Por Julio César Guanche
Para Eva Forest
I. Ni víctima ni verdugo: la imaginación del tercer hombre
En el diálogo de Platón sobre la muerte de Sócrates, este argumenta que prefiere ser la víctima antes que el verdugo. La anécdota podría contarse como el rumor de un héroe antiguo en lucha contra el destino si su actualidad no mantuviese viva la disyuntiva: «dadme la libertad o dadme la muerte».
Así planteada, la alternativa tiene la estatura moral de la tragedia. La declaración de Emile Zola ante el jurado que acusaba a Dreyfus es solo otra manera de situarse ante la tenaz dicotomía: «Que todo se hunda, que mis obras perezcan si Dreyfus no es inocente». Sin posibilidad de triunfar, el sabio elige morir, bien repudiando sus versos, bien dando de bruces contra una mazmorra.
Encontrar una ubicación fuera de esa díada, acaso signifique nada menos que localizar la posibilidad de vivir en libertad. Alfonso Sastre ha comprendido el abismo de tal decisión: «Ni la víctima ni el verdugo. ¡Es imposible elegir!».
En la imposibilidad de la elección no radica una incapacidad, sino su contrario: la intransigencia en la necesidad de cambiar la ecuación del Poder. Con esa tenacidad, aparece en las páginas de Alfonso Sastre el «tercer hombre», ese al que repugna ser verdugo y que se niega a ser víctima.
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