Por Julio César Guanche
La divisa “libertad, igualdad y fraternidad” se toma habitualmente como “la” consigna de la Revolución francesa. Sin embargo, es menos conocido que el tercer concepto de esa tríada apareció en el curso de dicha revolución, a impulso de los sectores que radicalizaron su contenido popular. Por ejemplo, tómese en cuenta que la “fraternidad” no aparece en la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 que establecía: “La finalidad de toda asociación política es la conservación de los derechos naturales e imprescriptibles del hombre. Tales derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión.”
La fraternidad se “sumó” a la tríada revolucionaria un día y en un lugar determinados. Fue el 18 de diciembre de 1790 en la Sociedad de los Amigos de la Constitución. Maximilien Robespierre, criticando la distinción entre ciudadanos activos y pasivos (hecho que otorgaba acceso exclusivo a los primeros a la guardia nacional, y con ello, a derechos políticos) exclamó: “es imposible que la guardia nacional se transforme por sí misma en peligrosa para la libertad, dado que es contradictorio que la nación quiera oprimirse a sí misma. Ved como por todas partes, en lugar del espíritu de dominación o de servidumbre, nacen los sentimientos de la igualdad, de la fraternidad, de la confianza, y todas las virtudes dulces y generosas a las que necesariamente darán la vida.” (Robespierre 2005, 54) Esa es la partida de nacimiento de la fraternidad revolucionaria, junto a la libertad y la igualdad.
Como concepto no era una invención, la novedad radicaría en su uso. El cristianismo había concebido la fraternidad como virtud “moral”, que la hacía compatible con desigualdades sociales, económicas y jurídicas. En ese pensamiento, se trataba, primero, de una “hermandad cristiana en la fe”, y, luego, de una fraternidad de todos los seres humanos por compartir filiación con un mismo padre divino. Dicha fraternidad no cuestionaba las relaciones políticas entre individuos: “Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. (Puyol 2017, 27)
El cambio que trajo el uso de la fraternidad por parte de la Revolución francesa fue su connotación política: a partir de entonces, inserta en esa tríada, se entendería como la reciprocidad en la libertad: el proyecto revolucionario de abolir todo privilegio existente en el ámbito privado/doméstico; y de disolver, sometiéndolas a la ley civil —a una ley que fuese igual para todos— todas las zonas sociales de vigencia de cualquier despotismo “privado” patriarcal y/opatrimonial (Doménech 2004).
Son palabras complejas, pero las han entendido actores revolucionarios que en diversas épocas las hicieron suyas. Las entendieron los esclavizados del espacio afromericano que encontraron en la fraternidad lo que en la palabra “libertad”: si “para unos significaba libertad política, el libre comercio o la libertad de imprenta, y la posibilidad de crear ´la nación´ y el ´estado´, para otra buena parte de la población americana significaba nada más y nada menos que dejar de ser esclavos para ser libres: el fin de la esclavitud”. (Marchena Fernández, Juan 2003, 57)
Usos revolucionarios de la fraternidad, por parte del movimiento abolicionista, reclamando el fin de la esclavitud.
En esas fechas, las entendió en Cuba Antonio Maceo, que formaba parte “y no despreciable, de esta República democrática, que ha sentado como base principal, la libertad, la igualdad y la fraternidad y que no reconoce jerarquías.” (Maceo Grajales 1936, 5) La entendieron por igual los negros cubanos alzados en Cuba en 1912 contra la exclusión social y racial del orden republicano: “La clasificación de patricios y de plebeyos que arranca de la antigua Roma en que se encarna más luego el espíritu feudal de los tiempos medioevales y por último afianza la absurda institución de la monarquía hereditaria, no fue abatida sino cuando, por entre la humareda de la Bastilla derruida, asomó su faz resplandeciente la democracia, enarbolando la bandera de la libertad, la igualdad y la fraternidad entre los hombres”. Con ello, en palabras de Serafín Portuondo Linares, el Partido Independiente de Color (PIC) enfocaba con gran “agudeza de juicio” (…) “la realidad que confrontaban los principios democráticos adulterados universalmente”(Portuondo Linares 1950, 186).
Ahora bien, este texto no hace una crónica de los usos de la fraternidad tras la Revolución francesa, ni discute sus significados para la filosofía política actual. Tiene un objetivo mucho más limitado y preciso: interpretar las funciones de la metáfora de la fraternidad en la Cuba de las cuatro primeras décadas del siglo XX, cuestionar las exclusiones cometidas en su nombre por la república creada en 1902, y mostrar, en contraste, cómo sectores revolucionarios/progresistas la hicieron suya en tanto ideal potenciador de la igualdad hacia el horizonte de una república verdaderamente democrática. Seguir leyendo » Raza y fraternidad republicana en Cuba: entre la “trampa” de la armonía racial y el antirracismo en las primeras décadas del XX» →
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