Convivir en el mismo instante. La cultura cubana es mestiza ¿qué significa tal cosa?

Foto: Julio César Guanche

 

Por Julio César Guanche

 

En 1937, en el Reparto Lawton (La Habana), la policía perseguía a una “dama rubia gruesa, alta, de pelo largo y vestida de blanco”. La mujer, de 30 años de edad, era la principal sospechosa de arrojar a un arroyo el cadáver de una bebé. La recién nacida era “mestiza”.1

No disponemos de noticias sobre el desenlace del hecho, ni de información precisa sobre las causas del asesinato. Varias palabras asociadas entre sí en la nota causan sospechas: rubia, vestida de blanco, muerte de bebé mestiza. Se puede colegir, sin exagerar mucho, que la madre lavaba el pecado de haber tenido relaciones con un negro.

En el mismo año apareció en Carteles, una gran revista cubana, la historia de Rosa, negra de ancestros esclavizados y de un francés de apellido Ladurnat. Ante amenazas de perder la tierra que poseía en Guantánamo, Rosa cedió a las promesas de amor y protección del francés, formaron pareja y juntos desarrollaron la finca cafetalera Monte Rough (sic).

Al quedar embarazada, Rosa reclamó matrimonio, que ofrecía garantías a su prole. Sin embargo, en fecha cercana al parto, Ladurnat se marchó con el dinero de ambos a Francia, y formó nueva familia. Rosa murió al dar a luz a Rita. Luego, la hija se ganaría la vida como prostituta, a la vez que sería la mulata “estrella” de baile en la tumba francesa.

Una frase de época resume la denuncia del texto: “los negros son hijos del amor, pero los mulatos lo son del abuso, hijos de su madre con el amo. ¡La sangre mulata está ´maldesía´!”2

La “maldición” parece conservar algún influjo. En 2016 el informe oficial sobre el Censo concluye que “De manera general, la población mulata o mestiza cubana presenta situaciones menos favorables que las blancas y negras”.3 Sus autores dan por hecho el mestizaje “cultural” y “biológico”, pero no explican a fondo las razones de esa desigualdad para el caso de los mestizos.

Aquellas historias y estas cifras producen, a su vez, otro tipo de sospecha. ¿Cómo encajan con la celebración, tan antigua como recurrente, de los mulatos como personificación festiva y poderosa del mestizaje cubano? ¿Qué relación guardan con la “mulatez” en tanto descripción exclusiva de la cultura cubana? Seguir leyendo «Convivir en el mismo instante. La cultura cubana es mestiza ¿qué significa tal cosa?»

Du Bois y Cuba: Conexiones históricas en el Sur Global

W.E.B. Du Bois

Por Jorge Daniel Vásquez

El propósito de esta intervención es presentar lo que considero algunas bases para el análisis del pensamiento del intelectual del afroamericano W.E.B. Du Bois (1868-1963) dentro de una sociología histórica del Sur Global, a partir de su conexión con el debate sobre el lugar de la raza en la construcción de proyectos de modernidad.

El enfoque en Cuba no es neutral dado que jugó un rol especial no sólo por sus múltiples conexiones con el socialismo en Europa y Estados Unidos, sino por el lugar de la lucha anti-racista en la construcción del republicanismo en el Caribe. En el estudio de la relación Du Bois-Cuba identifico dos espacios. El primero tiene como material de análisis la correspondencia que Du Bois mantuvo con intelectuales cubanos entre 1931 y 1956 a fin de recrear las conexiones de Du Bois con América Latina. El segundo consiste en el establecimiento de los puntos de mutuo fortalecimiento, así como la diferencia contextualizada, del lugar del anti-racismo en la crítica a los proyectos nacionales en Estados Unidos y Cuba, representados en Du Bois y en intelectuales cubanos como Gustavo Urrutia, Alberto Arredondo y Fernando Ortiz.

Gustavo Urrutia mantuvo la columna de opinión “Ideales de una raza” en el influyente periódico “Diario de La Marina” y cubrió (entre 1928 y 1931) tópicos que invitaban al análisis del racismo, el colonialismo y la desigualdad en Cuba (Fernández Robaina, 1992).

La conexión entre Urrutia y Du Bois se dio inicialmente por la publicación de varios escritos de Urrutia en la revista “The Crisis” (dirigida por Du Bois desde 1910). El contacto de Urrutia con “The Crisis” tuvo lugar debido a las publicaciones que Langston Hughes y William Pickes le invitaran a hacer para la revista de la cual Du Bois era editor. Un encuentro significativo se dio por la publicación de la respuesta de Urrutia a la situación descrita por la educadora y activista por los derechos civiles, Mary McLeod Bethune en Diciembre de 1930 en la misma revista (Vol. 17, No. 12). La carta abierta de Bethune (fundadora, y entonces ex-presidenta de la National Association of Colored Women) dirigida a Urrutia, describía la discriminación racial sufrida ante las autoridades portuarias en su arribo a Cuba. Bethune vio negada su entrada al país y sólo fue admitida después de contactar la embajada americana. Seguir leyendo «Du Bois y Cuba: Conexiones históricas en el Sur Global»

Alfredo Guevara: el contrapunteo de la cultura

 

Alfredo Guevara en 2009. Foto: José Goitía para The New York Times

 

Por Julio César Guanche

Alfredo Guevara señaló aquel mueble, un butacón vanguardista, demasiado bajo como para que pudiera sentarse en él a la altura de sus ya más de 80 años, y dijo: “un día Leo Brouwer me llamó para avisarme que estaban vendiendo esos muebles en un Ten cent, y corrí a comprarlos”. Aquel día era de algún año de la década de 1960, los muebles eran Knoll y, pasados los años 2000, permanecían en las oficinas del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, en La Habana.

La afición por los muebles Knoll podría parecer contradictoria con la conocida veneración de Guevara al mobiliario barroco y colonial. Recorriendo con la vista el butacón, su defensa de la estética Knoll se remontó al origen del formalismo ruso y del racionalismo alemán, y al contexto del estalinismo y el fascismo.

Guevara había estudiado a fondo el movimiento de la vanguardia rusa anterior al estalinismo y lo consideraba el germen, junto a la Bauhaus, de casi toda la vanguardia occidental. Lamentó siempre que, en el caso ruso, esa vanguardia se perdiera por la “ceguera estalinista, ceguera que llegó a ser criminal”. (O, en el caso alemán, por el nazismo.) Desde esta comprensión, decía: “yo no soporto Los fundamentos del socialismo en Cuba, de Blas Roca”, y cuestionaba el “marxismo-leninismo”, elaboración del estalinismo sobre el marxismo que no era “ni marxista ni leninista”.

Hay quien verá una “muestra más” del “elitismo” de Guevara en su afición por los muebles Knoll, “mientras el pueblo cubano pasaba tantas carencias”. Ni Guevara ni la Revolución cubana son carne de santoral. La escasa presencia de directoras mujeres, y de enfoque de género, en el cine cubano producido por el organismo que él dirigió (el ICAIC), así como sus conflictos con el cine de realizadores negros, como Nicolás Guillén Landrián, no son las páginas más brillantes de su biografía.

Sin embargo, de su explicación sobre la Knoll podemos tomar otro aprendizaje. Nadie como el propio Leo Brouwer le daría mejor título: “La tradición se rompe, pero cuesta trabajo”. Ese trabajo suponía, en Guevara, un compromiso con una concepción universalista de la cultura, una labor de visibilización y reconocimiento de las exclusiones perpetradas por los usos hegemónicos del universalismo, una formación intelectual tan rigurosa como crítica, y una vocación frontal por la justicia. Seguir leyendo «Alfredo Guevara: el contrapunteo de la cultura»

La fuerza de Fernando Martínez Heredia

Fernando Martínez Heredia

 

Por Julio César Guanche

Alejo Carpentier escribió que toda la historia de Cuba está contenida en sus canciones políticas. Se pueden “leer” esas canciones, a la vez, como antropología cultural de la nación, como crónica política de eventos y como historia social de sus procesos. En ellas, aparece el pueblo cubano como centro espectacular de atención, productor de discursos complejos, expresivos de infinitas prácticas contradictorias, capaz de politizar su choteo, su dolor y sus demandas; y de marcar, en grados variables, no solo la formación genérica de la “cultura nacional” —muchas veces presentada de modo despolitizado, como especie de “alma alada” de la nación—, sino, específicamente, el curso y los desenlaces políticos de los procesos reales en los cuales ese pueblo ha estado implicado. Sin embargo, en una gran masa de análisis historiográfico, que repite cronologías de hechos y biografías de líderes, el pueblo cubano permanece desconocido, sepultado una y otra vez por los discursos que lo invisibilizan, aun pretendiendo “defenderlo” o, incluso, “hablar en su nombre”.

No es el caso de Fernando Martínez Heredia (1939-2017). Formado en el auge y esplendor del marxismo de los 1960, ya sabía que la historia exclusivamente “política” es un “ídolo” a derrotar, conoció y empleó los avances de esa hora de la historia social y “desde abajo”, y fue parte de la recuperación latinoamericana del marxismo heterodoxo, en su caso señaladamente del aporte de Antonio Gramsci y su teoría de la hegemonía.

Ese marco lo situó en una posición ventajosa para comprender las múltiples dimensiones sociales de la política, para visibilizar al pueblo, y para hacer algo tan importante como difícil de entender: identificar cómo gana y cómo pierde la “gente común” dentro de un proceso determinado, y cómo sus demandas son incorporadas, sea en forma beligerante o mediatizada, en las posteridades de tales procesos, por ejemplo, en las formas institucionales que fija y en los cambios culturales duraderos que produce. Desde este código de lectura, Martínez Heredia propinó un golpe significativo a décadas de discursos y “análisis” sobre la “pseudorrepública” cubana, cuando expresó: la república burguesa cubana de 1901 “fue un resultado posrevolucionario, no contrarrevolucionario”(Martínez Heredia 2000), con lo que ello significa para el análisis social.

Es preciso subrayarlo dada la seducción —naíf— ejercida por un juicio que escamotea a su obra su soporte teórico: como Martínez Heredia era “humilde” —y lo era de un modo en el que he conocido a muy pocas personas—, y era “muy revolucionario”, su enfoque se desprendería de su carácter y de sus compromisos. Sin embargo, no basta con querer hacer algo, es necesario saber, poder y atreverse a hacerlo. Seguir leyendo «La fuerza de Fernando Martínez Heredia»

El gesto de Alfredo Guevara

Alfredo Guevara
Revolución es lucidez: la lucha continua por la libertad, la justicia y la belleza.

Por Julio César Guanche

Alfredo Guevara pasó la mayor parte de su vida con el saco sobre los hombros, en un gesto por el cual era reconocido por la mayoría de los cubanos, por dos razones declaradas: detestaba la guayabera y aborrecía la ritualidad. Cuando obligaciones protocolares le empujaron hacia la guayabera, se rebeló: “siento que solo me faltan las maracas para salir a la calle”. Obligado al saco, se lo dejó por décadas apenas sobre los hombros: parecía que el saco estaba puesto, pero tampoco terminaba de estarlo. Sin embargo, cultivaba con humor el mito sobre el origen de su gesto.

Ahora, el gesto es solo un síntoma, que acaso se explica por otras causas.

En su primera juventud, Guevara frecuentaba junto con otro amigo, blancos los dos, los círculos anarquistas de los trabajadores, mayormente negros, del puerto de La Habana.

Yo era anarcosindicalista. No creo que existiese en la Isla una gran influencia anarquista, pero la República Española trajo a muchos emigrados españoles de esa filiación. Mi novia era hija de un poeta anarquista español. Mis ideas habían nacido antes, pero con ella la relación con el anarcosindicalismo se hizo además sentimental.

Más adelante, los anarquistas nos encargaron a Lionel Soto y a mí que preparáramos un programa libertario, porque éramos los más cultos en un grupo de obreros anarquistas, básicamente del puerto de La Habana, en el que militábamos.

Para redactar el programa, Lionel y yo íbamos a estudiar a la Biblioteca Nacional, ubicada en el Castillo de la Fuerza. Su director, Joaquín Llaverías, era un hombre muy progresista. Allí había libros de todas clases, y comenzamos a leer textos marxistas sobre el anarquismo.

Nos convencimos que debíamos estudiar en profundidad el marxismo. Nos costó mucho trabajo separarnos de la organización anarquista, pero Lionel hizo una opción inmediata hacia el socialismo. Yo vacilé un poco y con el tiempo llegué a entrar oficialmente a la Juventud Socialista y al Partido Socialista Popular.

Teníamos la ilusión de que el triunfo de las fuerzas antifascistas sobre el nazismo debía significar una nueva época para la humanidad. Surgió la ONU, un poco más tarde surgió la UNESCO, es decir todo vaticinaba otra época; comenzó la descolonización, aunque luego resultara un proceso incompleto.[1]

Si su corazón era anarquista, su cabeza lo llevaba al marxismo, pero no quiso hacer una elección que resultara en una exclusión. Guevara se definiría en lo adelante, hasta hoy, como un comunista libertario.

Desde esa convicción, no le era difícil adherir al socialismo republicano español.

La Revolución cubana comenzó a realizar el proyecto que no tuvo secuencia en la segunda república española.

Su influencia nos marcó definitivamente. Para mí es sustancial demostrar que el pensamiento de la Revolución es mucho más complejo que la presencia de los aliados que hemos tenido en un momento dado en el este de Europa y que fueron imprescindibles. El pensamiento de la Revolución tiene raíces mucho más profundas, y entre ellas, una de sus fuentes, está en la experiencia de España.

Cuando entré en la universidad ya la guerra civil española había terminado, pero dejaba hondas repercusiones. Era una época en que muchos teníamos los abuelos o los padres españoles. La población mestiza de Cuba, no la que conservaba enteramente sus rasgos africanos, pero sí una parte importante, tenía una rama española.

Por eso muchos vibraron en su niñez o en su adolescencia con los acontecimientos que condujeron al derrumbe de la República, que encontró luego otro eco en nuestra realidad: la llegada de los refugiados españoles.

No se trata solamente de los profesores españoles que llegaron a Cuba, vivimos el legado de la República española en todos los terrenos, en el constitucional, en la ciencia, en las artes, en la literatura y en la política, en el desarrollo de nuestro pensamiento, de nuestra voluntad revolucionaria y de nuestra cultura.

Aquí, por ejemplo, los pelotaris jugaban un papel. Por otra parte, ahora nos hemos olvidado del fútbol —algunas veces lo recuperamos— pero cuando era joven, la presencia de las sociedades españolas era muy grande. El fútbol competía con el béisbol. Yo no entiendo el béisbol y sigo siendo un apasionado del fútbol. No sería extraño encontrar en el alma de esta generación que va desapareciendo, los remanentes de las influencias españolas también en el deporte.

Esos profesores nos influenciaron porque se preocuparon por Cuba y por sus problemas políticos, por la situación de nuestra generación. Uno de ellos, Gustavo Pittaluga —quiero destacarlo porque en mi generación habanera nadie dejó de leerlo—, no está suficientemente reconocido en España. Estuvo también Fernando de los Ríos, que escribió sobre José Martí. Aunque no estuvo en Cuba, el pensamiento de Ortega y Gasset también tuvo un papel. Antes había pasado por nuestro país García Lorca, quien dejó una huella de admiración tan grande que nos hizo vibrar cuando supimos su muerte terrible bajo el franquismo. Manuel Altolaguirre jugó un papel importante de promoción, conservo algunos de los ejemplares de pequeño formato que publicaba, como El ciervo herido. Éramos antifranquistas militantes.

 Desde entonces, Guevara sabía que pertenecía con la misma intensidad a la cultura como a la política, otra vez sin elecciones excluyentes. Si aceptaba alguna materia como “sagrada” serían al mismo tiempo la universidad y la rebeldía, esa edad adulta de la cultura.

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