Carta a Julio César Guanche sobre el dossier Alfredo Guevara

Alfredo Guevara. Foto: Kaloian Santos

Descargar aquí el dossier completo al que se refiere esta carta

Por Humberto T. Fernández

Querido Guanche,

Quisiera compartir contigo algunos comentarios a propósito del dossier que has tenido a bien publicar sobre Alfredo Guevara. Agradecerte el dossier, va de suyo, aunque no deje de echar de menos un mayor empeño editorial en los textos compilados, tanto en el fondo como en la expresión. Las fotografías son de primera, por lo que revelan, por lo inédito de algunas de ellas, al menos para mí. No es mi intención polemizar directamente con ninguno de los textos aparecidos en el dossier, sino entablar conversación por esta vía con ideas expresadas en ellos —algunas sobre Alfredo Guevara, otras sobre el proceso político y las circunstancias históricas en que Guevara se vio inmerso desde joven, incluso desde antes de la Revolución Cubana, pues no es posible pensar en la Revolución y escribir sobre ella sin pensar y escribir sobre Alfredo Guevara.

***

Creo haber visto a Alfredo Guevara una sola vez, y fue durante uno de esos llamados “eventos teóricos” paralelos a los Festivales de Cine Latinoamericano, al que pude asistir —en 1986 o 1987— gracias a los buenos oficios de un amigo que me facilitó una credencial. Oí hablar, eso sí, mucho sobre Alfredo Guevara, desde la dureza o el afecto; para unos, era un autócrata maledicente y perverso; para otros una persona muy culta, diligente y con un alto sentido del deber. El carácter de Alfredo Guevara es lo que menos debe interesar, lo verdaderamente importante es la obra que lo trasciende, analizar y juzgar esa obra. Sus contribuciones fundamentales las hizo: a) a la concepción y el diseño de las políticas culturales de la Revolución Cubana; b) al establecimiento de las líneas generales definitorias de lo que podría llamarse, con toda propiedad, escuela de cine cubano; c) a la creación y la gestión de la infraestructura de producción y el rostro institucional de esa escuela en la figura del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), tal vez la institución cultural por excelencia de la Revolución Cubana, la forja misma de la imagen a la vez más elaborada y más universal del proceso de construcción socialista en Cuba. En lo que sigue mi perspectiva es la de un común, alguien sin conexión personal o institucional con Alfredo Guevara.

La educación general, y la cinematográfica en particular, de quienes nacimos durante los primeros años de la Revolución y alcanzamos nuestra plena juventud en los ochenta era de una calidad ostensiblemente superior a la de quienes, nacidos en Cuba o no, crecieron por esa misma época, por ejemplo, en los Estados Unidos. En Cuba, mi generación tuvo amplio acceso no sólo a las cinematografías europeas de la posguerra —tanto del Oeste como del Este— , sino también a las de América Latina y el resto del entonces llamado Tercer Mundo. En aquellos años, a menudo se presentaban ciclos por directores o países, o por movimientos o períodos de la historia del cine, además de que se exhibía, tanto en los cines como en la televisión lo mejor de las producciones de Hollywood anteriores a 1959, así como de la «época de oro» del cine argentino y mexicano. Los nombres (y los rostros) de Monica Vitti o Gillo Pontecorvo, Claudia Cardinale o Jean-Luc Godard, Alain Delon o François Truffaut, Ingmar Bergman o Liv Ullmann, Andrey Tarkovsky o Serguey Bondarchuk, Akira Kurosawa o Toshiro Mifune, Glauber Rocha o Evaristo Marquez… se mezclaban con los de Jorge Negrete, Libertad Lamarque, Carlos Gardel, Hugo del Carril, Pedro Infante, Tintán o Cantinflas y los de Tony Curtis, Kirk Douglas, Katherine Hepburn, Bette Davis, Jack Nicholson o Marlon Brando… gravitando todos hacia esa galaxia, a la vez intemporal y ubicua, de la imaginación sin distinción de geografía, idioma o época.

Las políticas de exhibición de filmes extranjeros en Cuba estaban dirigidas a diseminar cultura general y cinematográfica y conocimientos históricos y a cultivar el buen gusto de la población de todo el país, sin excepción: el costo de una entrada era de un peso en El Vedado y en el más apartado pueblo del interior donde hubiera una sala de proyección. En cuanto a la producción nacional, apenas vi cine cubano en mi infancia y adolescencia —y ello por razones puramente biográficas, dada la antipatía política que sentían mis padres por la Revolución y dado que el cine cubano trataba, fundamentalmente, de la obra de la Revolución, de su épica, de su capacidad de defenderse y derrotar al enemigo interno y eterno, de su obra social… por lo que no era de extrañar que mis padres optaban por no ver «ese tipo de películas de propaganda». Después, en mi primera juventud, comencé a ver cine cubano y ya no pude dejar de asistir al estreno de ninguna película cubana. Miro hacia atrás y el cine cubano de los primeros veinte años de Revolución, por los temas, la dirección y la fotografía y el desempeño de los actores, me parece más ambicioso, más audaz, más original, de mayor calado que la filmografía cubana de los 80 que, aunque la recuerde con muchísimo afecto, me parece mucho más convencional, provinciana y repetitiva en sus perspectivas y tratamientos de la realidad de aquellos años.

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De García Borrero a Julio César Guanche (Sobre el dossier dedicado a Alfredo Guevara)

Alfredo Guevara

Querido Guanche:

Ante todo, quiero reiterarte el agradecimiento por la invitación que me hicieras para escribir sobre Alfredo Guevara en ese gran expediente que has organizado. He leído el resto de las comunicaciones, y no he podido evitar la tentación de organizar estas ideas que ahora expongo. Eso habla a favor del dossier, en tanto invita a repensar lo expuesto, a no dejarnos indiferente, y discutirlo como seguramente le hubiese encantado a Alfredo.

Creo que, en sentido general, las intervenciones han coincidido en señalar el perfil humanista de Alfredo Guevara. Más allá de sus virtudes y defectos como individuo, esos que admiradores y detractores pasan todo el tiempo enfrentando entre sí, queda la evidencia de una gestión cultural que se puso a la altura de lo que estaba demandando la época: si el cine cubano revolucionario de esa primera década post-59 alcanzó la relevancia que hoy conocemos, fue porque Alfredo Guevara trazó un camino que se apartaba con firmeza de lo manido, y aspiraba a ser verdaderamente moderno.

Sus enemigos podrán decir horrores de él (Guevara tampoco ahorró duras descalificaciones para sus contrarios), pero el resultado está allí: una obra colectiva donde no solamente estaríamos hablando de un centro productor de películas (que ya de por sí era bastante difícil), sino de algo más complejo donde se tendría que tener en cuenta, además de la producción cinematográfica, la distribución y exhibición, así como la formación de un nuevo público. Se escribe fácil, pero pensemos que estamos hablando de la influencia lograda a lo largo y ancho de todo el país, y más allá de sus fronteras.

Sin embargo, como todo lo humano, tales logros dejaron también un saldo de perdedores, o para decirlo sin eufemismos, víctimas. Es decir, como siempre ocurre, esa manera de ejercer el Poder (con mayúsculas) tuvo sus inevitables consecuencias, y el análisis de esa parte de la Historia vinculada a Alfredo Guevara es la que le echo de menos en el dossier.

Tomando en cuenta que, tal como se advierte en la presentación, ese conjunto de reflexiones no está pensando en el pasado, sino el presente, y sobre todo el futuro, faltó preguntarse si tendría sentido reciclar el Poder tal como lo ejerció Alfredo. Más claro aún: en la nueva Cuba, esa que tanto soñamos, una Cuba más inclusiva y más democrática ¿sería recomendable mandar del mismo modo que lo hizo Alfredo Guevara?

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Alfredo Guevara: No es fácil la herejía. Un perfil a varias voces (IV y final)

Alfredo Guevara. Foto: Kaloian Santos.

Por Julio César Guanche

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Este dossier, que aquí termina, coloca a Guevara, con la responsabilidad propia de la honestidad intelectual, en la conversación que necesitamos sobre la renovación del socialismo en Cuba, algo que de modo casi “obsesivo” ocupó en particular los últimos años de su vida: un tema que defendió siempre como un programa conjunto de “libertad, justicia y belleza”. En medio de esas disputas, el dossier hace suya la frase del historiador francés Pierre Nora: “Ha sido lanzada la orden de recordar, pero me corresponde a mí recordar y soy yo quien recuerda.” 

En esta entrega intervienen el crítico de cine Gustavo Arcos Fernández-Brito, el cineasta Esteban Insausti, el jurista y profesor René Fidel González García, la filósofa y politóloga francesa Janette Habel, los periodistas Darío Alejandro Escobar y Raúl Garcés Corra, la traductora Margarita Alarcón Perea y la programadora de cine, en el FINCL, Elvira Rosell.

…esa creencia del poder transformador del cine, hizo que algunas cosas se trocaran en ese camino y hay gestos que no debemos pasar por alto.  Gustavo Arcos Fernández-Brito.

La vorágine de acontecimientos que acompañaron a la Revolución en sus primeros años solo puede ser entendida, si acaso, por aquellos que la vivieron. Suele decirse que la memoria es selectiva y, por tanto, traicionera. ¿Hasta dónde puede ser confiable un testimonio? ¿Qué certezas nos trasmiten los artículos o fotos de la prensa? ¿Qué hay detrás de la gran Historia que cuentan los libros? ¿Qué imágenes quedaron fuera del cuadro fílmico?

Se nos ha invitado a recorrer algunos de esos momentos iniciales, especialmente los vividos por Alfredo Guevara y su vasta obra detrás del ICAIC o la cultura cubana.

Pienso entonces en lo subjetivo que puede ser todo, en cómo cada uno se aferra a ciertos acontecimientos y gestos que nos colocan en zona de confort. Imagino al hombre que, desde sus estudios universitarios, se siente fascinado por la personalidad del líder que llevaría adelante esa revolución.

Una cercanía y fidelidad que le será devuelta cuando integra más tarde, el selecto núcleo de pensamiento que diseña las primeras leyes de la nueva Cuba. Es el instante en que mientras se discute, qué hacer con los bancos, la tierra, el ejército, las industrias, el comercio y tantas cosas vitales, encuentra tiempo para escribir una ley de cine que, curiosamente, es firmada antes que las otras. Y uno entonces tiene que preguntarse por qué es tan importante ese arte, cuando tienes delante otras cuestiones de mayor urgencia.

Creo que Alfredo convenció a todos de que no hay mejor aliado de una revolución que su imagen. Las acciones son relevantes, pero su alcance puede ser local, circunstancial. Las imágenes, por el contrario, tienen un poder extraordinario, reproducen un fenómeno, pero también lo idealizan, trabajan sobre mitos y crean algunos nuevos. Manipulan, denuncian, reflejan, sensibilizan, y especialmente en aquellos convulsos años 60, muchos vivían convencidos de que un filme podía cambiar el mundo.

Un recorrido por varios de los festivales más importantes de entonces (Italia, Francia, Chile) encontrará a Alfredo Guevara, a Julio García Espinosa y a Tomás Gutiérrez Alea enfrentados a otros cineastas, en un debate sobre el rol del artista en medio de un proceso de transformaciones sociales. ¿Por qué debemos hacer cine? ¿A quiénes van dirigidas nuestras películas? El cine era un arte, pero debía ser antes que todo, activismo. Mirar la sociedad para confrontarla. 

Quizás esa propia pasión, esa creencia del poder transformador del cine, hizo que algunas cosas se trocaran en ese camino y hay gestos que no debemos pasar por alto.

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Alfredo Guevara: No es fácil la herejía. Un perfil a varias voces (III)

Alfredo Guevara, en Praga (1960).

 

Por Julio César Guanche

Este dossier coloca a Guevara, con la responsabilidad propia de la honestidad intelectual, en la conversación que necesitamos sobre la renovación del socialismo en Cuba, algo que de modo casi “obsesivo” ocupó en particular los últimos años de su vida: un tema que defendió siempre como un programa conjunto de “libertad, justicia y belleza”. En medio de esas disputas, el dossier hace suya la frase del historiador francés Pierre Nora: “Ha sido lanzada la orden de recordar, pero me corresponde a mí recordar y soy yo quien recuerda.” 

En esta entrega, la tercera de la serie, intervienen el ex diplomático Raúl Roa Kourí, el crítico de arte e historiador Rafael Acosta de Arriba, el productor de cine chileno Sergio Trabucco Ponce, el economista Julio Carranza, la cineasta (chilena, radicada en Francia) Carmen Castillo, el periodista Leandro Estupiñán y la socióloga Diosnara Ortega.

Alfredo Guevara. Foto Kaloian.

…el arte era revolucionario (no en la acepción política) o no era arte, así de simple. Rafael Acosta de Arriba

Creo que lo primero que habría que mencionar ante un tópico tan vasto (y con tan breve espacio para responder), es la formación de Alfredo.

Su cultura y su concepto de ella, que, obviamente, son dos cosas diferentes, tuvieron un origen común, la formación en los clásicos latinos. Él fue, por tanto, un humanista de origen. Después, siguió nutriendo esa vasta y espesa cultura personal que acumuló cada día de su vida, sumergiéndose en los clásicos del marxismo y en el pensamiento de San Agustín.

No despreció lecturas de origen religioso y filosófico en sentido general y leyó todo cuanto pudo. El surrealismo le fue muy cercano, probablemente impulsado por Luis Buñuel (con quien tuvo una relación de trabajo y amistad), por autores franceses y por Wifredo Lam, antiguo militante de ese movimiento estético.

También había metabolizado a pensadores cubanos fundamentales como Félix Varela, José Antonio Saco y José Martí, entre otros. Su visión del mundo contemporáneo no era libresca, sino de una puesta al día permanente, propia de una energía de dinamo que le hacía vivir el presente con avidez. Hombre de convicciones sólidas, pero a la vez abierto a lo novedoso del mundo de las ideas, Alfredo fue antidogmático, soñador y polemista.

Lector intenso y extensivo, su biblioteca personal estaba muy bien surtida y era impresionante la variedad de tendencias, autores y temas que la conformaban. Cuando los libros rebasaban el espacio físico disponible, esos títulos pasaban directamente a la biblioteca del ICAIC, perteneciente al Centro de Información Cinematográfica “Saúl Yelín”.

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Alfredo Guevara: No es fácil la herejía. Un perfil a varias voces (II)

Alfredo Guevara, a su la derecha Héctor García Mesa, a su izquierda Saúl Yelín, todos fundadores del ICAIC. Foto Agnes Varda.

Por cuanto el cine es un arte

Por Julio César Guanche

Este dossier no participa de ninguna nostalgia ni propone melancolías sobre alguna “edad dorada”. Sí participa de la disputa por la memoria de la Cuba de hoy y de mañana, por las apropiaciones que se intentan de su pensamiento por parte de corrientes que él mismo rechazó de modo expreso.  

En ello, el dossier coloca a Guevara, con la responsabilidad propia de la honestidad intelectual, en la conversación que necesitamos sobre la renovación del socialismo en Cuba, algo que de modo casi “obsesivo” ocupó en particular los últimos años de su vida: un tema que defendió siempre como un programa conjunto de “libertad, justicia y belleza”. En medio de esas disputas, el dossier hace suya la frase del historiador francés Pierre Nora: “Ha sido lanzada la orden de recordar, pero me corresponde a mí recordar y soy yo quien recuerda.”  

Primera entrega de este dossier

En esta entrega, la segunda de la serie, intervienen Iván Giroud, presidente del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, los productores de cine Lía Rodríguez y Sergio Trabucco (Chile), el guionista de cine y narrador Arturo Arango, el crítico de cine Juan Antonio García Borrero y los directores de cine Enrique Kiki Álvarez, Tania Hermida (Ecuador), Manuel Pérez Paredes y Esteban Insausti.

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Alfredo Guevara: No es fácil la herejía. Un perfil a varias voces

Alfredo Guevara y Michelangelo Antonioni. (Septiembre de 1959)

Por Julio César Guanche

Alfredo Guevara es uno de los principales ideólogos de la cultura del socialismo en Cuba y América latina. Por lo mismo, fue un singular formulador de políticas culturales para su país y la región. Sus ideas sobre cuál debe ser la relación entre los intelectuales y la política, y entre la política y la cultura, lo diferenciaron de otras tendencias sostenidas en el campo cultural cubano y global del mismo lapso, en contra de la “mortaja” del estalinismo y a favor de la autenticidad crítica del pensamiento propio a la vez que universal.

Guevara sintetiza una cuestión básica para las filosofías revolucionarias: cómo construir y defender un proyecto común desde la afirmación de la radical individualidad, cómo hacer compatibles la libertad con la justicia, y cómo defender la cultura revolucionaria como herejía sistemática. Como muy pocas figuras de la Revolución, él mismo fue un puente en la relación entre la herejía del poder—la herejía que está en el poder y que es aún el poder mismo —, y el status quo revolucionario, al momento que deja de ser la ruptura el elemento fundamental y un nuevo orden se instituye.

El dossier que hoy presentamos en OnCuba es un homenaje analítico a Alfredo Guevara Valdés (1925-2013). El conjunto de textos va a contracorriente de las celebraciones de aniversarios “cerrados” o de la cita que aplique a algún evento puntual. Busca algo más general:  recordarnos que el presente no va de salto en salto, de aniversario en aniversario, sino que es una corriente que resume en su contemporaneidad historia y presente. Como decía el propio Guevara, la actualidad no es solo el presente: el presente es lo actuante, lo que es capaz de ofrecer alternativas desde el pasado para pensar las opciones de futuro.

Una necesidad del presente nacional es producir diálogos colectivos, conversaciones horizontales, debates que organicen la torre de babel de los lenguajes y las expectativas que se multiplican en el país. Este dossier ha preferido testimoniar y a la vez interpretar a Guevara, desde una multiplicidad de voces que son capaces de mostrar diferencias a la par que producir coincidencias.

Hemos convocado a cerca de una veintena de intelectuales con conocimiento directo de la vida y obra de Guevara para pensar varios temas centrales en sus desempeños: los por qués de la idea del “cine es un arte”, el concepto de cultura, la noción del socialismo, las necesidades del debate público cubano y cómo procesar la diferencia generacional, entre otros. El dossier invita a cuestionarse, desde el legado de Guevara, los problemas que hoy existen entre intelectuales y artistas y el poder, y los dilemas que experimenta el poder respecto al proyecto.[1]

Abre la serie un texto de Ignacio Ramonet, periodista y escritor, profundo conocedor de la biografía de Guevara, y le siguen otros dos escritos a muchas voces que presentan un mosaico de puntos de vista, en el cual la voz prima, el centro de gravedad, es dar testimonio sobre Guevara y reflexionar sobre la manera en que enfrentó problemas que son de su tiempo y el nuestro, sin obviar las carencias que él mismo reprodujo al hacerlo.

Este dossier no participa de ninguna nostalgia ni propone melancolías sobre alguna “edad dorada”. Sí participa de la disputa por la memoria de la Cuba de hoy y de mañana, por las apropiaciones que se intentan de su pensamiento por parte de corrientes que él mismo rechazó de modo expreso.

En ello, el dossier coloca a Guevara, con la responsabilidad propia de la honestidad intelectual, en la conversación que necesitamos sobre la renovación del socialismo en Cuba, algo que de modo casi “obsesivo” ocupó en particular los últimos años de su vida: un tema que defendió siempre como un programa conjunto de “libertad, justicia y belleza”. En medio de esas disputas, el dossier hace suya la frase del historiador francés Pierre Nora: “Ha sido lanzada la orden de recordar, pero me corresponde a mí recordar y soy yo quien recuerda.”  

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La libertad, la emancipación y la Cultura Cubana

Foto: Cirenaica Moreira. 1. Fuera de lugar, de la serie Sin torres ni abedules (terminada 2012), escultura en fibra de vidrio, madera y textil, dimensiones variables (Cortesía para La Cosa)

 Los hombres que adaptan su verdadero deseo a las formas existentes de la sociedad se parecen a un ser que ha recibido alas para volar y que las usa para caminar mejor.

León Tolstoi.

 

Por Enrique (Kiki) Álvarez.

1

¿Qué es la libertad? Cuando yo era niño en mi casa no había televisión y el único entretenimiento que tenía la familia era la radio; recuerdo a mi madre escuchando novelas y a mi padre una emisora en la que Cuba era definida como el primer territorio libre de América. Un día, tendría yo cinco o seis años, le pregunté a mi padre qué cosa era un territorio libre y él, tras un largo silencio, se sonrío y me dijo: un territorio libre es algo así como tu cuarto, un espacio con límites dentro del cual puedes hacer lo que no puedes hacer en el resto de la casa… dibujar las paredes, por ejemplo.

Lo que mi padre quiso decirme entonces, y ahora me lo puedo explicar, es que la libertad tiene que ver con el espacio en el que uno puede actuar y expresarse sin afectar la sensibilidad o la integridad de los otros; un territorio libre comprende un adentro, un afuera y las relaciones dialécticas entre los sujetos que lo habitan y con esos otros espacios que lo rodean y definen sus circunstancias: la del territorio y la de los sujetos que accionan sus deseos de emancipación dentro de él.

No se es libre por definición, ni por voluntad, ni por decreto. La libertad es un ejercicio, una praxis dialéctica, un movimiento, una proyección ideal. Ser libre es ejercer la habilidad de relacionarte con todo lo que puede viabilizar o condicionar tu vida. Supone el reconocimiento de los límites en los que puedes moverte libremente y aprender a emanciparte dentro de ellos sabiendo que la única posibilidad de ensanchar ese territorio es actuando sobre los enunciados que lo determinan. Seguir leyendo «La libertad, la emancipación y la Cultura Cubana»

Alfredo Guevara: el contrapunteo de la cultura

 

Alfredo Guevara en 2009. Foto: José Goitía para The New York Times

 

Por Julio César Guanche

Alfredo Guevara señaló aquel mueble, un butacón vanguardista, demasiado bajo como para que pudiera sentarse en él a la altura de sus ya más de 80 años, y dijo: “un día Leo Brouwer me llamó para avisarme que estaban vendiendo esos muebles en un Ten cent, y corrí a comprarlos”. Aquel día era de algún año de la década de 1960, los muebles eran Knoll y, pasados los años 2000, permanecían en las oficinas del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, en La Habana.

La afición por los muebles Knoll podría parecer contradictoria con la conocida veneración de Guevara al mobiliario barroco y colonial. Recorriendo con la vista el butacón, su defensa de la estética Knoll se remontó al origen del formalismo ruso y del racionalismo alemán, y al contexto del estalinismo y el fascismo.

Guevara había estudiado a fondo el movimiento de la vanguardia rusa anterior al estalinismo y lo consideraba el germen, junto a la Bauhaus, de casi toda la vanguardia occidental. Lamentó siempre que, en el caso ruso, esa vanguardia se perdiera por la “ceguera estalinista, ceguera que llegó a ser criminal”. (O, en el caso alemán, por el nazismo.) Desde esta comprensión, decía: “yo no soporto Los fundamentos del socialismo en Cuba, de Blas Roca”, y cuestionaba el “marxismo-leninismo”, elaboración del estalinismo sobre el marxismo que no era “ni marxista ni leninista”.

Hay quien verá una “muestra más” del “elitismo” de Guevara en su afición por los muebles Knoll, “mientras el pueblo cubano pasaba tantas carencias”. Ni Guevara ni la Revolución cubana son carne de santoral. La escasa presencia de directoras mujeres, y de enfoque de género, en el cine cubano producido por el organismo que él dirigió (el ICAIC), así como sus conflictos con el cine de realizadores negros, como Nicolás Guillén Landrián, no son las páginas más brillantes de su biografía.

Sin embargo, de su explicación sobre la Knoll podemos tomar otro aprendizaje. Nadie como el propio Leo Brouwer le daría mejor título: “La tradición se rompe, pero cuesta trabajo”. Ese trabajo suponía, en Guevara, un compromiso con una concepción universalista de la cultura, una labor de visibilización y reconocimiento de las exclusiones perpetradas por los usos hegemónicos del universalismo, una formación intelectual tan rigurosa como crítica, y una vocación frontal por la justicia. Seguir leyendo «Alfredo Guevara: el contrapunteo de la cultura»

La necesidad de abrir caminos (Dúplica a Haroldo Dilla)

cuba

Por Julio César Guanche

Haroldo Dilla me ha hecho el honor de replicar, en “Los íconos difusos”, un artículo en el que cuestiono algunos de sus comentarios.

No me he referido a los miedos que despierte ser acusado de “difuso”, ni a cuál sería la respuesta heroica ante ello. Sostener una posición política democrática debe ser un derecho ante el cual la heroicidad sea superflua y el miedo inconcebible —como defiendo, ya que estamos, abolir todas las fuerzas antidisturbios y liberar a todos los presos por razones políticas de este mundo—. Pero sigo pensando que su posición regatea la legitimidad de posturas políticas diferentes.

Nunca he aceptado desacreditar una postura intelectual por las descalificaciones que se dirijan a la persona de su proponente. Dilla hizo esto en su primer texto, cuando aseguró que todas las opciones de Alfredo Guevara se orientaban a su “uso y beneficio” como “mandarín y gay oficial”, “suerte de florero”. Ahora dice que soy yo el que lleva a ese punto la discusión. Pero lo dejaré de lado, pues dice cosas de mayor importancia que mis reales o supuestos yerros polémicos.

Las biografías son algo más importante que los intercambios de “chismes” privados. Ya que Dilla entra en detalles biográficos, lo haré para explicarme.

Para entender la vida política de Mañach, por ejemplo, es necesario ser preciso en su biografía. Es oportuno saber que prologó la primera edición en forma de libro (1954) de La historia me absolverá. Es importante conocer que  Mañach, “no se fue” de Cuba, sino que, según él mismo, no le dejaban alternativa, cuando lo retiraron del claustro universitario, y le privaron de sus fuentes de empleo en los medios de prensa.

También es necesario notar que se opuso a la dictadura de Batista, y que, por sus convicciones, liberal republicanas, no podía compartir el curso comunista, que según entendía, tomaba el curso revolucionario desde fecha temprana. Es bueno saber que llegó muy enfermo a Puerto Rico, que esto ha habilitado reinterpretar el “apoyo explícito” que, se ha dicho, prestó a la invasión de Girón (1961), o conocer que no autorizó en vida la publicación de Teoría de la frontera, queeran notas de curso sobre un tema que nunca antes había trabajado.

Tampoco es redundante la interpretación de sus inserciones políticas. Es necesaria la interpretación del ABC, entendida tradicionalmente como “facistoide”, cuando fue el primer movimiento moderno de una derecha de masas en Cuba. Es una simpleza calificarlo de “fascista”, como si todas las derechas lo fuesen sin más.

Es importante comprender el contexto de enunciación de las ideas: no es lo mismo defender la democracia bajo un sistema liberal oligárquico que defenderla bajo un formato liberal social, que con sufragio universal o sin él. Habrá quien piense que la democracia es “una sola” —como dicen los estalinistas que “hay un solo marxismo”—, pero es un error, que Dilla no comete, aunque no considera sus diversas implicaciones.

La biografía, la  interpretación de las opciones políticas y de los contextos de enunciación de las ideas son aspectos cruciales para comprender una tradición y sus “recuperaciones” posibles. Es lo que he intentado hacer con Roa, y he visto utilidad en hacerlo para el presente, como es útil para la interpretación del pasado, hecho que también es relevante. Desde ahí busco interpretar los legados de intelectuales políticos, como Mañach o Alfredo Guevara, aspirando a hacer algo más que asignar calificaciones de quién es más importante, o más intelectual que el otro. Dilla, aunque en su segundo texto es mucho más analítico que en su primer alegato, simplifica este tema.

Dilla establece que los problemas que yo señalo como propios de la relación entre el socialismo y la democracia, son más bien atinentes a la relación liberalismo-democracia: “los problemas de la libertad del individuo ante el estado/comunidad”. Seguir leyendo «La necesidad de abrir caminos (Dúplica a Haroldo Dilla)»

El drama del analista

http://www.networkedblogs.com/blog/cuba-material. Tomada de Cuba Material

Imagen tomada de The New York Times. 2014.Tomada de Cuba Material http://www.networkedblogs.com/blog/cuba-material.

Por Julio César Guanche

Haroldo Dilla, en un texto titulado “Las impúdicas confesiones de Alfredo Guevara”, ha escrito que yo, entre otros, pretendo ocupar un lugar “difuso” “entre el apoyo al sistema y al gobierno cubano y su crítica”. También afirma que, como parte de ello, he hecho un esfuerzo “descomunal” por “elevar a Raúl Roa a una estatura ideológica de procerato”.

Imagino que el uso de “difuso” y de “descomunal” no es celebratorio. Por mi parte, tengo cuidado de calificar otros posicionamientos políticos de “difusos”, porque es, en propiedad, una palabra difusa. Esta noción hace parte, en Cuba, de un universo de discurso descalificador que cuenta entre sus correlatos con “revisionismo” y, en el extremo, con “quintacolumnismo” y otras atrocidades que Dilla conoce bien y yo prefiero evitar. Lo de “descomunal” elijo entenderlo, con Aristóteles, como “desproporcionado”. Para este, lo desproporcionado a la visión humana —como un animal enorme— no es feo ni bello sino que solo puede apreciarse por partes.

Voy entonces por partes. La historia del pensamiento político, o sus reformulaciones disciplinares, vive de recuperaciones, desde Aristóteles a Hobbes, pasando por Leo Strauss y una lista inabarcable. Esas recuperaciones fundamentan, casi siempre, proyectos políticos que pretender colocarse en el presente. Desde ahí, no entiendo cuál es el problema con pretender recuperar a Roa, o a Chibás, o a Mañach.

Quizás el problema sea que para justificar esas recuperaciones haya que ofrecer, según Dilla, explicaciones biográficas. Habría que darlas por los niveles de “lealtad” que el sistema infligió a sus intelectuales orgánicos. Es una manera de hacerlo, pero me parece pobre desde el punto de vista intelectual. Rousseau abandonó a sus hijos y Hobbes fue el enemigo absolutista de la República inglesa de 1649. Nada de esto despierta mi admiración, pero no ha impedido sus recuperaciones.

En la historia de Cuba, la palabra “socialismo” está inscrita en textos relativos al Partido Independiente de Color, al I Partido Comunista y al Partido Revolucionario Cubano (Auténtico), siendo tan diferentes entre sí. Esa historia me parece relevante, por ejemplo, para comprender mejor la importancia, y los conflictos, del pluralismo, como hecho social, cultural y político, más allá de celebraciones simplificadas de la diversidad en materia ideológica, y para entender los usos alternativos, y contradictorios entre sí, de diversas nociones de democracia, cuestión que vale también para hoy. Seguir leyendo «El drama del analista»