El Estado como precondición de los derechos: beneficios y límites de una concepción relevante para América Latina

   El costo de los derechos

Descargue aqui  el prologo y la introduccion de El Costo de los Derechos, de Stephen Holmes y Cass Sunstein

Por Juan González Bertomeu

El texto que a continuación se reproduce es el prólogo de Juan F. González Bertomeu a la edición castellana del libro de Stephen Holmes y Cass Sunstein, El Costo de los Derechos, Buenos Aires, Siglo veintiuno editores, 2011. Se reproduce aquí con el amable permiso de la editorial.

Dime cuántos impuestos te cobran (y cómo se gastan) y te diré qué derechos tienes: así podría resumirse la tesis central del valioso libro que prologo. Para Stephen Holmes y Cass Sunstein, la pregunta ¿qué derechos garantiza una comunidad? no puede responderse (sólo) mirando la Constitución de esa comunidad sino, muy especialmente, estudiando cuántos recursos se destinan a asegurar su cumplimiento. Los derechos cuestan dinero. Todos ellos, ya se trate de las libertades tradicionales a la no interferencia estatal (libertades negativas), ya de los derechos sociales, usualmente identificados como aquellos que exigen el despliegue de una actividad más directa por parte del Estado (libertades positivas).

 Para los autores, justamente, esta dicotomía es engañosa. Porque su satisfacción cuesta dinero, porque ella requiere la prestación de un servicio público activo, todos los derechos son positivos. Los derechos sociales muestran más claramente esta dimensión, la necesidad de la prestación estatal. Esta prestación queda más oculta en el caso de las libertades negativas. Igualmente existe: ni la más negativa de las libertades podría ser garantizada en ausencia de un deber estatal, y tal deber sólo merece ser tomado en serio cuando se destina parte del presupuesto tanto a satisfacerlo en forma directa cuanto a penar su incumplimiento.

 Según Holmes y Sunstein, esas libertades significan bien poco si se las toma meramente como inmunidades contra la intervención estatal, sin considerar el aparato burocrático que debe concretarlas en la práctica. Dicho sea de paso, todos los derechos son también negativos: la demanda de una persona por acceder a una vivienda se transforma, una vez satisfecha, en una por conservarla de interferencias indebidas; el derecho de una niña a acceder a la educación sólo puede garantizarse si el Estado o un tercero no pueden restringirlo.

 La idea del libro es clara y sencilla, y su contribución es significativa. El libro debilita la noción de que el Estado es por definición el enemigo de la libertad y los derechos, de que un Estado fuerte sea necesariamente uno abusivo. Sus autores muestran de manera convincente que los derechos carecen de virtualidad práctica en ausencia de un Estado que vele por su protección (es en cambio al defender un Estado débil que se exhibe un bajo compromiso con ellos). Además, desnuda la falsedad de uno de los argumentos principales empleados para negar el carácter exigible de los derechos sociales, según el cual lo que hace tan costosos estos derechos –a diferencia, por ejemplo, de los derechos civiles y políticos– es la necesidad de que el Estado brinde un servicio a sus beneficiarios. Como vimos, la vigencia de los derechos civiles y políticos tampoco puede entenderse sin la existencia de un servicio público. Seguir leyendo «El Estado como precondición de los derechos: beneficios y límites de una concepción relevante para América Latina»

Mella: la imaginación de la rebeldía (II)

Julio Antonio Mella, por Servando Cabrera Moreno

Julio Antonio Mella, por Servando Cabrera Moreno

Por Julio César Guanche

Durante mucho tiempo, la responsabilidad por la muerte de Julio Antonio Mella se le ha adjudicado al stalinismo en la figura de Vittorio Vidali, presentado por unos como héroe romántico —el célebre comandante Carlos Contreras en la lucha por la República española—, y por otros como asesino grotesco, implicado, entre otras, en las muertes de Trostky y de Andreu Nin. Según se afirma, Vidali le espetó un día a Mella, fuera de sí: “No lo olvides nunca: de la Internacional se sale de dos maneras, ¡o expulsado o muerto!”.

En refutación de esa tesis, los historiadores Adys Cupull, Froilán González, Rolando Rodríguez y Cristine Hatzky han aportado las pruebas definitivas sobre su asesinato. Ellos brindan información exhaustiva sobre la trama implementada por el dictador cubano Gerardo Machado para ejecutarlo después de contratar para el empeño al cubano José Magriñat, tras desembarazarse de varios políticos que, aun en el seno del Machadato, se habían opuesto sucesivamente a negociar la extradición de Mella hacia Cuba, a pretender comprarlo por soborno y más aún a asesinarle.

Sin embargo, ambas versiones explican mejor la vida de Mella que su muerte: lo explican todo sobre su carácter revolucionario. Era un enemigo de los déspotas de las oligarquías, de los tiranos del capitalismo y de los fanáticos sepultureros de las revoluciones.

Como todos los grandes líderes, Mella fue un hombre muy creído de sí mismo. Asombra su diario de México, escrito a los 17 años, donde afirma que su imaginación “era un corcel de Apolo suelto en los espacios”, y se piensa como alguien llamado por la historia a arrastrar multitudes y dejar monumentos a su paso. Al gritar “muero por la revolución” en el instante que supo final, estaba seguro de haber dejado una huella tan larga como sus propias intenciones en la historia de las revoluciones del continente. Seguir leyendo «Mella: la imaginación de la rebeldía (II)»

Leer «El capital»

nuestro marx

Por Carlo Frabetti

Hace unos días participé en la presentación en Madrid de «Nuestro Marx», de Néstor Kohan (un libro esclarecedor cuya lectura no dudo en recomendar), recientemente publicado por la editorial La Oveja Roja con un excelente prólogo de Belén Gopegui, y durante el coloquio alguien dijo que un texto sobre marxismo solo es válido si nos lleva a leer «El capital». Y aunque manifesté mi desacuerdo con esta afirmación, no hubo tiempo para profundizar en el asunto, de modo que intentaré hacerlo ahora.

Creo que a ningún biólogo se le ocurriría decir que un texto sobre evolucionismo solo es válido si nos lleva a leer «El origen de las especies» y, desde luego, ningún físico diría que la validez de un trabajo de física teórica depende de que nos remita al «Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo» de Galileo o a los «Principia Mathematica» de Newton. Y, sin embargo, siendo muchísimo lo que las ciencias sociales le deben a «El capital», es aún más lo que las ciencias naturales les deben a cualquiera de los otros tres libros citados. ¿Por qué la relación con los clásicos (aunque en este caso habría que hablar más bien de libros fundacionales) no es la misma en uno y otro campo? ¿Por qué en el marco de las ciencias sociales cabe una afirmación tan esquemática como la antes citada? Si tuviera que dar una respuesta igualmente esquemática, diría: por puro fetichismo (y aprovecho para señalar que uno de los principales méritos del libro de Kohan es el de situar la cuestión del fetichismo en el centro de su argumentación). Pero intentaré dar una respuesta más matizada.

Si bien la lectura de los libros de Galileo, Newton o Darwin es fundamental para un epistemólogo o un filósofo de la ciencia, no es ni mucho menos imprescindible para un científico actual (y hasta me atrevería a añadir que es inadecuada para el profano que desea acercarse a la física o a la biología). Y, análogamente, considero que «El capital» es de obligada lectura para quienes intentamos reflexionar sobre los fundamentos del comunismo, pero no para los militantes de izquierdas en general. Seguir leyendo «Leer «El capital»»

El contrato sexual, de Carol Pateman

el contrato sexual

Descargue aqui El contrato sexual, de Carol Pateman

«La incorporación relativamente reciente del concepto de contrato sexual a la Filosofía Política puede ser considerada como una de las consecuencias, en el ámbito de la teoría, del lema del movimiento feminista: lo personal es político.
«En su obra “The Sexual Contract” (1988, Cambridge/Oxford, publicada en castellano por Anthropos), la pensadora australiana Carole Pateman sostiene que la desigualdad entre los sexos (salarios más bajos, violencia de género, acoso sexual, comentarios sexistas, falta de reconocimiento social, etcétera) es un producto de la especial reorganización patriarcal de la Modernidad.
«Contra el Antiguo Régimen o mundo del status en el que la cuna diferenciaba a nobles y plebeyos, los teóricos del contrato (Hobbes, Locke, Rousseau, Kant) preparan el advenimiento de las democracias modernas basadas en la libertad para suscribir contratos económicos y políticos. Pero la división sexual del trabajo delimita dos ámbitos: el público, de los ciudadanos y trabajadores, y el doméstico, de subordinación de las mujeres.
«Las mujeres serán concebidas como seres más naturales y menos racionales que los hombres, incapaces de controlar sus emociones para lograr la imparcialidad propia del ámbito público. No se las considerará individuos autónomos propiamente dichos aunque se afirmará su capacidad de consentir al matrimonio, institución a través de la cual se las incluye en la sociedad civil. Así, tras la caída de las monarquías absolutas, surgen las sociedades modernas como resultado de un pacto entre varones libres e iguales que instituyen nuevas reglas de acceso al cuerpo de las mujeres. La fraternidad como maridos, ciudadanos y trabajadores compensará las asperezas de una sociedad capitalista que obliga a la mayor parte de los varones a aceptar contratos de empleo caracterizados por la explotación.
«Pateman señala que este aspecto del derecho civil patriarcal ha sido descuidado por la teoría política del siglo XX que olvida el ámbito privado y acepta la falsa neutralidad sexual de las categorías de individuo y contrato, impidiendo que se perciba la vinculación de las esferas pública y doméstica. El trabajo asalariado o la actividad política, con sus jornadas agotadoras, dan por supuesta la existencia de amas de casa ocupadas en las tareas de mantenimiento de la vida.
«Si las mujeres reciben menor salario es porque se las considera fundamentalmente esposas que ganan un «complemento» al sueldo del varón proveedor, si tienden a elegir contratos a tiempo parcial para compatibilizar trabajo doméstico y asalariado es porque tienen conciencia de su posición en una estructura que les asigna las tareas del hogar; si sufren acoso sexual o discriminación laboral se debe a que entran en el mercado no como meros individuos asexuados, sino como mujeres. El contrato es el medio a través del que se instituyen, al tiempo que se ocultan, las relaciones de subordinación en el patriarcado moderno.
«Para Pateman, la manifestación más clara de esta función del contractualismo se daría en la concepción de la prostitución y de la maternidad subrogada (alquiler de úteros) como simples contratos de trabajo en los que la «identidad encarnada» de las personas no tiene relevancia.» (Alicia Puleo García )

“O come o se muere”: la rebeldía en Julio A. Mella (I)

Mella
Por Julio César Guanche

El 25 de marzo de 1903 nació en la capital de Cuba Julio Antonio Mella, hijo ‘bastardo’ de una relación extramatrimonial entre el sastre dominicano Nicanor Mella Breá y la joven irlandesa Cecilia McPartland Diez. Sus padres se llevaban entre sí 31 años, lapso mayor que la edad que alcanzaría en vida su primogénito, asesinado a los 25 años en México.

En esa breve vida, Mella se las arregló para convertir a la universidad cubana en un espacio político nacional; sacar de sus casillas al dictador cubano Gerardo Machado; convertirse en líder latinoamericano, atentar contra la oligarquía mexicana -por el grado de su inmersión en el sindicalismo de ese país- y ser considerado por el stalinismo como una amenaza para la ‘unidad’ del movimiento comunista en la época.

El padre de Mella -hijo de un general, héroe de la independencia dominicana- era dueño de una de las sastrerías más famosas de la ciudad y mantuvo a su hijo como el alumno mejor vestido de la Universidad de La Habana; le inculcó la pasión por la vida de los patriotas de la independencia latinoamericana; lo introdujo en las lecturas políticas; le envió $ 80 mensuales al exilio cuando su vástago sufría la miseria; pagó sin pensar las altas fianzas que le impusieron a Julio Antonio, y movió cielo y tierra para liberarlo de prisión cuando su huelga de hambre.

Sin embargo, Mella fue un hijo ‘bastardo’ para otras de las ‘familias’ de las que formó parte.

El joven líder fundó el Directorio de la Federación de Estudiantes de la Universidad de La Habana en 1922, asumió su presidencia meses después y tuvo que renunciar luego al cargo acusado de vocación dictatorial y de poner en peligro la marcha de la reforma universitaria por su militancia política ‘sectaria’ con el movimiento obrero y con el naciente comunismo cubano.

Formó parte del grupo reducido que fundó el primer Partido Comunista de Cuba en agosto de 1925, y fue separado meses después por sus actos ‘individualistas’, ‘inconsultos’ y carentes de ‘solidaridad clasista’, ‘verificables’ en una épica huelga de hambre de 19 días. Seguir leyendo «“O come o se muere”: la rebeldía en Julio A. Mella (I)»

La evolución del constitucionalismo cubano según Hugo Azcuy

constitucion

Descargue aquí el libro de Hugo Azcuy (publicado por Ruth Casa Editorial/ICIC Juan Marinello), en pdf

Ver aquí otros libros publicados por Ruth Casa editorial en formato de Libros Libres (descargas en pdf)

Por Julio Antonio Fernández Estrada y Julio César Guanche

La Constitución vigente en Cuba data de 1976. Las reformas de 1978, 1992 y 2002 se proyectaron sobre la forma y el fondo de ella. La reforma de 1992 modificó más de la mitad de su articulado, aunque oficialmente no dio lugar a una nueva Constitución.

Escribir un prólogo a un libro que recoge, entre otros textos, conferencias dictadas en los años 1970 por el profesor Hugo Azcuy sobre la Constitución de 1976 es un empeño complejo. Aunque trate sobre una Constitución vigente, el paso del tiempo y las modificaciones operadas sobre ella pueden ofrecer la impresión de ser un libro que nace caducado.

Es usual que un prólogo sea laudatorio del autor y de su obra. Quienes lo escribimos leímos al profesor Azcuy en la última etapa de su vida. En la fecha, mediados los años noventa, era investigador del Centro de Estudios sobre América (CEA) y fue uno de los primeros en trabajar con mayor lucidez desde Cuba el tema de los derechos humanos. Desde 1992 en adelante había elaborado varios de los textos que resultaban esenciales para recomponer la teoría constitucional cubana, desde un punto de vista marxista, tras décadas de seguirse en el país las líneas gruesas del Derecho constitucional soviético.

Las conferencias de Azcuy de los años setenta no escapan a esa influencia. Este libro merece, por tanto, no tanto nuestro «elogio» como toda nuestra atención.

Ernesto Che Guevara utilizaba una metáfora singular para dilucidar el camino que lleva a resolver una desviación: un aviador que ha perdido el rumbo debe volver al punto de partida, al origen del camino y no tratar de enmendar el destino cuando toma conciencia del hecho. Publicar en Cuba, en 2010, este libro de Hugo Azcuy contribuye a entender el punto de partida de muchos presupuestos de algún modo todavía vigentes, pero que no hacen visibles su pertenencia a la experiencia «desviada» del socialismo histórico.

En sus páginas se afirma: «Nuestra Constitución se atiene, con toda consecuencia, a la doctrina y a la técnica propia del constitucionalismo socialista» (todas las citas de Azcuy en esta edición, p.51) y, más adelante, asegurará: el «plan organizativo del Estado socialista quedó esbozado, en sus elementos esenciales, en los decretos fundamentales de la Revolución [rusa], que conformaron la Constitución soviética de 1918. Esos elementos se perfeccionaron en las Constituciones de 1924 y 1936, las cuales, puede decirse, elaboraron las bases generales del sistema socialista de los órganos estatales». (p. 183)

La Constitución soviética de 1936 consagró la transformación de la Revolución rusa en el régimen diseñado por Stalin. En 1977 se aprobaría la última de las constituciones que rigieron la vida política de la URSS hasta su disolución en 1991. El «constitucionalismo socialista»[1] referido por Azcuy se había desplegado desde 1936 hasta los años setenta en las leyes fundamentales de Bulgaria (1947), Corea (1948), Hungría y Alemania Oriental (1949), Polonia y Rumanía (1952), Mongolia (1960), Checoslovaquia (1960, reformada en 1968 y 1970), Rumanía (1965), República Democrática Alemana (1968), Bulgaria (1971), Hungría (1972), Yugoslavia (1974) y China en 1975, esta última tras una historia de confrontación con la URSS. Ese es el marco histórico, el contexto, de la experiencia constitucional a la que «se atiene, con toda consecuencia», según el profesor Azcuy, la Constitución Socialista de la República de Cuba, aprobada en 1976 por 97,7% de los votos del electorado cubano.

Tomando en cuenta las que entendemos como necesidades del hoy, es importante «servirse» del «Azcuy de los años 70» por un motivo esencial: entendemos que perviven en Cuba muchas de las tesis del «constitucionalismo socialista». El «marxismo-leninismo» en su versión soviética no es desde 1992 la ideología oficial del Estado cubano, y la URSS desapareció hace dos décadas, pero la cultura política y las corrientes institucionales tienen disímiles mecanismos de pervivencia y reproducción. Con la crítica a lo producido por Azcuy en los años setenta se puede contribuir a poner sobre sus pies varias nociones que hoy pasan como «naturales» y que no obstante provienen de aquella experiencia y están marcadas por ella.

Ahora, al empeño contribuye el propio Azcuy, que hace la crítica de sí mismo en los textos «Cuba: ¿reforma constitucional o nueva Constitución», «Revolución y derechos» y «Estado y sociedad civil en Cuba», así como en los materiales que fueron recogidos en el volumen Derechos humanos. Una aproximación a la política, de aparición póstuma.[2] Lamentablemente, el desarrollo de esta perspectiva, que él había contribuido decisivamente a perfilar,[3] se vio limitado por su fallecimiento temprano. Seguir leyendo «La evolución del constitucionalismo cubano según Hugo Azcuy»

Hacer honor a su nombre: Caridad. Entrevista a Monseñor Carlos Manuel de Céspedes

Monseñor Céspedes

Por Julio César Guanche

Monseñor Carlos Manuel de Céspedes García Menocal, vicario general de La Habana, tiene dos famas sobradamente ganadas: la de ser un hombre íntegro y un fabuloso conversador. Descendiente de Carlos Manuel de Céspedes, considerado el Padre de la Patria cubana, es, sobre todo, una de las personalidades más descollantes de la cultura cubana del último medio siglo. Esta entrevista, por más breve que sea, lo confirma: en pocas páginas muestra su ingenio, erudición y fe, volcadas todas en una única pasión: Cuba.

 Hace 400 años, la imagen de la Virgen de la Caridad se encontró por trabajadores pobres, de Cuba. Esa es una metáfora hermosa sobre cómo el pueblo cubano encuentra la imagen de la virgen que será después Patrona de Cuba. ¿Qué más puede contarnos sobre ese encuentro?

Es una hermosa metáfora con una historia compleja.

En el siglo XVII, el cardenal Cisneros organizó una red de pequeños hospitales de caridad en los caminos de España, y en todos ellos había una imagen que decía: Nuestra Señora de la Caridad.

Dicen que antes del encuentro de la imagen de la Caridad en Cuba, la Virgen había llegado a la Isla en manos de un hombre que iba en un barco español que naufragó. Él fue acogido por una comunidad indígena, y aquella imagen —que no se conserva— comenzó a venerarse como un tótem indio y a expandirse una adoración a la Virgen sin saber que era la Virgen de la Caridad.

De esa forma, el encuentro de la imagen en Cuba, por los trabajadores que iban a buscar sal y el muchachito que los acompañaba, no cayó en tierra extraña.

La imagen fue llevada por corto tiempo a Barajagua y enseguida al lugar donde se encuentran las minas del Cobre. A partir de ahí comenzó toda una historia para que fuera admitido el culto a la Virgen de Nuestra Señora de la Caridad, a la cual enseguida se añadió del Cobre, por el nombre del pueblo.

Otro tema muy curioso, que no se trata mucho, es la composición material de la imagen y su significado. Hace unos veinte años el entonces arzobispo de Santiago de Cuba mandó a restaurar la imagen de la Virgen y, para asombro del restaurador, se encontró que la cara no era de madera, sino de una pasta dura y barnizada que le pareció de maíz. Eso apunta que la imagen no fue hecha en España sino en México o en Centroamérica; y probablemente provino de un barco que iba o regresaba de México a España y que se había hundido por ese lugar.

Está muy claro que la imagen de la Virgen apareció en Cuba en el lugar donde se dice, y que esa es la misma que está hoy en el Santuario del Cobre; pero respecto a su origen hay cosas que no sabemos bien. Seguir leyendo «Hacer honor a su nombre: Caridad. Entrevista a Monseñor Carlos Manuel de Céspedes»