La polémica infinita. Aureliano vs Chibás y viceversa (pdf)

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(Se publica en La Cosa, con permiso expreso de la autora)

Por Lela Sánchez Echeverría

En la Introducción de este libro, dice su autora:

(Fragmento)

Así que estamos refiriéndonos a un hecho de carácter histórico que ocurrió hace casi cuarenta y ocho años: Todo comenzó cuando Aureliano acusó a Chibás de especular con el café, cosa que, con el tiempo, parece haberse casi olvidado, porque escasamente se encuentra una referencia a esto, y él, el Gran Acusador de la época, a cambio, lo acusó de robarse los fondos del desayuno escolar e invertirlos en un reparto residencial en Guatemala. En algún momento posterior, no ubicado por mí hasta hace poco en tiempo o publicación, la denuncia cambió hacia un imperio maderero, en Guatemala también. ¿No creen que Chibás tenía una especie de fijación con ese país centroamericano?

Para ubicar a aquellos nacidos en años posteriores, que no atendieron en clase cuando les contaron que Aureliano era un ladrón y que no tienen hábito de leer la prensa, les diré que hablamos del Gobierno de Carlos Prío Socarrás, (2do. Gobierno consecutivo del Partido Auténtico en el poder, 1948-1952), en el cual Aureliano fue Ministro de Educación y luego de Estado y Chibás, arrepentido de haber sido “Auténtico”, era el candidato a la presidencia de la República por el Partido Ortodoxo, fundado por él y por el amigo Millo Ochoa.

Todo parece indicar que este país siempre ha sentido una especial predilección por las consignas -no se trata de un fenómeno nuevo, no -y de esa época hay numerosos ejemplos, aunque el más señalado era el del Partido Ortodoxo: «Vergüenza contra dinero». Su emblema era una escoba. Su programa más conocido era el de la honestidad administrativa; como Chibás no era coherente con la extensa plataforma programática de su partido, toda su campaña electoral se basaba en acusar a los representantes del Régimen de corruptos y ladrones, sin tomar en cuenta si las acusaciones lanzadas eran veraces o no. Si los acusados no se habían apropiado del dinero destinado a la construcción de una carretera determinada (que podía ser de lo que se les acusaba a golpes de alaridos dominicales en un famoso programa radial) se habrían apropiado seguramente de alguna otra cosa, y los asaltaba el justificado temor de que si protestaban por lo que no era cierto, podría salirles a la luz pública la realidad. Por esta razón, en un buen número de casos estas acusaciones no tenían respuesta y los aludidos no se daban por enterados. Los gobiernos de Grau (en su última etapa, después que no se seleccionó a Chibás como candidato a la Presidencia por el Partido Auténtico) y de Prío, han resultado en la historia de la Cuba Republicana, no los más corruptos, pero sí los más atacados por corrupción en un clima de libertades tal, que cualquiera podía acusar hasta al Presidente de la República de cualquier cosa sin mayores preocupaciones ni temores sobre las consecuencias. Era el caldo de cultivo apropiado para permitir el desarrollo de una personalidad como la de Chibás y una campaña política como la llevada a cabo por él. (…)

Para mí, que en aquella época realmente no tenía edad para interesarme mucho en esas cosas, ha resultado una experiencia inolvidable repasar la prensa de entonces y todos los pormenores que aparecen publicados en relación con esta polémica. Vale decir, sin embargo, que la lectura de algunos libros y artículos periodísticos de ahora sobre el tema me producen mayor estupor, por el grado de superficialidad u oportunismo, o ambos, o qué se yo (hay algunos difíciles de adjetivar), que he encontrado en ellos. Durante largos años me dediqué (además de a otras cosas, claro) a responder de diferentes formas los trabajos o artículos escritos sobre este hecho, publicados en algunos libros y órganos de prensa. Recuerdo, de manera especial, dos hechos que ocurrieron hace varios años: Uno con un compañero que continúa hoy siendo un alto dirigente de la Revolución, con quien me quejé de la versión presentada en el cuaderno de historia de mi hijo Alfredo, no recuerdo si cuando éste estaba en tercer o cuarto grado. Me preocupaba cómo enfrentar el problema y estaba molesta hasta lo incalculable. La respuesta fue clara; me dijo que hasta que el último partidario ortodoxo no hubiera muerto, no era posible adentrarse en ese episodio con honestidad. Me sugirió que hablara con mi hijo y no dudara en decirle que su libro de historia mentía. Mi tía Delia, recuerdo, fue mucho más clara. Tachó con fuerza esa parte del libro perteneciente a la Escuela “César Escalante», en espera de alguna llamada de alguien interesado en conocer lo ocurrido. Todavía estoy esperando la pregunta. La segunda fue con un joven periodista de Granma cuyo nombre no recuerdo, aunque estoy segura de que él sí recuerda el incidente. Éste escribió allá por la década del 70 un artículo sobre la educación en la l/República mediatizada». Se le ocurrió utilizar como ejemplo de ladrón, no a José Manuel Alemán u otros tantos que pasaron por esa institución y sí robaron, sino a Aureliano y según creo recordar dio hasta una cifra astronómica de los dineros robados por éste.

Mi experiencia, en sentido general, en estos casos, es que la persona en cuestión no sabe que papá tenía una hija (es normal, porque nunca he sobresalido lo suficiente como para ser conocida más allá de mi cuadra y el reducido número de compañeros de estudio o trabajo) y muchísimo menos que viviera en Cuba. Esto también es normal, si se sabe que todo el resto de mi familia por parte de padre vive en el extranjero. (Algún componente masoquista debo tener en mi personalidad, ¿no creen?). Entonces, la primera reacción que encuentro es de sorpresa y la segunda siempre me ha parecido como de molestia, por considerar irreverente el que yo pretenda seguir viviendo en el país en el que nací. Esta segunda parte la he encontrado también en algunas personas del exilio. No sé cómo me las arreglo para quedar mal con todo el mundo.

Lela Sánchez Echeverría, por ella misma

(Fragmento)

Ya he dicho que nací en el 38, soy socióloga y vivo en Playa (se cuenta hasta con la dirección de mi casa); que tengo dos hijos, uno parido y otro compartido; que fui combatiente desde la adolescencia y que al cabo de los años me he sentido más identificada con mi madre.

Se habrá notado que tengo la pluma algo suelta, como la lengua (lo de la lengua es nuevo) y que mi paciencia ha sido larga, como mi constancia.

Se conoce de los múltiples viajes y mudadas cuando era niña y de las visitas, en los últimos años, a los Estados Unidos y a España; se saben hasta los nombres de algunos de mis amigos, y que me quedé en Cuba contra el viento que soplaba del norte y la marea que partía de aquí.

Como casi todo el mundo, he trabajado para ganarme el sustento y dejar alguna huella de mi paso por la vida (nada imborrable por cierto). Así estuve en la fundación, en La Habana, de la Casa de las Américas; durante un tiempo viví, aunque no se lo crean, en el mundo de la diplomacia, y entre una amiga y yo fundamos los Jardines Infantiles en Cuba.

Hice investigaciones sociológicas rurales y disfruté del mundo de la cultura desde el Ballet Nacional de Cuba y el Fondo de Bienes Culturales. Soy artesana, y he escrito algunos cuentos y una novela, cuidadosamente guardados en una gaveta.

Todo esto último es nuevo, y pertenece más bien a las biografías formales. Tampoco les he dicho algo sobre mis dos matrimonios (con papeles y todo), cuando aún les tenía confianza a los notarios y de los otros compañeros que tuve luego, por mi cuenta, sin pedirle permiso a la justicia. Nunca he confesado, en este libro, mi tremenda debilidad por el chocolate ni el hecho de ser una buena cocinera, aunque no siempre esté dispuesta a demostrarlo. También es poco conocido que tengo dos perras, adorables, y una pareja de periquitos; soy propietaria, asimismo, de una mata de mangos que no pare mucho y de una de limones que se me está secando.

Se dice que soy excéntrica. Hace tiempo, cuando descubrí los batones, me encasqueté uno y desde entonces son mi ropa preferida. No soy presumida, pero sí coqueta y puedo, a veces, hasta ser un poco superficial, cosa que me molesta mucho.

Soy una persona honesta.

Cartas abiertas escritas por Lela Sánchez Echeverría:

A Miguel Barnet (Presidente de la UNEAC)

A Alfonso Noya Martínez (Presidente del ICRT)

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