(Respuesta 3, y ultima de Chaguaceda): Sobre liberalismo, socialismo y republicanismo

Por Armando Chaguaceda

Julio

Quiero comenzar estas líneas –con las cuales pienso ir concluyendo, atenazado por otras urgencias, mi intervención en este debate- saludando dos decisiones que emergen de la propia dinámica de nuestro intercambio y parecen augurar un buen desenlace de este. La primera, compartida por ambos, es de que el debate no se extienda, como decía aquel personaje de Toy History, “al infinito y más allá” y que evitemos convertirlo, en lo fundamental, en un torneo de celebrities intelectuales. Ninguno necesita invocarlas en beneficio propio, pues creo que de ser así este debate resultaría reiterativo, cansón y perdería el valor que ha tenido: el de posicionar nuestras perspectivas –divergentes y/o coincidentes- en torno a tópicos trascendentes de la teoría y praxis política contemporáneas.
Siento que, tal vez, será importante hacer referencia a algún(os) pensadores y obra(s) pero hago votos para que estos sean los mínimos posibles y, más que nada, que sirvan como referencia puntual a las fuentes originarias y adscripciones actuales de nuestras propias posturas.
La segunda consecuencia que pondero es que vayamos precisando aún más nuestros posicionamientos de partida; es así como leo, en anterior mensaje, tus referencias al liberalismo oligárquico, que matizaría el sesgo antiliberal, en bloque, que percibí en primeras intervenciones. O cómo mis alusiones a la dimensión procesual y conflictiva de la construcción democrática -al parecer insuficientemente explicada en mis planteos previos- te permitirá convenir en que no apuesto a una interpretación minimalista, consensual y partidocrática de la misma.

Reflexionando lo que ha sido una línea central del intercambio (la contraposición entre liberalismo y republicanismo y los límites/pertinencias de ambas perspectivas para pensar nuestro presente) me parece que la sustancia de este debate bien podría agotarse pronto, entre otras cosas por la asimetría existente entre una concepción multidimensional del mundo social (el liberalismo) y una concepción fundamentalmente jurídico política (republicana) de este. Creo que en la Modernidad occidental –en la cual nos insertamos y desde cuyos presupuestos debatimos ahora- son el liberalismo y el socialismo los que constituyen, desde hace dos siglos, los contendientes principales de la teoría y praxis políticas. Otras corrientes constituyen aportes importantes pero, por su propia naturaleza, parciales y contingentes a la Batalla de Ideas central de nuestros tiempos. Bien sea por su constitución a partir de ejes particulares –confesionales como las ideologías y formaciones de corte religioso, identitarios como ciertos movimientos sociales, etc-, por su incorporación selectiva de elementos de una u otra tradición (i.e liberal y socialista) o por su ausencia de propuestas sustantivas en varios terrenos (Ej. económicos) las demás perspectivas están, a años luz, de la vocación y capacidad omniabarcante de liberalismo y el socialismo.

No se trataría de un déficit teórico sino ontológico: solo el liberalismo y el socialismo han podido constituirse, al mismo tiempo, en tanto escuelas de pensamiento, movimientos políticos, regímenes específicos, cosmovisiones y sistemas de valores que pueblan la mente de la gente. Y, creo, sólo ambos aportan una visión transversal de la sociedad, abarcando los sujetos y problemas de la persona y los colectivos, los fenómenos macro/estructurales y sus expresiones micro/individuales. Acaso el ecologismo, en su multiplicidad de enfoques, adquiera en un futuro cercano un status similar, a partir de la profusión de problemas y soluciones dadas por la academia, los gobiernos y los movimientos sociales a la relación Hombre-Naturaleza, amenazada por la ilógica y voracidad capitalistas. Pero, por el momento, creo que son liberalismo y socialismo “quienes” mantienen el pulso como interpelaciones dominantes de la Modernidad.[i]

Como he abordado en un texto anterior mi visión condensada sobre el liberalismo, sus antecedentes, postulados y genealogías -texto al cual he, por estos días, revisitado y confirmado en lo que considero un enfoque personal vigente- me relevo de volver sobre el asunto.[ii] También creo sería provechoso releamos miradas recientes sobre los nexos entre la tradición liberal y republicana, que matizarían la divergencia de trayectorias y soluciones planteadas por ambas corrientes.[iii] Dicho esto, paso entonces a discutir varios puntos que merecen atención: algunos tópicos que tú presentas como característicos del liberalismo, una breve alerta sobre la presencia (y perversión) del legado republicano en regímenes latinoamericanos contemporáneos y, por último, la pertinencia de este debate y nuestras posturas para el actual momento que vive Cuba.

Quiero destacar algo que, aunque parezca una verdad de Perogrullo, me parece relevante recordar: que el liberalismo siempre fue intrínsecamente plural y conflictivo, amén de la preeminencia originaria de visiones oligárquicas y su ulterior repliegue ante el avance de perspectivas más radicales y/o progresistas, desde mediados del siglo XIX, tanto en el centro como en la periferia. El liberalismo siempre tuvo, desde sus comienzos, una dualidad de móviles y horizontes fundamentales, expresados en la obra de sus principales autores. Por un lado se trataba de comprender al individuo como alguien que para ser necesitaba tener, y de ahí que la defensa, búsqueda, goce y expansión de la propiedad privada constituyesen un eje central del discurso liberal. Por el otro –y he ahí no sólo el temor oligárquico a una democracia que expandiera la participación popular sino a los reales excesos del terror jacobino, condenables desde cualquier postura libertaria- el liberalismo consagra la defensa de un conjunto de libertades y derechos básicos –civiles, políticos- que, partiendo del individuo, constituyen –ampliados incesantemente por los aportes de nuevas generaciones de luchadores y, por ende, de derechos- un requisito sinequanon para la convivencia colectiva bajo condiciones (presentes) de dominación atenuada o (futuras) de no dominación. Defensa de la propiedad y defensa del individuo (y la ciudadanía) frente al despotismo de los gobernantes, podrían ser los ejes centrales –si se quiere transepocales-, del liberalismo. La primera consagra las asimetrías existentes en las sociedades capitalistas; la segunda preserva la necesidad de una emancipación política sin la cual la emancipación social universal, pensada por el socialismo, seria irrealizable.[iv] En ambos tópicos las realidades concretas podrían ser contrastadas con las teorías, pero…. en todo caso ello también sucedería con el socialismo. Y si ambos persistimos en defender una opción socialista –a pesar de las críticas que nos señalan, cotidianamente, los déficits del socialismo realmente existente, en tanto régimen político del siglo XX- porque tanto tú como yo creemos que el legado de esa corriente rebasa los horrores del estalinismo, entonces veo perfectamente plausible y equivalente que se reconozcan los aspectos positivos y las promesas aun irrealizadas del credo liberal.

Para acabar de resumir el tópico referente al liberalismo deseo retomar los (3) puntos de tu definición sumaria, propuesta al final de tu pasado comentario. Comparto que estos pueden servir para una identificación de los elementos distintivos de dicha ideología/corriente/cosmovisión política, siempre y cuando se maticen ciertos elementos.

Convengo contigo, no sin matices, en la relativa distinción entre economía y política que, por razones prácticas -rechazo a la injerencia estatal en la vida y propiedad privada- han sostenido los liberales a lo largo de estos dos siglos. Pero asumo que esta distinción no es únicamente una apuesta epistemológica o ideológica para entender y estudiar la totalidad social. Es una lectura de un fenómeno real, que se produjo desde los albores mismos de la Modernidad: la disociación y diferenciacion, en el seno de los grupos dominantes del feudalismo tardío, entre un sector que detentaba, crecientemente, la propiedad de medios fundamentales de producción –la burguesía- y otros actores –monarcas absolutos, burocracia de los jóvenes estados nacionales, emanados de la vieja nobleza- encargados de la organización política. Como sabemos, esta separación -y los conflictos producidos entre ambos sectores, ante la falta de representación y derechos políticos plenos para la burguesía- fue un germen y catalizador de las Revoluciones Burguesas, que estallaron en los siglos XVII y XVIII en Gran Bretaña y Francia. Con lo cual, dicha distinción no es un capricho de teóricos sino una lectura de circunstancias históricas y cambios sociológicos particulares; lecturas que no llevaron a los liberales a desconocer la dimensión (y nexo) político de la economía y viceversa. Por ello pensadores como Smith, Locke o Jefferson tuvieron sólidos juicios en el campo de la economía, la ética, la política o los derechos; mostrando una capacidad de abordaje integral de los fenómenos sociales. Por demás, si retomamos la obra de liberales europeos posteriores a la década del 40 del siglo XIX, veremos cómo las demandas a mayor incidencia estatal -en temas sociales o de control económico- se hacen cada vez más palpable. Sin contar las reflexiones y posicionamientos de alcances abiertamente políticos y éticos de gente como Hayek y Myses, paladines de la derecha neoliberal (y neoconservadora) más rancia de nuestros tiempos. Así que, insisto, dicha separación entre economía y política en el liberalismo debe ser tomada con cautela.

En cuanto a la distinción entre libertad e igualdad es un lugar común del pensamiento político contemporáneo –incluidos liberales como Bobbio- señalar que la primera es priorizada por los liberales mientras que la segunda lo es por los socialistas. Y aunque ello pueda ser una verdad es, nuevamente, una verdad parcial. Desde Stuart Mill y su apelación a los derechos de los trabajadores y la mujer, pasando por F.D Roosevelt y su New Deal hasta la obra de pensadores contemporáneos como J. Rawls o Amartya Sen hay un énfasis en la interdependencia entre ambos polos (libertad e igualdad) así como en los diferentes conjuntos de derechos (civiles, políticos, sociales) que concretaría y complejizarían la ecuación. Lo mismo es válido para el pensamiento socialista, el cual crecientemente ha comprendido no sólo el valor intrínseco de derechos y garantías “liberales”, sino también el hecho de que las conquistas sociales no poseen el status de derecho –y no son, por tanto, defendibles por la ciudadanía- en tanto la gente no posea los mecanismos para movilizarse e impugnar la acción (u omisión) del estado en ese rubro. Luego, un caso como el cubano- donde actualmente se reducen los gastos y prestaciones sociales sin una correspondiente devolución de los derechos civiles y políticos y las capacidades de incidencia ciudadana, que harían posible la defensa de las políticas de salud, educación, empleo y cultura emblemáticas de la Revolución- es particularmente revelador de ese tópico.

Quiero abordar, con más detenimiento, el asunto de la distinción entre sociedad (y más específicamente, sociedad civil) y el estado; no sólo porque se asume como un pilar de la cosmovisión liberal, sino porque las miradas alternativas que se han ofrecido –ej. La gramsciana- presentan ciertas deficiencias, tanto en su formulación misma como en su implementación en tanto principio organizativo y normativo de la acción ciudadana. [v] En primer lugar, creo que había que reconocer a Gramsci – en superación a un marxismo vulgar- su insistencia en demostrar los modos en que la clase dominante, además de confiar en el desempeño de su estado como maquinaria de coacción física y dominación explicita, procura adelantar formas de hacer pasar su interés particular como el interés general de la sociedad, manufacturando para ello consensos en espacios que van desde la escuela, pasando por la Iglesia y los clubes, hasta lo que hoy llamaríamos los mass media. Sin embargo habría que evaluar en qué medida sus interpretaciones estuvieron sujetas a la información disponible en unas mazmorras fascistas y, en sentido más amplio, a sus propias ideas y metas con relación al tipo de intelectual, organización política y proceso político (comunistas) al que entregó su vida. Si lo hacemos podremos ver que la intelectualidad orgánica que prefiguró para las tareas de regeneración cultural y moral de la sociedad burguesa adquirió una expresión degradada (en figura de exégetas y censores) o acosada (en la figura del intelectual disidente) en los regímenes del socialismo de estado. Que el partido operó más como una camarilla autoperpetuada, que subordinaba y manipulaba la historia, la verdad y las masas, que como el Príncipe colectivo capaz de conducir la emancipación humana prevista por Gramsci. Y que la esperanza de una hegemonía donde el estado se fuera paulatinamente disolviendo dentro de la nueva sociedad tuvo una realización invertida y perversa: un estado/partido que colonizó los espacios de la vida social, deformando el principio de la igualdad e impidiendo el ejercicio de la libertad.

Retomando el punto de la mirada gramsciana sobre la sociedad civil, considero que esta posee varios aportes: la atención, en una perspectiva -que remite, en última instancia, a Hegel- al peso de ciertas estructuras de socialización (como la familia, las asociaciones, etc) dentro del entramado socialcivilista; el trascender los fórceps de una lectura marxiana afincada en el sistema de necesidades y en general en una mirada desde la economía política (i.e sujetos definidos a partir de la posesión o ausencia de propiedad); el atender al sustrato social -y estatuto autónomo- de fenómenos como la producción de cultura y sentido común, sin subsumir su estudio en la comprensión del hecho económico o de la dominación política explicita. Gramsci, además, aportó mucho al pensamiento de izquierdas al refinar –aunque sin concluir su tarea- la distinción entre los fenómenos pertenecientes a las duplas base/superestructura y coerción/ consenso, anticipando una idea desarrollada con posterioridad en la distinción tripartita habermasiana de sociedad civil, mercado y estado.

Sin embargo la concepción gramsciana de sociedad civil carece, a lo largo de sus escritos, de una definición clara, lo que hace posible ubicarla ora como contraparte del estado, ora como parte de este, junto a la sociedad política. Además, suele otorgar misiones un tanto unilaterales (de integración y manufacturación del consenso) a la sociedad civil realmente existente, desconociendo que la existencia de derechos, organización autónoma y comunicación horizontal no son únicamente recursos en manos de la burguesía, sino condición de posibilidad de la emancipación de sectores subalternos, sea en un marco estrechamente político (reformista) o, en un sentido amplio, social (revolucionario). El Gramsci analítico alcanza a ubicar la sociedad civil de su época en el seno de la hegemonía burguesa y develar las contradicciones y manipulaciones del sentido común desde la cultura política oficial; el Gramsci utópico llega a proponer, sin embargo, que en la nueva sociedad, al desaparecer las contradicciones y los movimientos sociales típicos de la era capitalista, estos serán sustituidos por el nuevo príncipe colectivo: el partido.

En el modelo gramsciano no parece haber lugar para esferas relativamente demarcadas (e interdependientes) de acción social, ni para derechos que sustenten una sociedad plural y diferenciada; sostiene una interpretación que, además de funcionalista (al reducir los roles de la sociedad civil existente), simplificadora (de la complejidad social) y teleológica (al construir un argumento de la liberación final de la mano del partido comunista) fue duramente cuestionada por la propia historia como dinamitadora de toda autorganización de los oprimidos en aras de la libertad. Si nos interesa una teoría que pueda dar cuenta de las complejidades y contradicciones de la sociedad civil contemporánea (y de la sociedad en general) hecha de conflicto y consenso, de estrategias de cooptación y rebeldías, no creo que la mirada gramsciana sea el instrumento más adecuado para tal propósito. A lo cual habría que añadir que las invocaciones simplificadas al pensamiento gramsciano terminan leyendo los procesos contemporáneos desde un prisma empobrecedor. Un ejemplo de ello son quienes ubican al Ministerio de Educación cubano, por las funciones que cumple, como una suerte de componente de la sociedad civil socialista. Y no es broma porque ese argumento lo escuché, repetidas veces, en foros académicos habaneros.

Esta reflexión al presente nos conduce al tópico, mencionado previamente en el debate, relativo a la presencia republicana en regímenes y procesos actuales de Latinoamérica, algo que me parece importante si queremos aterrizar los debates teóricos, con sesgo normativo, a la evaluación de evidencias empíricas. Buena parte de los presupuestos republicanos –expansión de (nuevos) derechos, creación de innovadores Poderes (morales, ciudadanos), instancias de democracia directa como el Referéndum y mecanismos de democracia participativa como los Consejos- han sido incorporados a los procesos constituyentes y de expansión de la democracia en Sudamérica. Es posible ver a autores de pródiga obra identificados con la perspectiva republicana -como Juan Carlos Monedero o Roberto Gargarella- debatiendo sobre los alcances y avatares de esos procesos, con posiciones no siempre coincidentes. Y, sobre todo, hay ya un acumulado de acontecimientos que permiten una evaluación seria de lo ocurrido.

Lo primero que debo señalar es que la incorporación de principios republicanistas ha expandido los formatos democráticos de las Constituciones y la inclusión social en las políticas públicas, como revelan casos como el venezolano, del cual me he ocupado en mi investigación reciente. La Constitución de la Republica Bolivariana de Venezuela, los Consejos Locales de Participación y las Mesas Técnicas de Agua son, por mencionar algunos, ejemplo de normas y procesos orientados al fomento de la incidencia de una ciudadanía activa, de su participación y deliberación. Sin embargo, la deriva del proceso chavista (claramente visible desde 2007) apunta a sustituir la democracia participativa y protagónica con un régimen de claros rasgos militaristas y autoritarios, que reedita las peores tradiciones de la izquierda del siglo XX y el populismo latinoamericano. Y los procesos de eliminación de la independencia de los poderes públicos (con el encumbramiento del Ejecutivo sobre los otros), de desconocimiento de la voluntad popular expresada en las urnas (como fue la aprobación, a partir de 2008, de decretos Leyes que introducían de contrabando lo rechazado por la ciudadanía en el referéndum sobre la reforma constitucional de diciembre de 2007) y de perversión de las funciones y espacios de un cuerpo representativo y deliberante (como son los trancazos y eliminación de derechos a parlamentarios opositores en el seno de la Asamblea Nacional) son atentados contra derechos y espacios del orden liberal y republicano, que demuestran la interdependencia de ambos legados. A lo que podemos sumar un uso manipulado de nociones como Soberanía Popular, Participación Protagónica, Empoderamiento –que remiten a luchas sociales y políticas con marcado carácter republicano- que se han constituido en parte fundamental del discurso legitimador de la movida estatista y centralizadora que ha reducido las potencialidades autónomas y autogestivas del modelo del Poder Comunal y, en general, de todo el potencial ciudadanizante abierto desde 1999.

Por último para ir cerrando este debate, quiero hacer unos señalamientos sobre la pertinencia del mismo para los tiempos que corren, a partir de una comunicación reciente de Hiram respecto a mi mensaje que dio origen al intercambio. Creo que participar en procesos comunicativos como este supone que cada quien asuma su responsabilidad y el rol que estime mejor para participar en el debate mayor en curso: el debate por el presente y futuro de la ciudadanía, la democracia y la nación cubanas. En su tardía replica a mi texto –aclaro que la califico de tardía no peyorativamente, sino porque me habría gustado poder responder antes, con más calma y extensión, a sus argumentos- Hiram aboga por un “dialogo desarrollador”, fundado en la “búsqueda cooperativa de lo verdadero y lo justo”. Al respecto, creo que nada es más desarrollador que un intercambio sin falsas cortesías, donde transparentemos lo que consideramos puntos ciegos en la argumentación ajena: al respecto no creo que las críticas que Guanche y yo hemos hecho a las posturas del otro sean otra cosa que aportes individuales al debate colectivo de ciudadanos cubanos. Y me parece que el carácter cooperativo se define a partir de las posibilidades de inserción de cada quien: los que tuvieron la oportunidad de forjar el formidable documento de Casa Cuba lo hicieron de manera directa y primigenia; otros hemos debido hacerlo pronunciándonos después sobre el documento y sobre las interpretaciones que ha suscitado, como es el caso del texto de Hiram que dio origen al intercambio.

Me parece magnífico que Hiram exponga los matices y completamientos de su visión reducida publicada en Catalejo, la cual, insisto, es manifiesta y sesgadamente antiliberal. En ese caso felicito al autor por exponerla ahora en toda su completud en Sin Permiso, pero debe entender que uno evalúa lo que lee y no lo que supone habría querido decir el autor leído. Pero incluso si asumo que mi visión está probablemente influida por los ecos de debates anteriores sostenidos por ambos (Hiram y yo) en las aulas de la Universidad de la Habana, en los paneles de Temas o en las mesitas del café G, espero que a fuerza de memoria y sinceridad reconozca que hemos sostenido más de una vez esta polémica, con más o menos energías, pasión y miradas encontradas, respecto a nuestras respectivas miradas sobre las filosofías políticas contemporáneas, en especial sobre el liberalismo y el socialismo. Así que no se trata, en mi caso, de una postura caprichosa: en todo caso remite a discusiones y posiciones que creí ver, nuevamente reproducidas, en este artículo de Hiram.

En su réplica Hiram señala que “Como marxista crítico y hombre de izquierda pienso que el buen ciudadano se forma conociendo toda la cultura de la política posible, buscando alternativas y revelándose contra etiquetas y prejuicios.” Desde esa perspectiva, que compartimos, no entiendo cómo Hiram interpreta entonces mi comentario como un intento de socavar su “prestigio intelectual y moral.” ¿Cómo se pueden discutir ideologías y alternativas si el debate debe ser forzosamente aséptico? ¿Es posible establecer un doble rasero entre la agudeza de una polémica bilateral y su traslación a la esfera pública? ¿Por qué confundir la exposición de diferencias y posturas intelectuales como una agresión al prestigio y la moral ajena?

Hiram piensa que las polémicas deberían propiciarse de otras maneras; yo también, aunque no sé si en las mismas coordenadas de alternatividad que él pondera. Como creo, siguiendo su argumentación, que la información debe ser usada para “lograr un propósito comunicativo que trasciende el ejercicio de erudición académica” y para poder “defender, cada día, una mejor política para mi pueblo” le recuerdo que no nos han faltado oportunidades donde ambos discutimos, con total transparencia, los sentidos de nuestro ser intelectual. Más de una vez le dije, en crítica a ciertos filósofos del patio –y recuerdo en especial una muy airada discusión en G y 23- que me interesaba la teoría no como pensamiento encerrado en sí mismo o como usina donde fabricar, a lo sumo, una colección de frases y poses subversivas y elegantes, dignas de la política de salón. De ahí mi demodé preferencia por discutir conceptos como socialismo de estado, la pasión por escribir sobre la actualidad política de Latinoamérica y los posicionamientos públicos sobre el régimen y prácticas vigentes en nuestro país natal. No se trata, como plantea Hiram, de “una arremetida personal e injustificada”, de colocar mi saber “al servicio de un ataque contra una persona” o de “retarnos a duelos innecesarios”: no concibo en esos términos mis intervenciones sobre su texto ni tampoco los valiosos comentarios de Guanche sobre mis perspectivas, ni asumo como tal (negativamente) las críticas que este último me ha hecho en este debate. Se trata de un debate serio, de los que debemos dar con más involucramiento, calidad y frecuencia para vigorizar nuestra precaria esfera pública.

Creo que en eso radica mi peculiar interpretación de una “virtud útil”, que siento y pienso en sintonía con los amigos que componen el proyecto Casa Cuba, cuyo documento he acompañado –y defendido- de la única forma que concibo seria: reconociendo sus importantes aportes y potencial, señalando sus posibles lagunas y líneas de desarrollo. Me parece que es la mejor forma de demostrar que, siguiendo a Hiram, se está “sensibilizado con nuestras carencias de espacios plurales, reflexivos y deliberativos” y de “comprender cuánto se precisa cooperar con los que existen para que sirvan a la búsqueda ciudadana de lo bueno y lo justo”. Lo demás, estimo, es intercambio de amabilidades sin sustancia intelectual ni, en sentido más profundo y urgente, política.

la respuesta inmediatamente anterior de Guanche puede encontrarse al final del intercambio que ha sido publicado aqui

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[i] Para un dialogo critico desde el marxismo y el socialismo con la visión liberal, sus límites y aportes, me parece importante revisar nuevamente la obra del grupo yugoslavo Praxis.
[ii] Me refiero a “Los discursos liberales y el despliegue hegemónico de la Modernidad” en RevistaTemas, No. 46, junio 2006, la Habana.
[iii] Para la mirada de los debates clásicos ver la interpretación de Elena García Guitían sobre los conceptos de libertad en liberales y republicanos; para una evaluación de ambos legados en el contexto hispanoamericano recomiendo los textos de Rafael Rojas y Antonio Aguilar Rivera.
[iv] Esta dualidad de miradas del liberalismo ha sido destacada, entre otros, por pensadores como McPherson y John Keane.
[v] Sobre el tema mi perspectiva guarda afinidades con los trabajos de Jean Cohen, Andrew Arato y Norberto Bobbio, así como con la obra de Nikos Poulantzas. Para interpretaciones eruditas y sugerentes, con las que mantengo cierta distancia, recomiendo la obra de Perry Anderson y Jacques Texier.

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