Julio César Guanche: Es crucial demostrar que quieres algo más que a ti mismo.

Foto: Julio César Guanche

Por: Yassel A. Padrón Kunakbaeva

Conocí a Julio César Guanche sentado en el contén durante una protesta. Había escuchado hablar de él; es imposible que un hombre que ha transitado por tantos escenarios de las ciencias sociales y políticas de Cuba, con una obra sólida y sincera, no deje huella. Estuvo cerca de grandes como Alfredo Guevara o Fernando Martínez Heredia, dirigió varias editoriales e integró los consejos editoriales de revistas que, en su momento, fueron — y algunas siguen siendo — referentes innegables del pensamiento crítico y emancipador cubano. Mas recuerdo que le tendí la mano y me saludó con la humildad y el espíritu diáfano que lo caracterizan.

Desde entonces, fue creciendo la idea de una entrevista como esta, que sirviera para explorar su perspectiva sobre muchos de los acontecimientos que han jalonado nuestra historia reciente. Desde la experiencia, el conocimiento y la pasión, Julio César Guanche traza en sus respuestas muchas de las pautas en las que se entrelazan nuestros pasado, presente y futuro. No se necesita estar de acuerdo en todo para comprender que, cuando se trata de alguien como él, lo que tiene que decir es completamente atendible.

YPK: Cada momento histórico impone al pensamiento social una serie de retos que le son específicos. ¿Cuáles son las tareas insoslayables del pensamiento cubano actual en las ciencias sociales, desde el punto de vista de la producción intelectual?

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El terror soviético y la memoria en el presente

Cartel propagandístico de Joseph Stalin. Tomado de ABC.

Por Julio César Guanche

Montesquieu introdujo el término “terror” en el vocabulario político y lo consideró “la característica definitoria del principio rector del despotismo”. El concepto adquiriría su resonancia histórica hasta el presente a raíz de la revolución francesa, y cuenta con muchas discusiones contradictorias sobre qué entender por tal.

El terror, por supuesto, no es dominio exclusivo de las revoluciones. El terror presente en la Inquisición, en la esclavitud —el propio barco de esclavos es un dispositivo de terror—, o en el fascismo y las “dictaduras de seguridad nacional”, está fuera de discusión, pero no han sido tratados como facetas de un mismo concepto de “Terror”.

Algo similar pasa con el “terrorismo”, definible como “ataques deliberados contra civiles no combatientes en una situación de conflicto”, un tema que amerita tratamiento propio y diferenciado.

Voy a tratar aquí específicamente lo que ha sido llamado el “terror soviético”. Su presencia en el proceso soviético nacido de la Revolución de Octubre plantea una pregunta de fondo: cómo y por qué vías un evento —en este caso una gran revolución, como fue la de Octubre de 1917 —que promueve la libertad, la justicia y nociones modernas de tolerancia—, es capaz de albergar una espiral de sangre y terror.

Los historiadores coinciden en general en que el Terror, como política específica, comenzó con el asesinato de Sergei M. Kirov, jefe del comité del partido de Leningrado, en diciembre de 1934, y terminó con la destitución de Nikolai l. Ezhov, jefe de la NKVD, en noviembre de 1938. 

En todo caso, el uso histórico del “Terror” en la Unión Soviética (URSS) posrevolucionaria remite al periodo posterior a la victoria; su empleo fue vía para afianzar esa victoria. En el proceso, resulta una serpiente que se muerde la cola: los líderes parecen concebir que la Revolución no puede sobrevivir sin el “Terror”, a la vez que este destruye sus posibilidades de sobrevivir, sean las del proceso o las suyas propias.

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