a lo largo de esta intervención sugeriré maneras en que todos puedan llegar a ser efectivamente todos, y por ese camino puedan alcanzar autogobierno, pero retengo primeramente el hecho de que, si bien es posible hablar de “soberanías” (nacional, ciudadana, alimentaria, energética, sobre el propio cuerpo), etc, todas ellas no son sino manifestaciones relacionadas entre sí de una misma y única libertad. Esto es, la soberanía de la nación está vinculada a la soberanía de sus ciudadanos. El desarrollo de una es condición y resultado del desarrollo de otras. Por lo mismo, la ampliación de una de ellas a costa del recorte de otras, compromete  a ambas. Entre las múltiples dimensiones de la soberanía, elijo aquí tratar solo dos, y analizar el vínculo entre ellas: la soberanía nacional y la soberanía ciudadana. Seguir leyendo «La soberanía de los ciudadanos es también la soberanía nacional»