“Comprendí su vida, sus frustraciones, su enajenación, su carácter de declassé”, entrevista a Fernando Cañizares Abeledo sobre Antonio Sánchez de Bustamante y Montoro.

A la izquierda, el profesor Fernando Cañizares Abeledo, a su lado, el autor de la entrevista, el tambnien profesor Harold Bertot.

 

Por Harold Bertot Triana

Por disímiles factores, nuestra historia jurídica se desconoce en varios puntos. Estas oquedades a veces se transfiguraron en rechazos a revivir o desconocer símbolos, monumentos, construcciones o a hombres y personalidades, presentes solo en las remembranzas de sus más íntimos o conocidos, sin que su vida se conecte al curso de los acontecimientos culturales e históricos. Este desconocimiento hace precisamente que, entre gambetas y caños, aparezca en el todo general de nuestra cultura jurídica, de nuestras verdaderas tradiciones, identidades y sentido de la vida, un proceso ahistórico e hipostasiado.

La rigidez en la mirada de los procesos históricos, demarcar y considerar ramplonamente sobre ella a personajes buenos y malos, convenientes y no convenientes, redescubrir a unos y olvidar a otros, por toscos referentes ideológicos e intereses de usurero, hace la historia de nuestros pueblos lamentable, mitológica y abstracta. Y lo más peligroso aún, es que se cierne sobre el horizonte de nuestras esperanzas la sanción de este veneno con efectos vinculantes.

En nuestro entorno jurídico académico poco se conoce de la vida y obra de eximios juristas del período prerrevolucionario como José Antonio Lanuza, José Antolín del Cueto, Antonio Sánchez de Bustamante y Sirvén, José Guerra López, entre otros.

Es cierto que algunos defendieron causas no legítimas para los procesos actuales, y que otros son anónimos en dignas posturas sin alguna trascendencia importante en el curso de los procesos históricos, pero no se debe olvidar que incluso entre notorias abyecciones, viles amagos, y los de a poco, la historia se compone de varias piezas y se refunda en un concierto de voluntades individuales.

Las tribulaciones, los heroísmos, las traiciones, la mano amiga, el troglodita, no hacen otro favor que mostrarnos la obra del hombre, de aquel que flaquea, del que está a medio camino y del que bate alas hacia lo más alto.

La historia del hombre se cuenta de restas y de sumas, y no solo se mira de costado. Hubo en estos hombres de leyes de un tiempo anterior al triunfo revolucionario una historia común: todos sostienen en sus voces y en sus obras, un hilo conductor de la cultura jurídica de Cuba, de sus construcciones y superaciones. Una historia viva de nuestra institucionalidad, de nuestra cosmovisión pedagógica, de nuestras tendencias filosóficas y teóricas, de nuestro pasado, de nuestro derredor cultural e identitario.  

Entre todos ellos se encuentra el doctor Antonio Sánchez de Bustamante y Montoro, antiguo profesor de Introducción al Estudio del Derecho y de Filosofía del Derecho en la antigua Facultad de Derecho de la Universidad de la Habana. Seguir leyendo «“Comprendí su vida, sus frustraciones, su enajenación, su carácter de declassé”, entrevista a Fernando Cañizares Abeledo sobre Antonio Sánchez de Bustamante y Montoro.»

Docencia, decencia y socialismo en la universidad cubana

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Ariel Dacal Díaz

Hace varios días rueda por las “redes sociales” la información y comentarios sobre el hecho de que, a Julio Antonio Fernández Estrada, jurista, profesor universitario y socialista confeso, no le actualizaron su contrato como profesor en la Universidad de la Habana. Varias son las razones y los supuestos que sobre este particular se conocen, entre ellas la publicación de un artículo titulado “No quiero saber nada de los industriales ni de Obama”.

Como sucede con cualquier dato o acontecimiento nacional, este permite encausar el permanente debate sobre la realidad cubana, sus tensiones, desafíos y alcances. Otra oportunidad para mirar algunos elementos de nuestra realidad compleja, diversa, llena de matices y aparentemente inabarcable. Con este fin convido a un grupo de personas, sobre todo del mundo de las ciencias sociales y el activismo en la vida pública, y de clara sensibilidad con el proyecto de justicia social y soberanía en Cuba, a comentar alrededor de un par de preguntas sobre Julio Antonio en particular y sobre algunos significados de su salida de la Universidad en general.

¿Cuál ha sido su acercamiento a Julio Antonio Fernández Estrada y a los contenidos generales de los textos recientemente publicados en su columna de OnCuba?

Juan Valdés Paz: Conozco al “joven” (como los de ochenta llamamos a los de cuarenta) Julio Antonio Fernández Estrada, hace más de una década. Lo primero a decir de Julio Antonio es que es una persona decente y que no conozco nada de él que no sea recto, lúcido y comprometido con los ideales de la Revolución. Lo segundo, que Julio Antonio es uno de los más brillantes intelectuales de su generación, con un estilo profundo y mordaz, como corresponde a un buen senequista. Tercero, que es uno de nuestros más destacados juristas, Catedrático de Derecho Constitucional y Romano, profesor universitario por más de veinte años, siempre elegido por el alumnado de la Facultad como el mejor de sus profesores. Cuarto, que Julio Antonio ha sido un trabajador de la Universidad de La Habana desde su graduación, pero esta Alta Casa de Estudios se ha venido deshaciendo de su magisterio gradualmente, no obstante, la solidaridad de algunos de sus colegas, hasta que recientemente le fue rescindido o no renovado su contrato, rompiendo así su último vínculo con la Universidad y sin que importen muchos los argumentos utilizados al efecto puesto que a una persona decente no se le deja sin trabajo. Quinto, que en cuanto a sus escritos en OnCuba me parece fuera de discusión su derecho a ejercer sus opiniones, puesto que de eso se trata; en todos los trabajos de Julio Antonio que conozco, sus críticas han estado acompañadas siempre de un fondo ético y político, inobjetables, pero en todo caso, dignos de ser debatidos y nunca penalizados.

Mylai Burgos: Entré a estudiar Derecho en la Universidad de La Habana en 1993, por la misma puerta que Julio Antonio, nos separaban aulas, personas y un poco más. Épocas repletas de escaseces donde sobrevivíamos de la inventiva y agarrados a la historia para seguir activismos estudiantiles de antaño. Julio y yo nos conocíamos, pero nos replicábamos entre la introversión de uno y la extroversión propia, estuvimos cerca y también lejos muchas veces. Pero la vida desdeña lo superfluo y une la honestidad para asentar la amistad. Por eso algunos años después empezamos a caminar juntos pensares y quehaceres, tan juntos que el sendero se ha vuelto un andar mutuo.

Compartir sus palabras ha sido uno de los motivos de esos andares, pero hace un tiempo tuvieron un repunte al saltar a las redes sociales pequeños textos temáticos de su sentir, que es el sentir de muchos y muchas. Hablar de la coyuntura política, del barrio, de las expectativas truncas, de la discriminación, de la democracia, de la república, de la constitución, de ese derecho que estudiamos con su padre, nuestro maestro excelso, donde la libertad no existe sin igualdad, y la justicia fraterniza con la política, hablar y poner sobre la mesa con prosa poética lo que a muchos nos golpea el alma, desde la isla y por ella, es lo que ha sucedido en los últimos meses con sus textos en el mundo virtual.

Mi acercamiento no es nuevo, van conmigo en sus reflexiones lo que nos duele y nos mueve por el presente y el futuro de Cuba.

Aurelio Alonso:  Si hablamos de “acercamiento” tendría que empezar por decir que estoy cerca de Julito desde antes de que naciera debido a la estrecha amistad que tuve con Fernández Bulté desde los años sesenta, cuando nos iniciábamos en la compleja tarea de la docencia desde perspectivas teóricas a las cuales la Universidad había sido adversa hasta el triunfo de la Revolución. Vi crecer a Julio Antonio, y formar su inteligencia, entre la estampa cultural ideológicamente comprometida de su padre y la ternura de su entrañable madre. Lo recuerdo, todavía estudiante de Derecho, en una de las conversaciones sobre temas polémicos que Julio y yo solíamos sostener cuando le visitaba, pronunciarse contra la pena de muerte con argumentos tan sólidos que me impresionaron por su madurez. Me atrevo a caracterizarlo hoy como uno de los estudiosos más serios de su generación. Sus trabajos recientes en On Cuba reflejan, como todo lo que he leído de él, esa correspondencia del compromiso con el ideal socialista y la indispensable originalidad de pensamiento, que no puede ser digerida desde los extremos, pero termina por abrirse paso cuando mantiene su curso y se logra profundizar con coherencia.

Israel Rojas:  A día de hoy la circulación de ideas en la red cubana es mayor que nunca y es imposible estar al tanto de todo. A veces siento que se ha pasado bien pronto del murmullo por escasez de voces a una etapa de mucho ruido e incapacidad de asimilar tanto.   Seguir leyendo «Docencia, decencia y socialismo en la universidad cubana»

La ciudad cuesta pero vale. Entrevista con Mario Coyula.

Mario Coyula Cowley

Mario Coyula Cowley

Por Hilario Rosete y Julio Cesar Guanche

(Hace muchos años —creo que en 1999— le hice, junto a mi fraterno Hilario Rosete, esta entrevista al arquitecto y urbanista Mario Coyula. Hoy, en homenaje a su muerte, acaecida ayer 7 de julio de 2014, reproduzco aquí sus palabras.  Fue concebida para la revista universitaria Alma Mater. Puede más el ánimo de rendirle respeto, que  lo que haya en estas páginas de «pecados de juventud» por parte de sus entrevistadores.)

Revista Orígenes. 1947. Lezama Lima escribe: «Existe entre nosotros otra suerte de política, otra suerte de regir la ciudad de una manera profunda y secreta.» Bajo ese presupuesto, y para revelar, entre varias esencias, cómo se apropiaban de La Habana los alumnos de la Escuela de Arquitectura durante la década del cincuenta, Alma Mater convoca a Mario Coyula (La Habana, 1935), miembro del Directorio Revolucionario, y coautor de obras premiadas como el Parque Monumento a los Mártires Universitarios, en Infanta y San Lázaro, y del Mausoleo a los Héroes del 13 de marzo, en el Cementerio de Colón, que recuerdan la gesta de los estudiantes de la UH en las luchas revolucionarias. «En verdad en aquellos años había todo un territorio universitario, extendido más allá de los muros de esa especie de Acrópolis que es la Colina», dice el hoy director del Grupo para el Desarrollo Integral de la Capital. Presidente, desde su creación en 1978 hasta 1989, de la Comisión de Monumentos de la ciudad, e incansable luchador por el ensanche del término, «monumento no es solo lo más antiguo, singular o lujoso», Coyula en verdad ha pasado su vida profesional «cruzando de un campo a otro». Para él, los principios del equilibrio ecológico —diversidad, mantenimiento de las acciones dentro de la capacidad de carga de un sistema y su facultad de regeneración, garantía de la supervivencia— son aplicables a los núcleos poblacionales. Más que «especialista», le gusta llamarse «generalista».

La señalada extensión de los predios universitarios allende los muros de la Colina, ¿comprendía cuál área geográfica y respondía a cuáles factores?

Llegaba hasta la calle 23, por el norte; hasta Infanta, por el este; hasta la calle G, por el oeste, el hospital Calixto García pertenecía a la universidad; y se diluía hacia el sur más allá del Stadium y del parque Carlitos Aguirre. Era un área donde un policía no entraba solo, lo hacía en grupo, en plan de ataque. La amplitud de la zona estaba dada por el número de estudiantes y casas de huéspedes. En esa época la mayor parte de las carreras se estudiaban en La Habana. Igual se encontraban las Academias de Repaso, importantes sobre todo en Matemáticas y en Medicina, en especial en Anatomía. Para vencer el contenido de las asignaturas no bastaban las clases. Eran muy esquemáticas. Se agrupaban muchos estudiantes en una sola aula. A veces desde las últimas filas no se oía al profesor. Las academias cobraban barato y repasaban bien. No obstante, el centro de todo el territorio lógicamente era la Colina, vinculada a la ciudad —preciosa salida— a través de esa gigantesca escalinata, muy parecida a la de la Universidad de Columbia de Nueva York, mas, en mi opinión, mejor proporcionada, enmarcada por dos juegos de escaleras laterales. Abundando sobre las formas de «conquista» de la ciudad por los alumnos, iban desde untar con jabón las líneas de los tranvías para que estos rodaran San Lázaro abajo, hasta preparar las históricas manifestaciones de protesta, las cuales se dirigían hacia el monumento de José Martí en el Parque Central o hacia el paredón donde fusilaran a los Estudiantes de Medicina en la explanada de La Punta. La presencia estudiantil se extendía a los cafés, como el de la esquina de L y 27, frente a la casa de Don Fernando Ortiz, donde se alza hoy una librería, bodegones como el de Teodoro, en las cercanías del teatro El Sótano, en 27 y K, donde se producían animadas tertulias gastando lo menos posible en cerveza y butifarra (ni siquiera a quienes provenían de familias más acomodadas le sobraba tanto dinero), y bares como el del hotel Colina; y también en vivir en las casas de huéspedes, agrupadas por categorías. Había toda una gama, en calidad y en precios; unas solo para muchachas, «La Bombonera», por ejemplo; otras solo para varones; y una a medio camino: «La pajarera»… Era un mundo marcado, teñido por la presencia universitaria, que se disolvía al llegar a la Rampa. Allí se mezclaba con el resto de la juventud.

Para todos esos jóvenes, ¿qué cambios impuso el golpe de Estado de marzo de 1952?

Fue un golpe tremendo. Yo no recordaba situaciones vividas fuera de la democracia representativa. De cierta forma me sentí confundido, sorprendido. Pero desde el principio, conforme a la enseñanza recibida en el hogar, de tradición patriótica —mis antepasados pelearon en las guerras de independencia—, comprendí que sería algo intolerable. Sin embargo, no toda la juventud universitaria se alineó combativamente frente a Batista. Había gente desconectada de la política, a quien solo le interesaba recibirse de arquitecto y trabajar en su proyecto personal. Eran los «empujadores», que cuando la universidad se cerraba, seguían trabajando para presentar en fecha sus proyectos, convirtiéndose de hecho en rompehuelgas. La carrera de Arquitectura exigía materiales y equipos costosos. La mayoría de los estudiantes procedían de familias adineradas. Un graduado de escasos recursos casi nunca conseguía clientela. Fue una vanguardia, una minoría, quien enfrentó de forma activa el cuartelazo. Hubo otra masa, simpatizante con la oposición, pero evitando involucrarse. Trataban de sobrevivir sin buscarse mayores problemas. Con los años se hizo más evidente la necesidad de tomar partido, asunto muy peligroso, pero hay cosas que si tú no las haces de joven…

¿Hoy puede considerarse como centro histórico el espacio universitario descrito?

Sin dudas. De cara al I Congreso del Partido se rescataron los letreros de protesta escritos por los estudiantes en las paredes ubicadas en torno a la UH, aunque no se logró marcarlos y separarlos del resto del edifico mediante cenefas metálicas, las cuales, además, les habrían servido de alumbrado nocturno —deberíamos ahora rehacer ese trabajo, las leyendas están casi borradas—. Según la idea original, el Memorial Mella vincularía en un área común estas paredes, el propio monumento a Mella, el parque próximo al hotel Colina, y el lugar donde cayó José A. Echeverría. A propósito, es lamentable que el mártir del 13 de marzo no tenga aún en La Habana un mausoleo a la altura de su figura. Me molesta el recuerdo generalizado guardado de él: un muchacho corpulento y valiente, de mejillas sonrosadas, muerto en combate y nada más. José Antonio era un joven de veinte y cinco años con un desarrollo político, una capacidad para aglutinar y una postura antimperialista impresionantes.

Hablando de José Antonio, ¿cómo sería un edificio diseñado por él?

No sabría decirles. Aunque él se adscribía definitivamente al movimiento moderno. En aquella época en la Escuela de Arquitectura predominaba un rechazo despectivo, burlón, hacia todo lo anticuado. Ninguno de nosotros estimaba el valor del Capitolio, o de la propia Universidad de La Habana. Sí les puedo asegurar que sería un edificio moderno, racional. José A. Echeverría, Julio García Oliveras, Osmany Cienfuegos, Emilio Escobar y otros compañeros, formaban parte tanto de nuestra vanguardia política como de nuestra vanguardia artística. Quisiera destacar dos rasgos de José Antonio vitales para cualquier líder estudiantil: su desprendimiento, y su forma peculiar de comunicarse con los demás. Para él todas las personas eran importantes.

La ciudad. Los hombres. La Historia como ayuda eficaz para entender el presente y prever el futuro. Dando un salto en el tiempo, ¿qué sería necesario considerar en la búsqueda de —según Roberto Segre— la «identidad cultural del entorno cubano del siglo XXI»? Seguir leyendo «La ciudad cuesta pero vale. Entrevista con Mario Coyula.»

Julio Antonio Mella: De la reforma universitaria a la revolución social (textos seleccionados)

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En el aniversario de la fundación (20/12/1922) de la Federación de Estudiantes de la Universidad de La Habana (hoy Federación de Estudiantes Universitarios).

 Por Julio Antonio Mella

Manifiesto de la Federación Estudiantil Universitaria

 Los estudiantes de la Universidad de La Habana, por medio de su órgano oficial, el Directorio de la Federación de Estudiantes de la Universidad de La Habana, a las autoridades y al pueblo de Cuba exponen: Que profundamente convencidos de que las universidades son siempre uno de los más firmes exponentes de la civilización, cultura y patriotismo de los pueblos, están dispuestos a obtener:

1. Una reforma radical de nuestra Universidad, de acuerdo con las normas que regulan estas instituciones en los principales países del mundo civilizado, puesto que nuestra patria no puede sufrir, sin menoscabo de su dignidad y su decoro, el mantenimiento de sistemas y doctrinas antiquísimas, que impiden su desenvolvimiento progresivo.

2. La regulación efectiva de los ingresos de la Universidad, que son muy exiguos en relación con las funciones que ella debe realizar, como centro de preparación intelectual y cívica. Y esta petición está justificada, cuando se contempla el deplorable estado de nuestros locales de enseñanza, la carencia del material necesario y el hecho de ser la cantidad consignada para cubrir las necesidades, la mitad de la señalada para instituciones iguales, en países de capacidad y riqueza equivalentes a la nuestra.

3. El establecimiento de un adecuado sistema administrativo para obtener la mayor eficacia en todos los servicios universitarios.

4. La personalidad jurídica de la Universidad y su autonomía en asuntos económicos y docentes.

5. La reglamentación efectiva de las responsabilidades en que incurran los profesores que falten al deber sagrado, por su naturaleza, que les está encomendado por la nación.

6. La resolución rápida y justa del incidente ocurrido en la Escuela de Medicina.

7. Y, por último, hace constar que están dispuestos a actuar, firme y prudentemente, y como medio para obtener la solución de los actuales problemas y de los que en el futuro pudieran ocurrir, solicitar la consagración definitiva de nuestra representación ante el claustro y del principio de que la Universidad es el conjunto de profesores y alumnos.

[10 de enero de 1923] Seguir leyendo «Julio Antonio Mella: De la reforma universitaria a la revolución social (textos seleccionados)»

Ana Cairo habla sobre Chibás: “No existen ángeles, existen seres humanos”

Eduardo Chibás

Por Ana Cairo Ballester

Transcripción de la intervención de la Doctora Ana Cairo Ballester, profesora Titular de la Universidad de La Habana y miembro de número de la Academia de Historia de Cuba, durante la Conferencia “La maleta de Chibás” organizada por la UNEAC.

26 de junio de 2013, La Habana

Buenas tardes.

Como todos saben yo hice un libro sobre Chibás, que es resultado de una línea de trabajo de aproximadamente diez años. Empezó con la figura de Mella, después se hizo la de Guiteras, se hizo la de Roa y se hizo la Chibás. Estos libros fueron concebidos como espacios de polémica y por eso, en la entrevista que citaba Lela [1]  que ella le hizo a Pardo Llada [2] , está en el libro, la pueden leer en “Chibás Imaginario”. Aquí hoy hemos visto algo, por lo menos yo, que llevo 40 años viviendo en estos medios, es común, son puntos de vista. Y cada quien construye y se construye imaginarios de puntos de vista. Por ejemplo, Newton[3]  decía que empezó en el 27, realmente la biografía política de Chibás[4]  como la de Aureliano[5]  comenzó en año 1925, porque los dos participaron en la huelga de hambre de Mella.

Entonces, cada momento histórico tiene modos de vista, modos o puntos de vista y usted puede aportar visiones. Aquí se ha dado un punto de vista y se ha dicho que ese es el único modo de vista, yo en eso tengo mis reservas. Creo que el libro que se hizo sobre Chibás es un libro que tiene una ventaja, el arcoíris de puntos de vista, también trabajando con algo que fue, tiempo y espacio. No es lo mismo lo que se declara a los veinte años, que a los cuarenta y cinco o que a los ochenta. Y por lo tanto una de las cosas que yo me preocupé en el libro, fue dar puntos de vista entre el tiempo y espacio, atendiendo a  la diversidad de cosas donde creo que en algunos casos no hay una versión definitiva y única, excepto en las creencias de las personas y creo que eso es muy importante. Si yo fuera como Lela, la hija de Aureliano, yo también hubiera hecho un libro como el que ella hizo. Pero ella también, como parte del problema, le faltaron puntos de vista, le faltó por ejemplo un mejor análisis de su padre y su personalidad.

Yo estoy convencida que Aureliano no robó y no robó entre otras cosas porque quería ser Presidente de la República. Chibás quería ser presidente de la República y Aureliano también. Y eso motivó muchas cosas, no lo digo yo, es que existe un volante de época que circuló en el ministerio de Educación donde desde el Sindicato se proponía a Aureliano Presidente. Esas son versiones, todas las versiones. Seguir leyendo «Ana Cairo habla sobre Chibás: “No existen ángeles, existen seres humanos”»

Alfredo Guevara y la escalera de piedra, esa prueba de reencuentros, saludos y recuerdos.

 

 Alfredo Guevara

Por Ana Cairo

Para Max Lesnik y Julio César Guanche.

  1.  Un mellista.

Cuando ya el tiempo es ido, uno retorna

como a la casa de la infancia, a alguien,

días, rostros, sucesos que supieron,

recorrer el camino de nuestro corazón.

Fina García Marruz: el poema “1”, en Visitaciones, UNEAC, 1970, p. 171.

    El 19 de abril falleció  Alfredo Guevara.  Me enteré  después de la seis de la tarde, minutos antes de que cerrara la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí (BNCJM). Yo había estado trabajando una buena parte del día en la Sala Cubana, ajena a noticias y a llamadas telefónicas, en un libro y una multimedia sobre Cirilo Villaverde (1812-1894). Ya de salida, me había llegado a la sala de referencias para ver si me podían encontrar una información; me atendieron rápidamente con cordialidad y allí me lo dijeron.

     Comenté que no sabía que estaba ingresado; que –para mi desgracia- no volveríamos a conversar alegremente sin grabadoras, sin tomar notas ; que  solía hacerle las más raras preguntas y él, muy divertido, las contestaba; que, a veces, él deslizaba informaciones muy singulares y las dejaba truncas ex-profeso, con lo que multiplicaba mi curiosidad y la certeza de que volveríamos a dialogar; en los últimos tiempos estaba predominando el intercambio por teléfono.

    En la nota de prensa, se informaba que el 20 de abril sus cenizas serían dispersadas en la Escalinata de la Universidad de La Habana. A propósito de ello, en la entrada principal de la BNCJM, algunas personas me expresaron su desconcierto; estimaban que hubiera sido más “lógico”, que la ceremonia se efectuara en la sede del ICAIC, o en la del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano.

     Me preguntaban por qué él había  elegido la Escalinata y les respondí que era la mejor demostración de la coherencia de su pensamiento, porque él vivía muy orgulloso de su linaje revolucionario. Se trataba de la reactualización de una eficiente metáfora carpenteriana, la  que daba título al relato Viaje a la semilla (1944).

      Sugerí a mis interlocutores que asistieran a esa original despedida, la primera que se haría en uno de los símbolos habaneros y que quedaría como una opción a repetir por otros en la historia universitaria. Yo asistiría no solo por el agradecimiento a su permanente solidaridad, sino por el respeto admirativo a la tradición revolucionaria implícita en dicha elección.

    Caminando hacia mi casa,  recordé que  con motivo del 110 aniversario del natalicio de Julio Antonio Mella (1903-1929), el 25 de marzo, el boletín digital mensual Librínsula , vocero de la BNCJM, había dedicado el espacio  “Imaginarios” al líder juvenil.

    Cuando me pidieron colaboración , lo primero que sugerí fue la actualización de imágenes artísticas sobre  nuestro Apolo revolucionario, desde el famoso cuadro de Servando Cabrera Moreno Mella en la calle Obispo, el cual había sido difundido por la FEU ya en postales, ya en pancartas, a partir de la generosidad para dejar fotografiarlo de Guillermo Jiménez (Jimenito, propietario del original) hasta la estatua Mella en la Escalinata de José Villa, emplazada en la Universidad de las Ciencias Informáticas .

     Insistí en que debían realzarse las imágenes del catálogo de la gran exposición (2010) organizada por Alfredo Guevara en la sede del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, con motivo del evento.

    También se incluyó en Librínsula,  un fragmento en el que se evocaba a Mella dentro de una “autobiografía” inédita de Juan Marinello (1898-1977), que él había escrito a sugerencia de Alfredo para servir de fuente primaria en un documental.

     Alrededor de  1978- 1979, yo había leído dicho texto cuando el archivo del poeta, ensayista y político, todavía estaba en su casa. Sabía que el mecanuscrito  se hallaba  en la colección Marinello de la Sala Cubana de la BNJM.

    Un día conversando con Alfredo sobre su amistad con Marinello, yo aludí a la existencia de  dicho mecanuscrito. Días después, una colaboradora suya me pidió urgentemente que ayudara porque él quería leerlo. Como el texto no se denominaba autobiografía, no lo podían localizar en la Sala Cubana.

     Finalmente, Alfredo pudo leerlo en una fotocopia y entonces me contó que el origen de tan singular documento había estado en su deseo de hacerle varias filmaciones a Marinello, idea similar a lo que se había hecho con Alejo Carpentier (1904-1980). La dificultad paralizadora  del proyecto estuvo en que Juan no tenía las habilidades de comunicador moderno, carismático, que habían caracterizado a Alejo.

    Alfredo estaba muy complacido con el interesante mecanuscrito, porque comprendió mejor la gran amistad que los había unido;  Marinello  había atendido a su deseo y guardó el documento sin decirle nada en espera de que se concretara el proyecto en el ICAIC.

    A partir de la publicación de Mella: 100 años  (2003),  Alfredo había querido conocerme. Él era un mellista apasionado. Estaba orgulloso de provenir de dicho linaje,  como muchos  de los políticos formados en las acciones de la FEU.

    Estaba fascinado con las infinitas posibilidades estéticas y políticas que se derivaban de la metáfora de asumir a Mella como un “Apolo revolucionario”. Era uno de los motivos  del libro, que más le había interesado. Seguir leyendo «Alfredo Guevara y la escalera de piedra, esa prueba de reencuentros, saludos y recuerdos.»

El gesto de Alfredo Guevara

Alfredo Guevara
Revolución es lucidez: la lucha continua por la libertad, la justicia y la belleza.

Por Julio César Guanche

Alfredo Guevara pasó la mayor parte de su vida con el saco sobre los hombros, en un gesto por el cual era reconocido por la mayoría de los cubanos, por dos razones declaradas: detestaba la guayabera y aborrecía la ritualidad. Cuando obligaciones protocolares le empujaron hacia la guayabera, se rebeló: “siento que solo me faltan las maracas para salir a la calle”. Obligado al saco, se lo dejó por décadas apenas sobre los hombros: parecía que el saco estaba puesto, pero tampoco terminaba de estarlo. Sin embargo, cultivaba con humor el mito sobre el origen de su gesto.

Ahora, el gesto es solo un síntoma, que acaso se explica por otras causas.

En su primera juventud, Guevara frecuentaba junto con otro amigo, blancos los dos, los círculos anarquistas de los trabajadores, mayormente negros, del puerto de La Habana.

Yo era anarcosindicalista. No creo que existiese en la Isla una gran influencia anarquista, pero la República Española trajo a muchos emigrados españoles de esa filiación. Mi novia era hija de un poeta anarquista español. Mis ideas habían nacido antes, pero con ella la relación con el anarcosindicalismo se hizo además sentimental.

Más adelante, los anarquistas nos encargaron a Lionel Soto y a mí que preparáramos un programa libertario, porque éramos los más cultos en un grupo de obreros anarquistas, básicamente del puerto de La Habana, en el que militábamos.

Para redactar el programa, Lionel y yo íbamos a estudiar a la Biblioteca Nacional, ubicada en el Castillo de la Fuerza. Su director, Joaquín Llaverías, era un hombre muy progresista. Allí había libros de todas clases, y comenzamos a leer textos marxistas sobre el anarquismo.

Nos convencimos que debíamos estudiar en profundidad el marxismo. Nos costó mucho trabajo separarnos de la organización anarquista, pero Lionel hizo una opción inmediata hacia el socialismo. Yo vacilé un poco y con el tiempo llegué a entrar oficialmente a la Juventud Socialista y al Partido Socialista Popular.

Teníamos la ilusión de que el triunfo de las fuerzas antifascistas sobre el nazismo debía significar una nueva época para la humanidad. Surgió la ONU, un poco más tarde surgió la UNESCO, es decir todo vaticinaba otra época; comenzó la descolonización, aunque luego resultara un proceso incompleto.[1]

Si su corazón era anarquista, su cabeza lo llevaba al marxismo, pero no quiso hacer una elección que resultara en una exclusión. Guevara se definiría en lo adelante, hasta hoy, como un comunista libertario.

Desde esa convicción, no le era difícil adherir al socialismo republicano español.

La Revolución cubana comenzó a realizar el proyecto que no tuvo secuencia en la segunda república española.

Su influencia nos marcó definitivamente. Para mí es sustancial demostrar que el pensamiento de la Revolución es mucho más complejo que la presencia de los aliados que hemos tenido en un momento dado en el este de Europa y que fueron imprescindibles. El pensamiento de la Revolución tiene raíces mucho más profundas, y entre ellas, una de sus fuentes, está en la experiencia de España.

Cuando entré en la universidad ya la guerra civil española había terminado, pero dejaba hondas repercusiones. Era una época en que muchos teníamos los abuelos o los padres españoles. La población mestiza de Cuba, no la que conservaba enteramente sus rasgos africanos, pero sí una parte importante, tenía una rama española.

Por eso muchos vibraron en su niñez o en su adolescencia con los acontecimientos que condujeron al derrumbe de la República, que encontró luego otro eco en nuestra realidad: la llegada de los refugiados españoles.

No se trata solamente de los profesores españoles que llegaron a Cuba, vivimos el legado de la República española en todos los terrenos, en el constitucional, en la ciencia, en las artes, en la literatura y en la política, en el desarrollo de nuestro pensamiento, de nuestra voluntad revolucionaria y de nuestra cultura.

Aquí, por ejemplo, los pelotaris jugaban un papel. Por otra parte, ahora nos hemos olvidado del fútbol —algunas veces lo recuperamos— pero cuando era joven, la presencia de las sociedades españolas era muy grande. El fútbol competía con el béisbol. Yo no entiendo el béisbol y sigo siendo un apasionado del fútbol. No sería extraño encontrar en el alma de esta generación que va desapareciendo, los remanentes de las influencias españolas también en el deporte.

Esos profesores nos influenciaron porque se preocuparon por Cuba y por sus problemas políticos, por la situación de nuestra generación. Uno de ellos, Gustavo Pittaluga —quiero destacarlo porque en mi generación habanera nadie dejó de leerlo—, no está suficientemente reconocido en España. Estuvo también Fernando de los Ríos, que escribió sobre José Martí. Aunque no estuvo en Cuba, el pensamiento de Ortega y Gasset también tuvo un papel. Antes había pasado por nuestro país García Lorca, quien dejó una huella de admiración tan grande que nos hizo vibrar cuando supimos su muerte terrible bajo el franquismo. Manuel Altolaguirre jugó un papel importante de promoción, conservo algunos de los ejemplares de pequeño formato que publicaba, como El ciervo herido. Éramos antifranquistas militantes.

 Desde entonces, Guevara sabía que pertenecía con la misma intensidad a la cultura como a la política, otra vez sin elecciones excluyentes. Si aceptaba alguna materia como “sagrada” serían al mismo tiempo la universidad y la rebeldía, esa edad adulta de la cultura.

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