Heroes, Martyrs, and Political Messiahs in Revolutionary Cuba, 1946–1958. (Review)

«Heroes, Martyrs, and Political Messiahs in Revolutionary
Cuba, 1946–1958, by Lillian Guerra

Julio Cesar Guanche, Cuban Studies, Number 50, 2021, pp. 315-317 (Review)

“El libro emplea de modo creativo, a la vez que consistentemente, un amplio repertorio de fuentes. A las tradicionales fuentes primarias de archive —sin obviar que también las fuentes tradicionales comportan diversos problemas de acceso en Cuba— suma el análisis de historia oral e imágenes y recursos gráficos. Esto último es algo particularmente tan bien tratado en el libro como escasamente explotado en la investigación sobre Cuba.

“La lectura de Guerra sobre el martirologio y el mesianismo político es sugestiva, pero se extraña el repaso de algunas cadenas de sentido, así como de los orígenes de tales tópicos.

Dentro de la tradición del nacionalismo romántico, José Martí fue tratado como el primer gran mesías cubano. El mesianismo es una antigua tradición política —latinoamericana— que podría demandar mayor explicación que la ofrecida en el libro respecto a sus causas o sus orígenes —según se prefiera attender una u otra dimensión, si se sigue a Roger Chartier. En cualquier caso, parece útil prestar mayor atención a sus condicionantes estructurales (latifundio, conentración de la tierra, desposesión ciudadana) y a cómo la cultura popular y las creencias religiosas encuadran también por su propia cuenta el mesianismo.”

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De García Borrero a Julio César Guanche (Sobre el dossier dedicado a Alfredo Guevara)

Alfredo Guevara

Querido Guanche:

Ante todo, quiero reiterarte el agradecimiento por la invitación que me hicieras para escribir sobre Alfredo Guevara en ese gran expediente que has organizado. He leído el resto de las comunicaciones, y no he podido evitar la tentación de organizar estas ideas que ahora expongo. Eso habla a favor del dossier, en tanto invita a repensar lo expuesto, a no dejarnos indiferente, y discutirlo como seguramente le hubiese encantado a Alfredo.

Creo que, en sentido general, las intervenciones han coincidido en señalar el perfil humanista de Alfredo Guevara. Más allá de sus virtudes y defectos como individuo, esos que admiradores y detractores pasan todo el tiempo enfrentando entre sí, queda la evidencia de una gestión cultural que se puso a la altura de lo que estaba demandando la época: si el cine cubano revolucionario de esa primera década post-59 alcanzó la relevancia que hoy conocemos, fue porque Alfredo Guevara trazó un camino que se apartaba con firmeza de lo manido, y aspiraba a ser verdaderamente moderno.

Sus enemigos podrán decir horrores de él (Guevara tampoco ahorró duras descalificaciones para sus contrarios), pero el resultado está allí: una obra colectiva donde no solamente estaríamos hablando de un centro productor de películas (que ya de por sí era bastante difícil), sino de algo más complejo donde se tendría que tener en cuenta, además de la producción cinematográfica, la distribución y exhibición, así como la formación de un nuevo público. Se escribe fácil, pero pensemos que estamos hablando de la influencia lograda a lo largo y ancho de todo el país, y más allá de sus fronteras.

Sin embargo, como todo lo humano, tales logros dejaron también un saldo de perdedores, o para decirlo sin eufemismos, víctimas. Es decir, como siempre ocurre, esa manera de ejercer el Poder (con mayúsculas) tuvo sus inevitables consecuencias, y el análisis de esa parte de la Historia vinculada a Alfredo Guevara es la que le echo de menos en el dossier.

Tomando en cuenta que, tal como se advierte en la presentación, ese conjunto de reflexiones no está pensando en el pasado, sino el presente, y sobre todo el futuro, faltó preguntarse si tendría sentido reciclar el Poder tal como lo ejerció Alfredo. Más claro aún: en la nueva Cuba, esa que tanto soñamos, una Cuba más inclusiva y más democrática ¿sería recomendable mandar del mismo modo que lo hizo Alfredo Guevara?

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Alfredo Guevara: No es fácil la herejía. Un perfil a varias voces (IV y final)

Alfredo Guevara. Foto: Kaloian Santos.

Por Julio César Guanche

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Este dossier, que aquí termina, coloca a Guevara, con la responsabilidad propia de la honestidad intelectual, en la conversación que necesitamos sobre la renovación del socialismo en Cuba, algo que de modo casi “obsesivo” ocupó en particular los últimos años de su vida: un tema que defendió siempre como un programa conjunto de “libertad, justicia y belleza”. En medio de esas disputas, el dossier hace suya la frase del historiador francés Pierre Nora: “Ha sido lanzada la orden de recordar, pero me corresponde a mí recordar y soy yo quien recuerda.” 

En esta entrega intervienen el crítico de cine Gustavo Arcos Fernández-Brito, el cineasta Esteban Insausti, el jurista y profesor René Fidel González García, la filósofa y politóloga francesa Janette Habel, los periodistas Darío Alejandro Escobar y Raúl Garcés Corra, la traductora Margarita Alarcón Perea y la programadora de cine, en el FINCL, Elvira Rosell.

…esa creencia del poder transformador del cine, hizo que algunas cosas se trocaran en ese camino y hay gestos que no debemos pasar por alto.  Gustavo Arcos Fernández-Brito.

La vorágine de acontecimientos que acompañaron a la Revolución en sus primeros años solo puede ser entendida, si acaso, por aquellos que la vivieron. Suele decirse que la memoria es selectiva y, por tanto, traicionera. ¿Hasta dónde puede ser confiable un testimonio? ¿Qué certezas nos trasmiten los artículos o fotos de la prensa? ¿Qué hay detrás de la gran Historia que cuentan los libros? ¿Qué imágenes quedaron fuera del cuadro fílmico?

Se nos ha invitado a recorrer algunos de esos momentos iniciales, especialmente los vividos por Alfredo Guevara y su vasta obra detrás del ICAIC o la cultura cubana.

Pienso entonces en lo subjetivo que puede ser todo, en cómo cada uno se aferra a ciertos acontecimientos y gestos que nos colocan en zona de confort. Imagino al hombre que, desde sus estudios universitarios, se siente fascinado por la personalidad del líder que llevaría adelante esa revolución.

Una cercanía y fidelidad que le será devuelta cuando integra más tarde, el selecto núcleo de pensamiento que diseña las primeras leyes de la nueva Cuba. Es el instante en que mientras se discute, qué hacer con los bancos, la tierra, el ejército, las industrias, el comercio y tantas cosas vitales, encuentra tiempo para escribir una ley de cine que, curiosamente, es firmada antes que las otras. Y uno entonces tiene que preguntarse por qué es tan importante ese arte, cuando tienes delante otras cuestiones de mayor urgencia.

Creo que Alfredo convenció a todos de que no hay mejor aliado de una revolución que su imagen. Las acciones son relevantes, pero su alcance puede ser local, circunstancial. Las imágenes, por el contrario, tienen un poder extraordinario, reproducen un fenómeno, pero también lo idealizan, trabajan sobre mitos y crean algunos nuevos. Manipulan, denuncian, reflejan, sensibilizan, y especialmente en aquellos convulsos años 60, muchos vivían convencidos de que un filme podía cambiar el mundo.

Un recorrido por varios de los festivales más importantes de entonces (Italia, Francia, Chile) encontrará a Alfredo Guevara, a Julio García Espinosa y a Tomás Gutiérrez Alea enfrentados a otros cineastas, en un debate sobre el rol del artista en medio de un proceso de transformaciones sociales. ¿Por qué debemos hacer cine? ¿A quiénes van dirigidas nuestras películas? El cine era un arte, pero debía ser antes que todo, activismo. Mirar la sociedad para confrontarla. 

Quizás esa propia pasión, esa creencia del poder transformador del cine, hizo que algunas cosas se trocaran en ese camino y hay gestos que no debemos pasar por alto.

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Alfredo Guevara: No es fácil la herejía. Un perfil a varias voces (III)

Alfredo Guevara, en Praga (1960).

 

Por Julio César Guanche

Este dossier coloca a Guevara, con la responsabilidad propia de la honestidad intelectual, en la conversación que necesitamos sobre la renovación del socialismo en Cuba, algo que de modo casi “obsesivo” ocupó en particular los últimos años de su vida: un tema que defendió siempre como un programa conjunto de “libertad, justicia y belleza”. En medio de esas disputas, el dossier hace suya la frase del historiador francés Pierre Nora: “Ha sido lanzada la orden de recordar, pero me corresponde a mí recordar y soy yo quien recuerda.” 

En esta entrega, la tercera de la serie, intervienen el ex diplomático Raúl Roa Kourí, el crítico de arte e historiador Rafael Acosta de Arriba, el productor de cine chileno Sergio Trabucco Ponce, el economista Julio Carranza, la cineasta (chilena, radicada en Francia) Carmen Castillo, el periodista Leandro Estupiñán y la socióloga Diosnara Ortega.

Alfredo Guevara. Foto Kaloian.

…el arte era revolucionario (no en la acepción política) o no era arte, así de simple. Rafael Acosta de Arriba

Creo que lo primero que habría que mencionar ante un tópico tan vasto (y con tan breve espacio para responder), es la formación de Alfredo.

Su cultura y su concepto de ella, que, obviamente, son dos cosas diferentes, tuvieron un origen común, la formación en los clásicos latinos. Él fue, por tanto, un humanista de origen. Después, siguió nutriendo esa vasta y espesa cultura personal que acumuló cada día de su vida, sumergiéndose en los clásicos del marxismo y en el pensamiento de San Agustín.

No despreció lecturas de origen religioso y filosófico en sentido general y leyó todo cuanto pudo. El surrealismo le fue muy cercano, probablemente impulsado por Luis Buñuel (con quien tuvo una relación de trabajo y amistad), por autores franceses y por Wifredo Lam, antiguo militante de ese movimiento estético.

También había metabolizado a pensadores cubanos fundamentales como Félix Varela, José Antonio Saco y José Martí, entre otros. Su visión del mundo contemporáneo no era libresca, sino de una puesta al día permanente, propia de una energía de dinamo que le hacía vivir el presente con avidez. Hombre de convicciones sólidas, pero a la vez abierto a lo novedoso del mundo de las ideas, Alfredo fue antidogmático, soñador y polemista.

Lector intenso y extensivo, su biblioteca personal estaba muy bien surtida y era impresionante la variedad de tendencias, autores y temas que la conformaban. Cuando los libros rebasaban el espacio físico disponible, esos títulos pasaban directamente a la biblioteca del ICAIC, perteneciente al Centro de Información Cinematográfica “Saúl Yelín”.

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Alfredo Guevara: No es fácil la herejía. Un perfil a varias voces (II)

Alfredo Guevara, a su la derecha Héctor García Mesa, a su izquierda Saúl Yelín, todos fundadores del ICAIC. Foto Agnes Varda.

Por cuanto el cine es un arte

Por Julio César Guanche

Este dossier no participa de ninguna nostalgia ni propone melancolías sobre alguna “edad dorada”. Sí participa de la disputa por la memoria de la Cuba de hoy y de mañana, por las apropiaciones que se intentan de su pensamiento por parte de corrientes que él mismo rechazó de modo expreso.  

En ello, el dossier coloca a Guevara, con la responsabilidad propia de la honestidad intelectual, en la conversación que necesitamos sobre la renovación del socialismo en Cuba, algo que de modo casi “obsesivo” ocupó en particular los últimos años de su vida: un tema que defendió siempre como un programa conjunto de “libertad, justicia y belleza”. En medio de esas disputas, el dossier hace suya la frase del historiador francés Pierre Nora: “Ha sido lanzada la orden de recordar, pero me corresponde a mí recordar y soy yo quien recuerda.”  

Primera entrega de este dossier

En esta entrega, la segunda de la serie, intervienen Iván Giroud, presidente del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, los productores de cine Lía Rodríguez y Sergio Trabucco (Chile), el guionista de cine y narrador Arturo Arango, el crítico de cine Juan Antonio García Borrero y los directores de cine Enrique Kiki Álvarez, Tania Hermida (Ecuador), Manuel Pérez Paredes y Esteban Insausti.

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Alfredo Guevara: No es fácil la herejía. Un perfil a varias voces

Alfredo Guevara y Michelangelo Antonioni. (Septiembre de 1959)

Por Julio César Guanche

Alfredo Guevara es uno de los principales ideólogos de la cultura del socialismo en Cuba y América latina. Por lo mismo, fue un singular formulador de políticas culturales para su país y la región. Sus ideas sobre cuál debe ser la relación entre los intelectuales y la política, y entre la política y la cultura, lo diferenciaron de otras tendencias sostenidas en el campo cultural cubano y global del mismo lapso, en contra de la “mortaja” del estalinismo y a favor de la autenticidad crítica del pensamiento propio a la vez que universal.

Guevara sintetiza una cuestión básica para las filosofías revolucionarias: cómo construir y defender un proyecto común desde la afirmación de la radical individualidad, cómo hacer compatibles la libertad con la justicia, y cómo defender la cultura revolucionaria como herejía sistemática. Como muy pocas figuras de la Revolución, él mismo fue un puente en la relación entre la herejía del poder—la herejía que está en el poder y que es aún el poder mismo —, y el status quo revolucionario, al momento que deja de ser la ruptura el elemento fundamental y un nuevo orden se instituye.

El dossier que hoy presentamos en OnCuba es un homenaje analítico a Alfredo Guevara Valdés (1925-2013). El conjunto de textos va a contracorriente de las celebraciones de aniversarios “cerrados” o de la cita que aplique a algún evento puntual. Busca algo más general:  recordarnos que el presente no va de salto en salto, de aniversario en aniversario, sino que es una corriente que resume en su contemporaneidad historia y presente. Como decía el propio Guevara, la actualidad no es solo el presente: el presente es lo actuante, lo que es capaz de ofrecer alternativas desde el pasado para pensar las opciones de futuro.

Una necesidad del presente nacional es producir diálogos colectivos, conversaciones horizontales, debates que organicen la torre de babel de los lenguajes y las expectativas que se multiplican en el país. Este dossier ha preferido testimoniar y a la vez interpretar a Guevara, desde una multiplicidad de voces que son capaces de mostrar diferencias a la par que producir coincidencias.

Hemos convocado a cerca de una veintena de intelectuales con conocimiento directo de la vida y obra de Guevara para pensar varios temas centrales en sus desempeños: los por qués de la idea del “cine es un arte”, el concepto de cultura, la noción del socialismo, las necesidades del debate público cubano y cómo procesar la diferencia generacional, entre otros. El dossier invita a cuestionarse, desde el legado de Guevara, los problemas que hoy existen entre intelectuales y artistas y el poder, y los dilemas que experimenta el poder respecto al proyecto.[1]

Abre la serie un texto de Ignacio Ramonet, periodista y escritor, profundo conocedor de la biografía de Guevara, y le siguen otros dos escritos a muchas voces que presentan un mosaico de puntos de vista, en el cual la voz prima, el centro de gravedad, es dar testimonio sobre Guevara y reflexionar sobre la manera en que enfrentó problemas que son de su tiempo y el nuestro, sin obviar las carencias que él mismo reprodujo al hacerlo.

Este dossier no participa de ninguna nostalgia ni propone melancolías sobre alguna “edad dorada”. Sí participa de la disputa por la memoria de la Cuba de hoy y de mañana, por las apropiaciones que se intentan de su pensamiento por parte de corrientes que él mismo rechazó de modo expreso.

En ello, el dossier coloca a Guevara, con la responsabilidad propia de la honestidad intelectual, en la conversación que necesitamos sobre la renovación del socialismo en Cuba, algo que de modo casi “obsesivo” ocupó en particular los últimos años de su vida: un tema que defendió siempre como un programa conjunto de “libertad, justicia y belleza”. En medio de esas disputas, el dossier hace suya la frase del historiador francés Pierre Nora: “Ha sido lanzada la orden de recordar, pero me corresponde a mí recordar y soy yo quien recuerda.”  

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El conflicto de los días y las fechas históricas. Sobre Humboldt 7, Guiteras y la memoria cubana

Desde la izquierda, aparece una mujer, lamentablemente, cortada en la foto; luego, según Lela Sánchez, Fructuoso Rodríguez, quizás el presidente de la Escuela de Farmacia, Jose Antonio Echeverría, Luis Blanca, un compañero sin identificar y Juan Nuiry Sánchez.

Por Lela Sánchez Echeverría

Hoy es 19 de mayo, fecha de importancia indiscutible. Murió, en lucha desigual contra las fuerzas españolas, José Martí. Pero esto no resulta ninguna noticia para nosotros, de sobra se reconoce ese acontecimiento. Ha sido ampliamente recogido por la historia y cada cubano lo guarda en su memoria. Qué bueno.

La historia (valga la redundancia) se va formando con las acciones cotidianas de aquellos que se han destacado luchando por la libertad de su patria, por el progreso cultural o científico, por el desarrollo económico y social del país, para lograr el bienestar del pueblo que lo habita.

Pero también quedan plasmadas aquellas acciones que los hombres más oscuros, menos generosos, llevan a cabo, intentando alcanzar, básicamente, su propia prosperidad y los beneficios que les otorga el ejercicio del poder.

En ambos casos la historia los recoge y los reconoce para darlos a conocer a sus compatriotas y en muchas ocasiones al mundo entero. Resultan un ejemplo de lo que deber ser y lo que no es posible repetir en el futuro.

Una locutora de la televisión repite constantemente una cita del escritor y poeta Félix Pita Rodríguez cuyas palabras no recuerdo con exactitud pero cuyo sentido es el siguiente: El pasado no debe olvidarse porque se corre el riesgo de dejar indefenso al futuro.

Es cierto. La labor de los historiadores, de los comunicadores cuando abordan los acontecimientos que forjaron de alguna manera la idiosincrasia de un pueblo, es vital. Conforma la conciencia de los habitantes de un país, sobre todo la de las generaciones más jóvenes.

Por eso, en estos días, he sentido una buena dosis de aflicción vinculada, en especial, a las fechas patrias en mi país.

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El 20 de mayo. Una nota sobre Estrada Palma, La Enmienda Platt y el significado de “aquella república”

Por Julio César Guanche

Después de tres guerras por su independencia en el siglo XIX, Cuba solo podía tener una República. La cultura, las relaciones sociales y las prácticas políticas generadas por aquellas, no permitían el establecimiento de un régimen político menor. Sin embargo, la fecha que inauguró esa forma de gobierno ha sido una de las más discutidas de la historia insular.

El centenario de la República parece haber abierto un campo de problemas nuevos, un difícil escenario de pugna ideológica y una posibilidad de entendimiento, más complejo y también más liberador, de nuestra historia. Si durante años muchas dicotomías han ido estructurando la visión de ese proceso (república martiana contra república plattista, dependencia contra revolución, anexión contra independencia, veinte de mayo contra primero de enero), existen otras maneras de entender nuestro pasado.

Entre las opciones que tuvieron los cubanos de la hora no estaba ninguna de esas disyuntivas. No podían escoger una u otra. Ellos también, aunque parezca olvidarse, vivían su circunstancia.

La sociedad de la Isla experimentaba una terrible crisis económica y humana después de las pérdidas generadas por la guerra. En el mes de agosto de 1898, el sorteo de una revista elitista como El Fígaro dejó de ser un elegante abanico de nácar y encajes para ofrecer un lote de víveres. En ese año casi la mitad de La Habana vendía melcochas a centavo, pues solo sobraba el azúcar.[1]

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Cuba: la utopía y sus problemas

Foto: Julio César Guanche

Por AILYNN TORRES SANTANA Y JULIO CÉSAR GUANCHE

La memoria colectiva del pueblo cubano cada vez contempla menos los tiempos previos a 1959: las dificultades que enfrentan ya no son «problemas que aún persisten», sino dificultades que se han creado, recreado y actualizado a lo largo de sus vidas. La Revolución, para seguir siendo, necesita ofrecer una nueva noción de futuro, reformular la utopía.

La Revolución cubana fue un acontecimiento cenital del siglo XX. Cuenta con varias pruebas de la singularidad de sus victorias: haber derrotado por primera vez al imperialismo estadunidense en América Latina (1961), haber conseguido, en los años 80, un índice de desigualdad (coeficiente Gini) de 0,24 y haber construido quizás —también para esa década— el primer Estado de bienestar en la región [1].

Entre los tópicos centrales del siglo XX estuvieron las ideas de utopía y del Estado nación. La Revolución cubana hizo de ambos contenidos ejes centrales. Por ello ha sido estudiada por Jan Gustafsson como una de las grandes «utopías sociales y políticas» de ese siglo, con efectos hasta el presente. La utopía es, en sentido crítico, inspiración y potencia para la transformación del orden de la vida, transformación dinámica y reflexión constante sobre sus contenidos. Uno de ellos, con profundo calado desde el 59 hasta el presente, es el principio de igualdad y de justicia social. Desde él es posible repensar si pervive, y en qué sentidos, esa utopía. 

En este artículo nos interesa hablar sobre la utopía y su contenido igualitarista y de justicia en cuatro tiempos: a) los 1990 como frontera de la utopía de igualdad y justicia; b) el 2021 y la necesidad de reformulación de esa utopía; c) el VIII Congreso del Partido Comunista de Cuba, y la utopía de igualdad y justicia; d) ¿un consenso nacional sobre la utopía de justicia e igualdad?

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Humboldt 7: El crimen infinito (y 2)

José Antonio Echeverría. Foto: Roberto Jesús Hernández

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Por Ricardo Alarcón de Quesada

Las elecciones universitarias

Al comienzo del curso 1954-1955 conocí a un personaje, Leonel Alonso, que supuestamente sería mi compañero de aula, quien de inmediato me anunció que aspiraba a ser el próximo Presidente de la FEU, algo que estuvo a punto de lograr. El primer paso hacia esa meta era ganar la presidencia de la Escuela lo que consiguió con el apoyo de la Juventud Socialista que controló nuestra Asociación.

Leonel, sin embargo, enfrentó un obstáculo insuperable: el sistema y los métodos de enseñanza de Filosofía y Letras que se apartaban bastante de los prevalecientes en el resto de la Universidad. Además de la calidad de su claustro, en nuestra Escuela existía la asistencia obligatoria a clases, las pruebas periódicas, los seminarios, talleres y conferencias que anticipaban lo que se generalizaría en 1962 con las Reformas Universitarias.

Nunca lo vi en alguna de esas actividades ni tampoco, por cierto, en las manifestaciones y actos de protesta contra la dictadura. Un día pasó lo que tenía que pasar. Leonel irrumpió bruscamente en un local, interrumpió y le faltó el respeto a una profesora y ésta, lógicamente, lo denunció ante la dirección de la Escuela la cual propuso al Consejo Universitario la suspensión de derechos de Leonel.

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